Siempre me he imaginado la vida como algo con patas. Me explico: Para no tocar el suelo tenemos ciertos pilares que nos sostienen. Esos pilares para mí son la familia, la salud, la amistad, el trabajo y el amor. Cada uno tiene una función diferente en nuestro día a día, más o menos importante, o le adjudicamos un grado de importancia mayor a cada uno de esos pilares según la etapa de nuestra vida.
De todos esos pilares, en mi caso, el que hace mucho tiempo que no falla es el de la amistad.
Hace unos años apareció en mi mundo una persona que cambió el significado de la palabra amigo. Le dio un valor incalculable que sólo él podría darle, la hizo grande, bonita e inmortal.
Él es el pilar que nunca falla, es una roca firme en la que refugiarse cuando la vida se pone brava, también donde descansar cuando todo está bien.
Hablo de amor, de ser dos en uno, de ser uno en dos. Es un amor diferente, especial y único, es la persona que le da significado al verbo amistad.
Siempre está, en silencio, gritando, riendo o enfadado, pero siempre está. Siempre tiene las palabras adecuadas para calmar y para revolucionar. Con él soy más sincera que conmigo misma, con él me siento libre, sin barreras ni restricciones. No me juzga, pero me critica, me abre los ojos cuando no sé a dónde mirar y me acompaña en cada decisión que tomo, porque aunque no esté de acuerdo, él no me levanta si me caigo, se tira al suelo conmigo para acompañarme y darme las fuerzas para levantarme por mí sola.
Él saca la mejor versión de mí, y consigue que acepte a la peor.
Usamos mucho las palabras para entendernos, pero no las necesitamos, con una mirada nos basta.
Hemos aprendido a leernos los silencios y a hacer de ellos un lugar único y nuestro.
Nadie me comprende como él, nadie me mira como él, nadie me quiere de la forma en que lo hace él.
A veces no se lo digo lo suficiente, pero ya no me imagino la vida sin su risa ni su voz, sin su apoyo, sin sus abrazos. Es una extensión de mi cuerpo, es mi libertad con nombre y apellidos.
Tiene la capacidad de hacerme temblar de alegría y de protegerme del frío cuando tengo grietas en el corazón. Es mi compañero de viaje, es quien sostiene el otro lado de mi hilo rojo, aunque nosotros lo hemos pintado de azul.
Es mi Chico de las Estrellas, porque brilla por cada poro de su piel y porque a su lado los demás nos hacemos mejores.
Él hace del mundo un lugar más bonito y hace que todavía siga habiendo un motivo por el que saber que vale la pena seguir caminando.