Me gusta pensar en el paso del tiempo y en cómo he ido creciendo. En todas las experiencias y vivencias que me han enseñado a cómo actuar en diversas situaciones. Y sí, en el amor también. Pero seguro que tú, al igual que yo y que muchas personas… has tenido que aprender a base de tropiezos porque el manual de instrucciones para esto aún no lo han creado.

Cuando tenía más o menos quince años, en plena adolescencia y con las hormonas revolucionadas (con el pavo subidito vamos), recuerdo que cuando me encaprichaba de algún chico (que solía ser uno a la semana), hacía todo lo posible por gustarle. Antes de entrar al instituto, en la entrada lo esperaba con mis amigas haciendo un corrillo. En el recreo pasaba por delante de él para llamar su atención y, en fin, todo se resumía en que, si no me hacía caso él, pero me lo hacían otros tres… pues yo feliz. El caso era gustar y de paso aprovechar para poner celoso a “mi chico” objetivo ¿Os suena? ¿Recordáis vuestra edad del pavo de forma similar?

Ligar

Después, fueron pasando los años. Por el camino, ya había tenido mis rolletes, mis idas y venidas, algún chasco que otro… pasaba largas horas con mis amigas y entre todas nos contábamos nuestros males de amores. En esta etapa fue cuando entendí la toxicidad de los celos, que no sirven de nada y solo nos hace daño. También me di cuenta de que, arreglarme, ponerme guapa y querer llamar la atención de otros solo para gustarle a los demás, era lo peor que podía hacerme. Ya no me interesaba eso. Empecé a arreglarme para mí y sorprendentemente así atraía a más chicos sin pretenderlo. Incluso, algunos de los que en mi pasado me habían ignorado. Eso seguro que os sonará familiar, ¿verdad?

Ahora, es cuando me gusta tener tiempo para mí, reflexionar y… a veces me río de todo lo pasado. En ocasiones, me da un poco de vergüenza recordarme en aquellos años haciendo cosas típicas de la edad, pero bochornosas si lo pienso ahora. Es increíble pasar de: “tía, me han hablado Pepito y Juanito a la vez, qué fuerte”. A llamar a tu amiga y decirle: “tía, me hablan tres o cuatro tíos, pero quien realmente quiero que me hable pasa de mi”. ¿Cómo cambia la cosa eh? ¿Os dais cuenta?

Mientras que antes buscábamos la atención de unos cuantos, y nos encantaba, ahora nos importa un pimiento (incluso a veces nos molesta) que nos hablen veinte personas si justo quien queremos que nos haga caso ni se inmuta. ¿De qué me sirve a mí sentirme deseada por todos? ¡Que yo quiero que me hagas caso TÚ! A veces incluso sí que tenemos relación con esa persona, hablamos y todo guay, peeeero… os suena eso de la friendzone ¿no? vamos, que, aunque tú quieras algo más… él o ella ya marca las distancias. Y por más que le intentamos mandar indirectas bastante directas… o no las pillan o se hacen los tontos (yo opto más por esto último).

Friend Zone

En resumen, creo que por mucho que eche la vista atrás, lo único que cambia es que yo tengo más años, algo más de madurez y muchas más vivencias que me hacen aprender. Pero en todas las etapas… siempre ha habido (y seguramente seguirá habiendo) una similitud. Y es que siempre ha habido alguien más especial que los demás que… bueno, no nos terminaba de hacer el caso que queríamos. Siempre hemos querido lo que no podíamos tener, o hemos podido, pero no hemos querido. Y así con todo en la vida… Inconformista como nosotras solas y de ideas fijas.

Así que nada chiquis, por mucho que os digan que hay más peces en el mar, os mando mucho ánimo en la pesca de vuestro pececillo. Yo, me despido con este trabalenguas que viene que ni pintao: “De qué me sirve que me quiera quien no quiero que me quiera, si el que quiero que me quiera no me quiere como quiero que me quiera. Dices que te quiero poco, quieres que te quiera más, te quiero más que me quieres, ¿Qué más quieres? ¿Quieres más?”