Dejé a mi novio de toda la vida, me equivoqué y ahora ya es tarde.

O cómo tiré a la basura una relación maravillosa por culpa de una crisis existencial.

 

Conocí al amor de mi vida en el instituto.

Yo iba en A y él en B, pero era muy amigo de uno de los pocos chicos de mi clase que yo conocía de antes y siempre se nos unía en el patio.

No tardamos ni medio trimestre en confesarnos que nos gustábamos y en empezar a salir.

Él me integró en la pandilla y me empujó a abandonar mi minúscula zona de confort.

Yo le ayudé a centrarse y a sacar adelante ese curso y los siguientes. Al menos eso es lo que decían siempre mis suegros.

Bueno, exsuegros…

Dejé a mi novio de toda la vida, me equivoqué y ahora ya es tarde
Imagen de Shvets Production en Pexels

Nos encontramos en un momento delicado para ambos y nos hicimos mucho bien.

Porque el nuestro era un amor como los de las novelas que tanto me gustaba leer.

Él era mi mundo entero. Nuestra relación, mi máximo orgullo.

Mi prioridad absoluta.

Cuando terminamos el instituto escogimos módulos de FP que pudiésemos estudiar en nuestra ciudad. Yo había soñado con estudiar una carrera fuera, pero su familia no se lo podía permitir y separarnos no era opción.

Pasó el tiempo, terminamos de formarnos, encontramos trabajo y nos fuimos a vivir juntos.

Teníamos poco más de veinte años, nos queríamos con locura y todo lo que nos importaba éramos nosotros.

Nos llevábamos bien con nuestras respectivas familias, conservábamos un puñado de amistades anteriores a lo nuestro y teníamos un buen grupo de amigos en común.

Aunque la verdad es que era un poco difícil compatibilizarlo todo porque nos encontrábamos en fases vitales distintas.

Sin embargo, no nos importaba.

 

‘Dejé a mi novio de toda la vida, me equivoqué y ahora ya es tarde’

 

Alternábamos alguna que otra cena de parejas en casa con salidas de botellón. Escuchábamos a nuestros colegas hablar de rollos o de becas Erasmus mientras nosotros pensábamos en perros y casas con jardín.

Estaba muy orgullosa de lo que teníamos y lo que éramos.

Entonces cambié de trabajo.

Pasé a formar parte de un equipo compuesto por chicos jóvenes con los que debía encajar a la perfección, y que, en cambio, dejaban patente que éramos totalmente diferentes.

Lo único que teníamos en común era la edad.

Por lo demás, nada que ver.

El que más y el que menos conocía media Europa, había estudiado fuera, compartido piso con colegas, tenido docenas de parejas… Iban a conciertos, a festivales, hacían mil planes.

Y a mí me parecía todo tan emocionante. Tan interesante.

De pronto nuestra rutina me asfixiaba. Empecé a preguntarme si había tomado las decisiones correctas. A plantearme si había renunciado a cosas. Si lo había hecho por mí.

O si, por el contrario, lo había hecho por él.

Llegué a la conclusión de que había desperdiciado mi juventud cegada por el brillo de una relación que había apagado todo lo demás.

Dejé a mi novio de toda la vida, me equivoqué y ahora ya es tarde.

Porque sí, rompí con él, decidí vivir solo para mí y solo conmigo misma, con mis deseos e impulsos.

Me mudé a un piso compartido con dos de mis nuevas amigas.

Pasé un mes de Interrail.

Me desperté con resaca en la cama de un desconocido.

Salí de fiesta durante días.

Quemé todas las etapas que sentía que me había saltado por estar atrapada en una relación madura cuando no tocaba.

Mi familia no entendía nada.

Los miembros de nuestra pandilla tomaron partido y me dieron de lado.

Había tenido tan abandonadas a mis amigas de antes que apenas si fueron conscientes de lo que me estaba pasando.

Yo tardé en darme cuenta de mi error menos de lo que tardé en aburrirme de salir cada finde como si no existieran planes de ocio alternativos.

Dejé a mi novio de toda la vida, me equivoqué y ahora ya es tarde
Imagen de Trinity Kubassek en Pexels

Echaba de menos a mi chico.

Añoraba nuestros viernes de cena y cine.

Los desayunos de los domingos en aquella cafetería del centro a la que íbamos en bicicleta, si el tiempo lo permitía.

Hasta los miércoles de compra semanal se me antojaban apetecibles.

Me había comportado como una niñata que no había sabido ver lo afortunada que era.

Había tenido la suerte de encontrar lo que muchos se pasaban décadas buscando. Y lo había echado a perder por cuatro tonterías que ni de lejos habían merecido la pena.

Para cuando tiré del freno de mano y volví a él, con el rabo entre las piernas, ya no había nada que hacer.

Le había hecho mucho daño y estaba cerrado en banda.

No quise presionarle, debía darle tiempo para disolver el rencor y que lo que sentía antes por mí quedase de nuevo por encima.

Pero en el ínterin conoció a una chica que supo ver lo que yo ya no veía cuando le dejé.

 

Y así fue como dejé a mi novio de toda la vida, me equivoqué y me rompí el corazón por una estúpida crisis existencial.

 

Anónimo

 

 

Envíanos tu historia a [email protected]

 

Imagen destacada de Ivan Samkov en Pexels