Juanjo llevaba varios años saliendo con su novia cuando, tras una pequeña crisis, ella le planteó separarse un tiempo. Él, enamorado de ella hasta las trancas, esperó a un lado, dándole la distancia que ella pedía, hasta que, pasado casi un mes, intentó un acercamiento para saber si ella había decidido que estaba mejor sin él o si quería intentarlo de nuevo. Le dijo que estaba dispuesto a escuchar y aceptar algunos cambios, si eso era lo que necesitaba.  Ella le dijo que lo echaba de menos, pero que sabía que, de seguir como hasta entonces, en un par de semanas, todo volvería a lo de siempre, por lo que creía que necesitaban cambios, sobre todo en su vida sexual, ya que para ella se había vuelto predecible, monótona y aburrida.

Él aceptó el guante tendido y escuchó todas las sugerencias que su novia le hizo, tomando nota mental de las ideas que se le ocurrían y también le confesó tener una fantasía incumplida desde hacía años: que su pareja sexual tuviera un piercing en la lengua. Se imaginaba esos besos apasionados con el frío metal, juguetear con esas bolitas frescas rodeadas de calor y pasión… Y, más tarde, que ese mismo metal pudiera rozar algunas partes de su cuerpo… Había leído maravillas sobre el tema y quería probarlo. Juanjo no era para nada un chico muy clásico y no le importaría probar.

Unas semanas después descubrió que sí le importaba pues, antes de llegar a la pasión y los maravillosos orgasmos de su novia, pasó por un proceso de curación largo, complejo y con bastantes inconvenientes. Los tres primeros días su lengua estaba tan hinchada que no le cabía apenas en la boca. Despertaba cada mañana con el molde de sus dientes impreso en el contorno de su lengua, como si fuese una empanadilla rellena de más. Le costaba comer, se había lastimado un par de veces masticando, al hablar, las “R” se le resbalaban… Descubrió lo incómodo que puede ser un dolor de lengua. Pero su novia insistía en que merecería la pena.

Pasadas unas semanas, acudió al estudio donde se había hecho el agujero a revisarlo. Le dijeron que estaba curando muy bien, pero que, al contrario de lo que cuenta la gente, la herida todavía tarda un par de meses en curar del todo. Así que, aunque ya no tuviera tantas molestias y su lengua tuviese el tamaño casi normal de siempre, todavía debía tener cuidado con algunas cosas y, entre ellas, mencionó el sexo oral.  Le explicó aquella chica tan simpática que, habiendo una herida abierta, no era recomendable la fricción ni el contacto con algún tipo de fluidos que puedan tener un PH muy fuerte o que incluso puedan contener alguna bacteria que, en otros casos, pueda ser inofensiva.

Al llegar a casa, su novia lo esperaba desnuda, con la cama abierta y la mesilla que parecía un storie de una representante de plátano-melón, toda llena de juguetes sexuales increíbles. Ella se acercó a él y él, excitado por el recibimiento, le contó lo que le habían dicho. Ella se lo tomó bastante mal, pero él se esforzó y, con ayuda de alguno de aquellos artilugios de lujuria, le hizo olvidar la decepción de no poder probar su piercing. Al menos, durante un rato.

Pero en los días siguientes, él la fue notando de nuevo más distante. Cada día sentía su hastío, su apatía, su pasividad… Hasta que, tras el Ok de la anilladora del estudio de piercings y tatuajes, llegó a casa pronto esperando recompensar la larga espera a su novia… A la cual encontró sin ropa, con las piernas abiertas, sujetando con una mano entre ellas el pelo de un chico que parecía estar esforzándose mucho en darle lo que ella quería. Él miró la escena desde el pasillo, ella se puso seria por un momento, aquel muchacho, de espaldas, no se estaba enterando de nada y seguía a lo suyo, por lo que ella enseguida se concentró en el orgasmo incipiente que le sacudía el cuerpo y le ayudaba a ignorar, todavía más, la existencia de Juanjo. Él se fue de allí tan decepcionado que no llegó a sentir pena. Si ella era capaz de algo así, no la quería a su lado. Después de todo lo que había hecho por ella durante la relación y todo el esfuerzo de los últimos meses, si no podía esperar por algo tan banal…

Pronto la eliminó de todas partes y, yendo a tatuarse algo en el brazo que le ayudase a superar esta fase de su vida, le preguntó a la anilladora si le recomendaba quitarse el pendiente ahora o esperar un tiempo. Habían charlado bastante en las anteriores visitas y, en un arrebato de sinceridad, le contó por qué se lo había hecho. Ella le preguntó si es que no le había gustado a su novia y, cuando él le contó lo que había pasado ella no pudo disimular su cara de asombro y repulsión.

Antes de irse del estudio, con su brazo cubierto de papel film tapando su nuevo tatuaje, la anilladora se acercó a despedirse y, de forma insinuante, le dijo que, si había perdido a su novia por las recomendaciones que ella le había dado, estaba obligada a compensárselo.

Cuando se dio cuenta, aquella chica tan sexy del estudio, estaba en su cama, mucho más dulce y picante de lo que lo había sido nadie jamás para él. Ella también tenía un pendiente en la lengua, así que decidió enseñarle que su ex, en eso, si tenía razón, y le hizo gozar durante el poco rato que duró su demostración.

Pasados unos días, ya era habitual que ella, al salir de trabajar, se pasase por casa de Juanjo a tomar algo, cenar y charlar… Y tener unas buenas sesiones de sexo desenfrenado. Pero entonces él quiso comprobar que su pendiente no había sido puesto en vano y, bajó lentamente entre sus piernas, jadeante de excitación, lamiendo todo lo que encontraba a su paso. Pero, cuando llegó al lugar correcto, su nueva pareja se incorporó y le dijo “cuidado con…”. Pero ya era tarde, el piercing que ella misma le había puesto hacía unas semanas, se había enredado con el aro que ella tenía puesto en el clítoris.

Entonces comenzó el momento más bizarro que él jamás hubiese imaginado. Él quiso hablar para preguntar qué hacía, pero a ella le daba la risa al escuchar aquello farfullo incomprensible que él soltaba. Al reírse, sus pendientes se movían, produciendo en Juanjo un dolor bastante intenso. Cuando ella dejó de reír, él ya estaba bastante agobiado, pues estar con la lengua totalmente fuera durante tanto tiempo sin poder moverse, tragar, relajarse…, era muy frustrante. Intentaron desengancharse de todas las maneras, pero la lengua se estaba inflamando y no les dejaba espacio para meter la mano y deshacer el “nudo”.

Cuando ambos creyeron que todo había acabado y que, al soltar por fin los pendientes podrían estar aliviados, se dieron cuenta de que Juanjo había dislocado la mandíbula, teniendo que ir a urgencias a que se la pusieran en el sitio y le dieran analgesia que, de paso, le calmaría el dolor de la lengua.

Con el pasar de los meses, se quedó en una anécdota graciosa. Ellos se gustaron de verdad y, tras haber vivido juntos una situación tan ridícula, decían que estaban obligados a seguir juntos, a modo de broma interna. Ella se cambió el aro por una bolita más pequeña y él le dio una oportunidad a los trucos que había leído cuando se preparaba para reconquistar a su ex. Un éxito.

Ahora son una pareja feliz que, a algún amigo cercano, divierten contando las peripecias de dos pendientes enganchados muy mal situados.

Luna Purple.

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