De cómo la Sanidad se ha convertido en un negocio: mi experiencia ingresada en un hospital privado

 

A principios de diciembre, me puse malísima. Me encontraba fatal, estaba en la mierda. Probé a llamar a mi médico de cabecera, la de la Seguridad Social, y no cogían el teléfono ni por casualidad. Mientras tanto, la fiebre me consumía y empezaron a salirme ampollas en manos y pies. A través de la app de mi centro de salud, la cita más próxima era a un mes vista. Pasaron las horas y sufrí lo que parecía ser un cólico nefrítico. El dolor era insoportable. Comenzaron las náuseas, los vómitos, las diarreas… 

Según el Doctor Google podía tener desde Covid-19 hasta cáncer, pero la única verdad es que yo hice hasta una carta de despedida para mi marido y mi hija. Os juro que pensé que era el fin. Al final, entré por urgencias en un hospital privado con la tarjeta de la mutua privada. Y empezó la broma. 

¡Una tarjeta dorada! ¡A por ella! 

En cuanto la chavala de administración vio el color de mi tarjetita, se frotó las manos. Me pasaron de inmediato, sin esperas, a un box para mí sola. Nada más llegar, me hicieron un electrocardiograma y me enchufaron un suero. Pregunté los motivos, nadie me los explicó, pero en ese instante solo me sentía agradecía por las pruebas. Sin saberlo, aquí sonó el primer “clin, clin” de la tarjeta. 

6 horas después, llegó una enfermera que jugó a los dardos con mis venas y me extrajo sangre. Además, me pidió orina…

2 horas después, me dicen que me tengo que quedar ingresa, que ya tengo habitación preparada. ¿Perdón? ¿Pero qué coño tengo? 

Suite con tele y baño privado

Sin darme más explicaciones, que las pedí, una auxiliar me sube en silla de ruedas a una habitación privada, con su tele y su baño. “Clin, clin”, otra vez. 

Se hace de noche y sigue sin pasarse ni Dios por mi suite hospitalaria. Toco el timbre y una enfermera me explica que hasta el día siguiente no pasa el médico y que, por lo tanto, no me puede dar más información; que lo único que sabe es que debo estar sin comer y con medicación. ¿Qué medicación? No me quiso responder. 

La medicación de los huevos

Cada hora entraba la enfermera a cambiarme la botella de suero, sin acabar, y la sustituía por otra. También me puso un antibiótico, Buscapina, algo para las náuseas… Y la tensión se me cayó a 7/5, con una taquicardia de la hostia (las pulsaciones a 150/min). Ahora, claro: medicación para regular lo que me desregularon. “Clin, clin”, otra vez. 

Y nos dieron las 10 y las 11… 

Al día siguiente, pasó una doctora. Solo se dignó a hacerme preguntas, sin comentarme ninguna de sus sospechas ni si tenía que realizarme alguna prueba. La doctora estuvo conmigo 5 minutos y ya está. Eso fue todo. Durante el resto del día, seguí en la misma dinámica que la jornada anterior: medicación. Ni una prueba. “Hay que esperar a mañana para empezar con las pruebas”, me informan. 

Pues llegó “mañana” y solo me hicieron una placa, una triste radiografía, pero eso sí… más suero y Buscapina. “Clin, clin”. 

Desesperada, exijo información y amenazo con irme de alta voluntaria. Bajó a mi planta hasta el director del hospital. Yo pensé lo peor, que estaba terminal o algo, no entendía nada. El director me convence de quedarme, que deben hacer más pruebas y siguen sin decirme ABSOLUTAMENTE NADA. 

A tomar por culo

Pasaron tres días más para otra analítica y una ecografía de riñón. “Clin, clin”. El sexto día de ingreso, volvió a pasarse el médico. Otro diferente, al que tuve que repetirle el rollo desde el principio. A ese tipo fue al que le pedí el alta. Ya estaba HARTA, obstinada. Me dijo: “Ok. De todos modos, ya te has recuperado de la gastroenteritis”. ¿Llevo 6 días ingresada por una gastroenteritis? 

Por supuesto que no. 

Segunda opinión

Salí encontrándome igual de mal que cuando entré. Recurrí a un médico privado, sin seguro, que me recomendaron y al que tuve que pagar a tocateja. En una consulta, me diagnóstico y, tras una semana de tratamiento en casa, mejoré muchísimo. 

Es triste, tristísimo, que la Sanidad se haya convertido en esto. Facturar y facturar, sin ton ni son, sin tener en cuenta lo verdaderamente importante: la salud. 

Yo denuncié el trato frente a la mutua y, con suerte, no les pagan lo que buscaban. Si te ocurre, te animo a hacer justicia. Con la salud, no se juega.

 

Anónimo