Siempre hablamos y buscamos todos los resquicios legales en cuanto a la custodia compartida de los hijos, pero… ¿qué ocurre cuando en vez de hijos hay animales (o mascotas)? Os diré lo que ocurre: no se les da importancia, o al menos no la que merecen.

Aporté dos gatas a una relación con una persona maravillosa. Ambos emigrados, yo siempre le había comentado que quería que mis gatas estuvieran conmigo. Eran mayores y quería darles la mejor vida posible en sus años de vejez. Él estuvo de acuerdo en todo momento y, en cuanto nos estabilizamos, no tardé nada en llevármelas. Pobres, 600 km de maullidos y desesperación.

La relación se extendió durante casi ocho años. A los pocos días de llegar, mis gatas ya estaban enamoradas de él y el amor era recíproco. Llegaba a estar celosa porque ya no me prestaban atención ni unas ni otro, pero los veía tan bien juntos que no podía quejarme. Quien haya compartido su vida con un animal sabe lo maravillosos que pueden llegar a ser y cuánto amor desprenden por las personas a las que aman.

Pasó el tiempo y la relación se fue mermando por distintos motivos. Llegados a un punto, por razones también familiares, decidí volverme a casa y separarme de mis gatas, de mis niñas. Tiempo después, él me siguió y las gatas vinieron con él. Nunca las dejamos atrás. 

Por cosas de la vida, el que fuera mi pareja se acabó yendo. Ya había fallecido una de mis gatas, la otra era muy mayor. Nos separamos y se volvió a 600 km de nuevo. Adoptó dos gatos, que aún hoy lo acompañan, pero le pedí que no se olvidara de nuestra niña, que lo iba a pasar muy mal cuando él no estuviera. Me prometió que así sería.

Sin embargo, rehizo su vida con otra persona que no lograba entender ni respetar que tuviéramos una gata «en custodia compartida».

Se obsesionó conmigo por distintos motivos, empezando por que nos llevábamos bien, y literalmente no lo dejaba venir a ver a la gata. Le dije muchas veces que él tenía que decidir qué era lo mejor para si mismo, y que una persona así no podía hacerle bien. Vino sólo una vez y tuve que tragar con que se quedaran ambos en mi piso, sólo para que mi gata y él pudieran estar juntos, y para que ella pudiera vigilarme a mí. Pasé atragantamientos porque sólo su presencia ya me ponía de mal humor, pero pudieron estar juntos por fin mi gata y su humano favorito.

Nada mejoró después de aquello. Le dejé caer varias veces que la gata ya era mayor, que la disfrutase mientras estuviera a tiempo, pero sólo me decía que no podía. Finalmente, cuando ya mi gata estaba muy enferma, pasó a verla 15 minutos mientras estaba de viaje con ella. Se notaba que sufría cada vez que la veía.

Poco tiempo después, tuve que tomar la decisión de «dormir» a mi niña. Cogió un tren y se plantó aquí sólo para poder tenerla en brazos mientras se iba durmiendo, sin faltar la consiguiente bronca con su novia. Lo dejé tenerla en brazos mientras yo le sujetaba la patita. Se había perdido mucho tiempo de su vida por aguantar los celos y la incomprensión de una persona.

Acabó dejándola. Quien no es capaz de respetar el amor hacia un animal y la responsabilidad de todo tipo que puedes tener hacia él, no es merecedor de una vida en común.

Esta historia que habéis leído es una más, una que puede ocurrirle a cualquier pareja que se separe mientras comparte su vida con animales. ¿Qué ocurre cuando uno de los dos se va? ¿Quién se queda con ellos? ¿Quién los cuida? ¿Habrá visitas con cierta frecuencia?

Tristemente, he conocido pocos casos de exparejas que se ocupen y se preocupen ambos de sus niños de cuatro patas, tal como ellos merecen, ya que ellos no tienen culpa de nada. Yo intenté hacerlo lo mejor posible y lo intentaré de nuevo si me vuelve a pasar en un futuro.

Si las leyes animales no se respetan ni siquiera por la policía, que no acude si la llamas para un animal en peligro, ¿qué cabe esperar de la mayoría de las personas? Ojalá lleguemos a un punto en el que no se ponga en duda el respeto, el cuidado y los derechos de los que son más que merecedores.

Y ojalá sigan siendo queridos y cuidados a pesar de las separaciones de sus papás humanos, y a pesar también de sus nuevas parejas.

Helena con H