Yo estaba convencida de que esto del sexo oral es un toma y daca: doy para recibir, y al revés también. Hasta conocerlo a él, no creía que a los chicos les entusiasmara especialmente agacharse al pilón, solo que lo disfrutaban como parte de un todo. Lo mismo que nos pasa a nosotras (hablando como mujer hetero), que hacemos la felación lo mejor que podemos esperando que él disfrute, pero tampoco es que se nos vaya la vida en ello.

Los hombres hetero que manejan bien el manual del buen amante, saben que no hay que dejar de estimular el clítoris hasta que no lleguemos al orgasmo. Que lo hagan con la lengua, con los labios, con la mano o con un juguete, pero que insistan hasta el final. Pero lo de este chico iba mucho más allá de lo de ser generoso en la cama.

El gran maestro del cunnilingus

Estuve quedando con un chico que era fanático de comerme lo de abajo. Le encantaba. Para él no era un trámite del sexo, era algo que disfrutaba muchísimo. Incluso más que meterla en caliente.

Su cunnilingus, amigas, era una delicia. Tenía un dominio magistral de la técnica. Se notaba que le gustaba hacerlo y, por ello, había practicado mucho. No tenía que detenerme un segundo a precisar cómo o dónde me gustaba, y eso tiene su mérito, porque a cada una nos gusta de una manera y el otro no tiene que ser adivino. Dar algunas indicaciones no es señal de estar haciéndolo mal, que nadie sienta herido su ego. Es solo deseo de incrementar el placer, que es algo muy muy personal.

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Como digo, a él casi no tenía que decirle nada porque ya tenía el doctorado en rizarse el bigote. Simplemente, prestaba atención a mis gemidos y a mi forma de moverme, e insistía cuando creía que algo me gustaba especialmente. Y a mí lo que me gusta es que alterne, ¿sabéis? Que pase de lametones a oscilaciones con la punta de la lengua, que vaya de la vagina al clítoris y que, de vez en cuando, presione con los dedos.

El tío me hacía todo eso y más, y a mí me dejaba con los ojos vueltos.

Cuanto más guarro, mejor

Yo creía que me había tocado la lotería con él, al menos, en lo que a folleteo se refiere. Al principio pensaba que, si lo disfrutaba tanto, era porque sabía cuánto placer me daba. Pero no, aquello no tenía nada que ver conmigo. Lo que tenía era adicción a comer coño. Vamos, que no era yo, era mi vulva.

Pude confirmarlo en todas las veces que me pidió hacérmelo en situaciones que rayaban lo cochino. Pongo ejemplos. Una vez me lo pidió después de una noche de fiesta, cuando hacía más de 9 horas que me había duchado. A él no le importaron ni las condiciones de dudosa higiene de los baños que visité en la noche, ni el sudor de los bailes compulsivos en plena jarana. ¡Al revés! Lo deseaba.

También fueron varias veces las que me pidió hacérmelo después de hacer pis. Le bastaba con que me pasara suavemente un poco de papel higiénico para recoger las gotitas, pero ni un agüichi, ni toallitas ni nada de eso.

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Los matices de mi coño

Un día le pregunté que por qué le gustaba tanto hacérmelo, pero no supo darme una respuesta clara. Que le gustaba, ya está, que le gustaba la textura y el sabor, la humedad y la calidez. Y le gustaba oírme gemir mientras lo hacía.

Le pregunté a qué sabía, y me dijo que dependía del momento. Si le gustaba cuando más sucio estaba, era porque le sabía un poco ácido, como avinagrado, pero que en unas pasadas de lengua se iba esa intensidad. La mayoría de las veces sabía salado, y otras incluso tenía unos toques dulces. Algunas veces, casi no tenía sabor.

Vamos, que el tío era adicto a catar coños. Hay quien mete la nariz en el vaso del vino, mueve la boca, prueba y dice que sabe amaderado, áspero o afrutado. Pues él hunde su cara en un coño y se recrea con las partes blanditas y suaves, y con los sabores que lleve ese día.

Lo que decía tenía todo el sentido, porque en el sabor influye desde el nivel de higiene que tenga la vulva en ese momento a la alimentación. ¡Con la cantidad de veces que me ha dado vergüenza que surgiera sexo cuando no iba bien depilada o no lo consideraba bien limpio y perfumado!

Nuestra relación no llegó a más porque, en aquel momento, ninguno de los dos queríamos algo serio. Me gusta pensar que ahora lo está disfrutando otra y no lo acaparo, porque ese tipo de tíos deberían ser patrimonio público. Y me gusta pensar que él es feliz descubriendo la infinidad de matices que pueden tener los coños.

 

[Texto reescrito por una colaboradora a partir de un testimonio real]