Por fin, julio. Vacaciones en el mediterráneo. Sol. Playa. Mojito. En pelotas todo el día. Tetas y pitos al aire 24/7. Sexo constante, todo el rato; sin prisas, sin horarios. 

Desde nuestra llegada, mi novio y yo íbamos ganando felicidad por minutos. Qué fácil y qué bonito es todo cuando no hay trabajo, ni fechas de entrega, ni madrugones inhumanos. La sorpresa fue que el acceso a la playa estaba en la misma puerta de nuestro apartamento, así que, visto que a mi novio el mood vacacional le hacía dormir una media diaria de tres horas más, yo optaba por irme a la playita sola y dedicarme a la vida contemplativa. Ni tan mal. 

Esa mañana había tres personas en la playa, y vi que una de ellas, una señora que me había saludado con toda la amabilidad del mundo al meterse al agua, se encontraba flotando en el mar, boca arriba, tipo estrella de mar, y el mar estaba tan tranquilo que parecía una piscina, no había ni una ola. Le daba a la señora el sol mañanero en la cara y se le veía disfrutando al máximo del momento. Me dio envidia, y me metí al mar a hacer lo mismo. Desde luego. Y qué gusto… No sabes lo agarrotada que estás hasta que te pones a flotar. Estuve así un buen rato, suspendida en el agua, escuchando el ruido de las piedritas en el fondo del mar, imaginándome que estaba en mil lugares del mundo, mientras se me soltaba cada músculo de mi ser… Hasta que me hizo salir del éxtasis la idea de que alguien viniera a ver si estaba muerta y volví a la toalla. 

Al cabo de un buen rato al sol, cuando ya estaba totalmente seca (y aunque no lo creáis este es un dato importante para la historia que viene), decidí darme un paseo hasta la torre del socorrista y preguntarle por una cala de la que nos habían hablado. Que yo ya hubiera visto de antemano que el socorrista era un híbrido entre Thor, Ragnar Lodbrok, y Aquaman no tiene nada que ver con mi decisión de ir hasta él a lucir topless. Además, él se mostró encantado y muy suelto en la conversación, como si recibiera este tipo de visitas de turistas salidas con cierta frecuencia. Qué sonrisa, qué pelazo, qué hoyuelos, qué bronceado, qué blancura de dientes… La charla estaba siendo agradable, también. Que si de dónde eres, que si tú del norte y yo del sur, que si te aburres de socorrista, que si solo cuando no vienen chicas guapas a verme… Mi consulta turística se estaba convirtiendo en un flirteo en toda regla, y empecé a no saber cómo gestionar el momento. Por un lado, estaba allí con mi novio y todo nos iba muy bien, no podía quejarme. Por otro lado, ¡Mamma mia, qué belleza griega! Por un lado, ¿cómo iba a hacer nada sin levantar sospechas? Pero por otro lado… ¿Acaso él no lo haría? 

De pronto, en medio del eterno dilema, sentí un calorcito por la zona de la entrepierna, pero no el que estáis pensando. Noté que me bajaba del chichi un chorro de agua. Pero no un chorrito pequeño, no; un chorro que luego me caía por los muslos, y las piernas, hasta los putos tobillos. No pude evitar mirar sin ningún tipo de disimulo a ver qué coño me estaba pasando, (nunca mejor dicho), y bueno, aunque no era así, lo que parecía era que me estaba meando encima, así de claro. Más todavía cuando, después de ese chorro, salió más y más agua de manera incontrolable; y yo no podía hacer nada para evitarlo. El socorrista también se fijó, estoy segura. No me podía creer que se me hubiera llenado el toto de agua hasta ese punto. Me puse a divagar si es que había estado demasiado rato flotando, o si es que había follado tanto con mi novio que se me había quedado aquello como un bebedero de patos. El caso es que ya no estaba yo para charlas ni coqueteos. Perdí el culo por llegar al apartamento, dejando allí a mi dios griego y asegurándome el resto de días de que mantenía la distancia con él, qué vergüenza. 

Si aquello no fue un castigo divino, que venga Dios y lo vea. 

 

anónimo

Envía tus movidas a [email protected]