Mi trabajo es muy desagradecido. 

Las integradoras sociales cobramos poco y tenemos un desgaste mental y emocional tremendo. En la mayoría de sitios en los que he estado, mi plaza era cubriendo una baja por depresión o ansiedad, que luego se transformaba en excedencia y finalmente en dejar el trabajo. 

Pese a todo esto, me gustaba mi trabajo. He pasado por varios centros de menores, algunos con problemas y otros simplemente abandonados por el sistema, he visto familias rotas y otras que debían romperse, niños y niñas tristes, enfadados y algunos, con mucha ira. También he estado en pisos tutelados, dónde los menores ya han salido del centro y empiezan su vida de adulto con el acompañamiento de una integradora, y es aquí, donde tuve mi último trabajo y donde decidí dejar mi carrera. 

En el piso tutelado tenía cinco menores a mi cargo, todos ellos salían del mismo centro y eran amigos, así que en principio no debía haber problema con la convivencia. Ellos tenían una paga semanal, pero había unas normas que tenían que cumplir y además, buscar trabajo. Las primeras semanas todo fue genial, cuando iba a visitarles la casa estaba limpia, todos comían medianamente bien, tenían buena higiene y me enseñaban los sitios dónde estaban buscando trabajo. Unos estaban más motivados que otros y yo intentaba que todos quisieran progresar y buscar su independencia.

Uno de ellos, que ni si quiera había sido el más problemático en el centro, empezó a fumar mucho tabaco. En principio eso no está prohibido y pueden gastarse el dinero en lo que quieran, pero me puso alerta por si algo no iba bien. Los demás compañeros me dijeron que había dejado de hacer las tareas domésticas y se estaba juntando con un grupo de chicos de la calle que creían que pasaban droga. Lo puse en conocimiento de mis superiores y a la siguiente visita, me senté con él. 

Le dije que el centro me había informado de sus compañías y que quería ayudarle a salir de ahí, a buscar una alternativa mejor y una vida en la que pudiera estar tranquilo, que tenía todo mi apoyo y que me contase lo que necesitara, pero reaccionó fatal. 

Me dijo que me metiera en mi vida, que le dejase en paz, que era una puta pesada, que no era su madre y que él haría lo que le saliera de los huevos. Me puse seria. Le dije que si seguía con estas compañías iba a tener que avisar al centro, lo que supondría un incumplimiento de las normas, que le retirasen la paga y sobre todo, que le echasen del piso. Se puso como una moto, se levantó y empezó a maldecirme, a chutar los muebles y a gritar preguntando dónde estaba su tabaco. Los demás chicos vinieron corriendo y lo sujetaron mientras le pedían que se calmase. Yo estaba muy asustada, así que le dije que esperaba que su actitud hubiera cambiado en la siguiente visita y me fui. 

Hablé de todo esto con el centro y me dijeron que era “normal”, que a veces cuando salían se volvían un poco salvajes y había que encontrar un punto de conexión con ellos para reconducirles, yo insistí en que le había visto muy violento y negativo, he trabajado en otros pisos y centros y, pese a que he vivido momentos tensos, no había tenido una experiencia así. Desde allí le quitaron importancia y yo seguí con lo mío hasta la siguiente visita semanal. 

Cuando llegué al piso, este chico me estaba esperando sentado en el sofá. Pensé que iba a disculparse y me relajé, pero lo que hizo fue decirme con la voz más calmada y tranquila que nunca, que como siguiera metiéndome en su vida, iba a decírselo a sus amigos y me iban a apuñalar por la calle. 

Me dijo que había hablado con “su gente” y que no les había gustado nada que una mujer que trabajaba para el estado se metiera en sus cosas. Así que me habían seguido y ahora conocían todo sobre mi. 

Me dijo mis horarios, mis rutinas y la dirección de mi casa. También la matrícula de mi coche y los sitios donde había ido a cenar. 

Me quedé helada pensando en que me habían estado siguiendo, tuve muchísimo miedo y mi cabeza solo pensaba en como salir de esa situación. Irme del piso no solucionaba nada, porqué sabían todo de mí. Denunciarlo a la policía me daba miedo, porqué no sabía hasta dónde podía llegar ese grupo de traficantes y si realmente eran capaces de hacerme daño. 

Él me insistió en que este era un mal barrio y que a veces pasaban esas cosas, que un ajuste de cuentas ni si quiera salía en las noticias y que ya lo habían hecho otras veces. Que dejara de meterme en su vida y que, si era lista y valoraba la mía, me iría de allí sin dar por culo. Todo esto con una tranquilidad que me paralizó todo el rato que duró la conversación. 

Me fui a mi casa mirando de reojo mi espalda y cuando llegué revisé todo el piso. Tuve un ataque de ansiedad y llamé al trabajo para informar que no podría ir a trabajar en un tiempo y que me pediría la baja laborar. 

Estuve una semana pensando qué hacer, lo hablé con amigos del gremio y finalmente tomé la decisión de renunciar y denunciarle. Dejé mi trabajo y puse una denuncia por amenazas, al chico lo expulsaron del tutelaje y del piso. Yo me quedé, acompañada por amigos y familia, hasta que terminó el tema del juicio. Después decidí mudarme a otra ciudad y buscar trabajo allí de cualquier otra cosa. 

De vez en cuando aun tengo miedo. Cuando veo algún chaval joven que me mira raro pienso que me habrán reconocido o que me están buscando. Mis amigos y familia me insisten en que este tipo de persona no tiene ningún poder, que precisamente lo único que hacen es meter miedo, pero que no tienen capacidad de nada. 

Ahora vivo tranquila, trabajo de administrativa en un concesionario y el trabajo es más aburrido, pero mucho menos sacrificado. No echo de menos ser integradora social, he acabado quemada de la profesión y del sistema. 

Con el corazón en la mano os digo, que hay personas que no deberían ni se merecen ser integradas en la sociedad. 

Anónimo

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