Conocí a un chico una noche de fiesta. Estaba celebrando el cumple de una amiga y salimos a pasarlo bien. En uno de los bares a los que fuimos esa noche, conocimos a un grupo de chicos que parecían majos. Estuve hablando especialmente con uno toda la noche y acabé dándole mi número.

A los 3 días me escribió. Me dijo que le había gustado y que quería que quedáramos solos algún día para dar un paseo. La verdad es que me hizo ilusión que se interesara por mí y accedí a quedar con él. Dimos un buen paseo por las orillas del río de nuestra ciudad y después, le dije de ir a tomar algo. Él parecía algo reacio a la idea, cosa que no entendía muy bien, me dijo que se había dejado la cartera en casa y que no llevaba dinero. Se me hizo un poquito raro, pero pensé que podía pasarle a cualquiera, así que le respondí que daba lo mismo, que pagaba yo. 

Después de esta cita, hubo un par más. Sólo un par. Con ellas ya me di cuenta de qué palo iba y mi intuición me hizo no querer una cuarta. Nunca llevaba dinero encima, o se había dejado la cartera en casa, o no tenía cajeros de su sucursal cerca, o bla, bla, bla. Siempre me tocaba pagar a mí. Primera “Red Flag”.

Además, en las conversaciones que tuvimos durante estas tres citas, me dejó claro que él no tenía estudios. A ver, a mí eso es algo que me importa relativamente poco. Soy de las que piensan que de todo tiene que haber, gente con estudios y gente con oficios. Pero es que este no tenía ni lo uno, ni lo otro. Me contó que no había terminado la ESO y que no tenía intenciones de retomar sus estudios. Le dije que aunque era importante tener un mínimo de nivel educativo, no pasaba nada si tenía trabajo y era más o menos estable. Pero entonces él se rio y dijo que tampoco era el caso. Yo no le acababa de pillar y le pedí que me contara un poco más. Él se volvió a reír y dijo que llevaba unos cuantos años sin currar, que invertía su tiempo en disfrutar de la vida, y que trabajando no se disfruta. 

Ahí ya no sabía muy bien como continuar con la conversación. Después de unos segundos digiriendo lo que había escuchado le comenté que está muy bien disfrutar de la vida, pero que para ello es necesario trabajar, que el dinero no cae de los árboles y que el mundo laboral también te forja como persona. Se me quedó mirando con una sonrisa de prepotencia y me dijo que estaba muy equivocada, que ese pensamiento era típico de perdedores. Que él vivía en casa de sus padres, con gastos pagados y que pensaba seguir así hasta el momento en el que pudiera vivir de sus hijos. Vamos, que no pensaba pegar un palo al agua en su vida y, aún encima se creía un jefazo por ser así de mezquino.

Empecé a sentirme súper incómoda allí. No tenía nada en común con semejante cara dura. Así que intentando ser lo más correcta posible, le dije que creía que éramos muy diferentes, que las citas habían estado bien pero que no creía que esto pudiera acabar en nada. Me miró con arrogancia e incluso puso una mueca de asco y me dijo: “pero bueno, tú que estás más bien gordita, deberías estar agradecida de que un tío como yo quiera quedar contigo. No creo que tengas muchas oportunidades de conocer a nadie de mi estilo con tu físico”. 

En ese momento ya no pensaba en ser correcta y le dije que de qué coño iba. Que yo tenía una vida bastante más digna que la suya, empezando porque me mantenía solita. Que lo único que él podía aportar a cualquier persona era ser una carga constante. El tío se levantó indignado y se fue del bar donde estábamos, reiterando sus palabras de que por gorda, debería sentirme agradecida de que se hubiera fijado en mí. 

Yo sentí alivio de que se fuera y pensé que lo que él quería no era vivir de sus padres hasta que pudiera vivir de sus hijos, si no que lo que pretendía era vivir de alguna pobre chica con un autoestima baja, menos mal que ese nunca ha sido mi caso.

 

Anónimo

 

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