Tendríais que oír cómo habla de su ahijada…

 

“Es tan bonita, Miguel. Tiene tres añitos. Graciosa, divertida, lista… Aunque con los padres que tiene no me extraña nada. El otro día saliendo del colegio de repente todos sus compañeros se arremolinaron en la puerta del coche a mirarme a través de la ventanilla, porque ella les había dicho que era la niña más afortunada porque yo la estaba esperando a la salida del cole.

Le encanta que juguemos al escondite juntos, no se cansa nunca. Y reírse, le encanta reírse. Y yo es oírla reír y soy la persona más feliz del mundo, así que me río con ella irremediablemente. Su madre le preguntó que por qué se reía tanto, y ella le contestó: “porque cada vez que yo me río, él se ríe conmigo, y eso me gusta mucho, así que aunque no pase nada gracioso yo me río muy fuerte porque sé que así él se reirá también”.

Su padre juega al fútbol, y hace unos domingos fuimos a verle jugar los tres, ella, su madre y yo. Estábamos sentados en las gradas, animándole y pasándolo genial, pero detrás de nosotros había un hombre que no paraba de gritar e insultar al árbitro: “¡Pedazo de maricón, no vales para nada! ¡Árbitro maricón de mierda!”. Yo apreté los dientes, miré a su madre, y ella me hizo un gesto para que me calmara y pasara de él, así que hice el esfuerzo.

Pero él seguía, incesante: “¡Maricón de mierda, vete a casa! ¡MARICÓOOOOOON!”. Hubo un momento que no puede aguantarme más y me volví hacia él:

– Oye perdona ¿te pasa algo?

– El árbitro, que es un incompetente y no vale para nada.

– Me parece genial que lo pienses, pero no hace falta llamarle maricón para afirmar eso.

– ¿Cómo?

– Que yo soy gay, y sinceramente a mí me da igual lo que sueltes por esa boca, pero da la casualidad de que tengo conmigo a una niña de tres años y no quiero que crezca pensando que ser gay es algo malo porque personas como tú lo utilicen como un insulto.

– …

– ¿Te ha quedado claro?

– Sí.

– Genial.

Yo volví la cabeza hacia delante otra vez, enfadado. Intentaba que no se me notara, por la pequeña, pero ella me miró y me preguntó que qué pasaba, que por qué estaba enfadado. Le expliqué que ese señor estaba diciendo cosas feas de los chicos a los que les gustan otros chicos, como yo. Ella me cogió la mano, me sonrió mirándome a los ojos y me dijo: “tranquilo, déjale, él no juega al escondite con nosotros”.

Y siguió animando a su padre jugar sin dejar de sonreír. Y yo no pude ser más feliz.”

 

Cuando terminó de contarme esta historia me llené de orgullo por esa niña y por lo bien que lo están haciendo sus padres. Pensé en lo importante que es educar a los pequeños sin prejuicios, basándonos en la libertad y en el amor, y en lo mucho que tenemos que aprender de ellos.

Porque a ellos les da igual de quién te enamores para jugar al escondite contigo.