La mujer de la limpieza nos amenazó con un cuchillo

 

Hola, queridos lectores. No sé muy bien como comenzar a explicaros lo que fue uno de los días más movidos en lo que llevo trabajando en mi empresa, pero os aseguro que nadie nos esperábamos que acabase viniendo la policía. 

Os pongo en situación, trabajo en una academia como auxiliar administrativa, por lo que mis tareas son muy básicas: informes, facturas, dar de alta a los alumnos y llevar sus faltas. El caso es que dicho centro tiene una limpiadora sola para todo el edificio y no es que sea pequeñito, no, tiene tres pisos y la planta baja. Esta mujer, llamémosla Carmila, tendrá cincuenta y tantos años, con nietos y todo, pero aún no tiene en la edad de jubilarse y al principio con ella era todo normal, cordial digamos. Ella me saludaba, me contaba algún chismecito que escuchase por las aulas sobre de los profesores o de alguno de marketing, todo normal. 

Un día me di cuenta que me faltaba el ratón de mi portátil, el cual me había llevado yo de casa porque me era más cómodo que la cosa jurásica que me había dado la empresa, además que eras más cuqui porque es rosita. Le pregunté a Carmila sobre ello y me dijo “ah perdona, te lo guardé para que nadie se lo llevase, jaja”

¿Excuse me? Mi cara literalmente era un poema, ¿cómo que me lo había guardado? El ratón estaba perfectamente bien en su sitio: MI MESA. Esa fue la primera vez que la pillé intentando robarme algo. No le di mucha más importancia y seguí a lo mío hasta que, días después, una compañera nos preguntó si habíamos visto su cargador del móvil.

-Pregúntale a Carmila, igual ella te lo ha guardado– comenté como si nada. Obviamente mis compañeras y mi encargada me preguntaron y les expliqué lo que me había pasado con el ratón. La jefa dejó caer que no era la primera vez que pasaba, ya que las chicas de recepción se habían quejado de algún que otro hurto antes. 

Como podéis suponer, el cargador estaba en el almacén donde Carmila “guardaba” todo. Yo no es que sea mala persona y no me gusta jugar con el trabajo de las personas, pero que ya haya indicios de que la señora se dedicase a mangar cosas no es algo que a nadie le haga ilusión. Al final la jefa la llamó al despacho y habló con ella, pero solo fue una llamada de atención. 

La segunda vez que pasó algo raro con ella fue hace unas dos semanas, cuando empezó a ahogarnos con el amoniaco. Literalmente limpiaba todo con amoniaco, hasta los propios escritorios si te descuidas. El problema es que dos de mis compañeras son alérgicas y les salen ronchas, lloran o empiezan a ahogarse, por lo que tuvieron que irse a sus casas a teletrabajar. La jefa volvió a llamarle la atención y le prohibió que usase el producto, ni siquiera en los baños y a Carmila no le vino bien, ya que luego iba refunfuñando por los pasillos. 

Desde ese día Carmila fue de mal en peor, si antes ya limpiaba un poco regulinchi, desde que le prohibieron el amoniaco fue peor, y ni siquiera lo ocultaba.

 “Sé que me quieren despedir, pero como tengo una minusvalía no les compensa hacerlo”.

Yo no sé muy bien como irá en su sector el tema de los despidos, pero estar cobrando sin hacer bien su trabajo, tener una actitud chulesca con las administrativas y que haya estado “guardando” cosas debería ser mas que suficiente para que la echasen. 

Bueno, aquí es cuando llegamos al fatídico día de ayer, donde tuvo que venir la policía. 

Los de administración tenemos una salita para comer y descansar al mediodía, y generalmente hay tres mesas para que podamos sentarnos todos cómodamente: pues a Carmila no se le ocurrió otra idea más brillante que guardar todas las mesas y las sillas, dejándonos solamente una mesa para toda la plantilla. Estábamos todos muy apretados, bromeando con la situación, cuando entró Carmila sonriente a la sala. 

– ¿Qué os parece como lo he dejado? Así es más fácil de limpiar todo.

– Hombre, normal Carmila – le respondió una compañera-, si solo hay una mesa en toda la habitación. La próxima vez nos tocará comer en el suelo como los indios. 

A todos nos entró la risa por la broma, pero Carmila se lo tomó muy a malas, empezó a gritarle que éramos unos cerdos comiendo, que ella no tenía porque limpiar lo que ensuciábamos, que estaba harta de mover sillas de las aulas y de limpiar baños. Al final se fue echando pestes por la boca, dejándonos al resto congelados, sin saber como tomárnoslo. Lo peor fue que, al cabo de veinte minutos, entró una de nuestras compañeras muy alterada.

-Chicas, no sé qué ocurre pero Carmila está en el aula 6 y está amenazando con cortarse las venas con un cúter. 

Todas nos quedamos flipadas y salimos corriendo hacia el lugar, algunas preocupadas por la situación y otras por pura curiosidad. Y allí estaba Carmila, chillando como una desquiciada que en este trabajo nadie la entendía, que estábamos todas en contra de ella y que se iba a cortar las venas. Después vio que estaba la compañera que se había burlado de las mesas allí y empezó a ladrarle “tu, z*rra de mier*a, eres la peor sin duda, debería meterte este cúter entre ceja y ceja”. Obviamente mi compañera salió corriendo de allí, mientras otra llamaba a la policía desde el pasillo. Entre todas intentamos calmarla hasta que llegó la policía y se la llevó una ambulancia por el ataque de ansiedad que estaba sufriendo la mujer, pero madre mía, lo último que me esperaba era que le diese un brote por unas mesas en el aula de descanso. ¿Y sabéis lo más gracioso de todo? Que no la despidieron y Carmila sigue trabajando como si no hubiese pasado nada.

 

Clau

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