Sé que cuando leáis esta historia creeréis que soy un poco intensa pero, si me conocierais, y lo vivierais conmigo, veríais que en aquel momento todo tenía sentido.
Nunca fui una de esas niñas que sueñan con ser princesas pero siempre estuve enamorada de los escaparates de las numerosas tiendas de novia que había en mi ciudad. Me da pena pensar que ya no queda ni una de aquellas tiendas clásicas, con aquellos llamativos vestidos en los escaparates donde las niñas nos parábamos a mirar y a soñar.
Había una tienda muy cerca de mi casa donde los vestidos eran no tan llamativos, pero a mi eran los que más me gustaban. Llevaba toda la vida fijándome en los cambios de escaparate y sabiendo qué tipo de vestido sería el perfecto para mí; era algo cotidiano en mi vida a lo que, con el paso de los años, ya ni siquiera le daba importancia aunque me hacía ilusión pensar que, si algún día me casaba, sería en esa tienda en la que elegiría mi vestido.
Llevaba un tiempo trabajando en mi empresa cuando conocí a aquel chico tan simpático y amable que pronto empezaría a acompañarme a casa al salir del trabajo. Su empresa y la mía llevaban un tiempo colaborando y nos tocaba trabajar codo con codo. En menos de un mes como compañeros me pidió una cita, que acepté encantada, y en la segunda cita nos besamos, sin querer evitarlo ninguno de los dos.
En un principio decidimos llevar nuestra relación en secreto, pues no estábamos seguros de lo que opinarían nuestras jefas. No me hacía especial ilusión ese rollito furtivo, pero es cierto que lo hacía todo mucho más íntimo e intenso.
Cuando llevábamos ya dos meses saliendo, el escaparate de aquella preciosa tienda volvió a cambiar. ¡Menos mal que iba sola el primer día que lo vi! No es que estuviera obsesionada con casarme pero, ese “juego” de los vestidos de novia llevaba acompañándome desde pequeña, y ese vestido, EXACTAMENTE ESE VESTIDO, tenía todo lo que yo siempre había deseado como mi vestido perfecto.
Era un vestido no del todo blanco, con un corpiño ceñido, escote “palabra de honor”, falda de tul y una discreta, pero elegante, cintura de pedrería que le daba el brillo justo para destacar sin ser ostentoso.
Durante unos segundos creí que aquello podría ser una señal del destino, pero no soy yo mucho de creer en el destino, así que simplemente me enamoré de aquel vestido perfecto y me fuí a casa.
Un mes más tarde, decidimos hacer pública nuestra relación tras un par de situaciones incómodas durante nuestro tiempo de ocio, ya que vivimos en una ciudad muy pequeña y constantemente nos encontrábamos a compañeros o clientes que nos conocían. No fue una sorpresa para nadie, al parecer nuestro feeling era más que evidente. Fue liberador poder dejar de escondernos e ir de la mano por la calle como cualquier pareja.
Un par de días después de cumplir 4 meses de novios, un cartel de “Liquidación por cierre” destruía mi sueño de la infancia y me hacía sentir una presión en el pecho muy extraña, como si necesitase hacer algo al respecto.
Estaba muy a gusto con mi novio, éramos muy felices pero, ¡Por Dios!, ¡llevábamos 4 meses! No quería casarme, o no al menos todavía.
Pero aquel vestido… aquel vestido…. Estaba hecho para mí y ahora estaba casi regalado. Aquella presión en el pecho seguía diciéndome que debía hacer algo. Así que, en un impulso, saqué de mi bolsillo aquel enorme teléfono con tapa, y llamé a mi novio para tener la conversación más surrealista que había tenido hasta el momento. No me quiero imaginar lo que le pasaría por la cabeza al escucharme, pero su reacción tan natural me hizo saber que aquel hombre estaba hecho para mí.
“Espero no pillarte ocupado, voy a hacerte una pregunta muy extraña y no quiero que me malentiendas. Llevamos cuatro meses y es muy pronto para hablar de futuro, pero necesito saber si entra en tus planes casarte algún día y, de ser así, si crees que nuestra relación podría ir en esa dirección”. Hubo unos segundos de silencio y, sintiendo que había metido la pata, empecé a intentar explicarme quitándole hierro al hecho de que acababa de hablar de matrimonio con mi novio de 4 meses. Al otro lado del teléfono, él se reía mientras yo balbuceaba frases inconexas sobre tiendas de mi infancia, vestidos perfectos, señales del universo y liquidaciones por cierre.
Tras unos segundos, él me interrumpió y me dijo: “Déjame hablar, por favor. No sé cuando ni como pero sí sé que querré casarme contigo. Si ese es tu vestido y esa tienda significa tanto para ti, cómpratelo cuanto antes.”
A mi madre se le salían los ojos de las órbitas cuando le pedí que me acompañase a probarme aquel vestido. Estaba acostumbrada a mis locuras, pero esta la había cogido desprevenida.
Fue una tarde graciosa que pasamos entre risas con aquellas personas que, no hacía mucho, habían vestido de novia a mi hermana para su boda que sí tenía fecha.
Aquel vestido estuvo poco más de un año guardado en casa de mi madre hasta que pude estrenarlo. Fue un sueño cumplido doblemente para mí. Puede parecer absurdo, pero a mí me hizo muy feliz.
Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.