ANÓNIMO

Aún no sé muy bien cómo ha ido pasando todo, solamente sé que he encontrado al amor de mi vida pasados los cuarenta sin creer yo en nada de eso.

Me fui de mi pueblo con dieciocho años, en cuanto terminé el COU y tuve la mayoría de edad me puse un cohete en el culo y salí volando de allí. Me instalé en Madrid y aquí he estado desde entonces.

Siempre me he ahogado en el pueblo, no renuncio a mis raíces ni nada por el estilo, pero jamás me he podido sentir yo misma en ese lugar. Siempre he tenido la sensación de que allí nadie me entiende, nadie hace por entenderme y nadie tiene la más mínima intención de intentar hacerlo.

Quizá es porque tengo la cabeza un poco más allá que acá, he estudiado arte dramático, soy profesora de cuerpo en una escuela de teatro desde hace más de quince años y mi filosofía de vida poco tiene que ver con lo que siempre he vivido en el pueblo. Pues toma, dos tazas.

 

Nunca he creído en el ‘amor tradicional’, nunca he tenido ‘pareja estable’ y siempre me he considerado abanderada del amor libre, independiente y fugitiva de todo lo que tenga que ver con los conceptos sociales que nos enseñan desde pequeños.

Pues bien, me he casado con un señor de mi pueblo, tenemos una hija y me está apeteciendo sobremanera comprarme una casa en el campo con piscina para vivir allí los tres sin que nadie nos moleste. Las vueltas que da la vida, de verdad de corazón.

Bajé a las fiestas del pueblo hace cinco veranos y lo conocí, en la verbena, porque claro, ya que una se pone tradicional pues se pone con todas las de la ley. Estaba en la orquesta, son cinco hombres que tienen un grupo de toda la vida, cada uno lleva su ritmo y su trabajo, pero se juntan los fines de semana para ensayar y dar conciertos por todos los pueblos de la zona. El mío es el bajista. Qué hombre.

Es enfermero en su día a día y luego un rockero de la vida, que a pesar de tener casi los 50 no hay nada con lo que disfrute más que yendo a un almacén a pasar la tarde de domingo aporreando instrumentos con sus amigos.

El día que lo conocí yo estaba borracha, no en plan como una cuba, pero mis tres copitas llevaba y la lengua la tenía más suelta que agarrada. Disfruté tantísimo del concierto que dieron que hasta se me olvidó que estaba en el pueblo. Quizá es porque vivo sola y de alquiler en Madrid y trabajo más horas de las que duermo, pero llevaba tantísimo tiempo sin preocuparme por nada más que por beberme la copa antes de que se derritieran los hielos que la cosa no podía acabar de otra manera.

Terminaron y me fui directa a por él, un hombre con el pelo largo y blanco, muy liso, con gafas de sol negras y con un rollazo digno de señor que se pasea por el Matadero un domingo por la tarde mientras lee a algún dramaturgo alternativo, que mira, yo las bragas ya las tenía colgando de la fuente de la plaza principal sin necesitar intercambiar palabras, sinceramente. Cómo podía existir en un lugar como ese un hombre así.


Pues existía y resulta que era mi maldita alma gemela. Estuvimos toda la noche hablando, sin parar. Me contó lo de su trabajo, su soltería y lo fuera de lugar que se sentía allí, pero que nunca había tenido la fuerza ni la intención de irse, que quería demasiado a su familia y a sus amigos y eso siempre había pesado más que sus ansias de volar.

Mira, él volar no volaría, pero a mí sí que me llevó a lo más alto. Qué sexo tan absolutamente maravilloso tuvimos. No sé si reímos más que follamos en sí, pero de verdad, le deseo a todo el mundo encontrar a alguien con quien se entienda tan bien. Quién me iba a decir a mí que redescubriría ese mundo en mi cuarta década de vida. Recorrí tanto en ese sentido cuando era joven, que jamás creería que una relación heterosexual básica me podría hacer disfrutar tantísimo.

Me enamoré, con todas las de la ley. Él subía a Madrid dos veces al mes y yo bajaba al pueblo casi todos los fines de semana. Mis padres no cabían en sí de la alegría. La niña por fin quería estar en el pueblo, la niña, con cuarenta tacos. Hay cosas que jamás cambiarán.

Pues nos casamos, en la casa que tienen mis padres en el campo, entre limoneros y naranjos, con el novio dando el concierto de su propia boda, todos vestidos de esmoquin (literalmente, todos los invitados, hombres y mujeres íbamos de traje), descalzos antes de que acabara la ceremonia y viviendo una de las noches más mágicas de toda mi vida entera. Yo, casada. Es que aún no me lo creo.

Nos fuimos de viaje de novios dos y volvimos tres. La pequeña Sofía estaba en camino sin previo aviso. Así que nada, con cuarenta y dos años me vi embarazada, con un enfermero bajista como compañero de vida y con ganas de retirarme de la capital para irme al pueblo a que mis padres disfrutaran de su nieta y que mi hija creciera rodeada de familia.

Por unas cosas y otras, aún no hemos podido conseguir que me vaya del todo de la capital. Tengo un trabajo maravilloso, unos alumnos a los que amo y unos compañeros a los que admiro. Al final la vida profesional y la familiar no son tan fáciles de combinar, pero poco a poco estoy consiguiendo llegar a un punto medio y poder ser feliz y sentirme plena con ambas.

Quiero probar a montar a una pequeña escuela de Arte Dramático en el pueblo y ver si soy capaz de sobrevivir allí y no mermarme como ser humano independiente. No quiero que toda mi vida gire en torno a mi marido y a mi hija, no quiero olvidarme de mí. Pero tampoco quiero ser imbécil y obviar lo que mi cuerpo me pide, si ahora todo lo que quiero es paz, tranquilidad y a ellos dos, ¿por qué voy a seguir insistiendo en vivir una vida que creo que ya no me pertenece? A veces debe pesar más lo que quieres en este instante que lo que llevas planeando desde siempre, porque ¡SORPRESA! La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.

No importa la edad, las circunstancias o el momento, tenemos que aprender a dejarnos llevar y a vivir lo que realmente queremos. Aunque siempre hayas sido una hippie emocional que no creía que en el amor como tal y que huyó a Madrid a vivir la movida con todas las de la ley, si de repente una vida chapada a la antigua encaja con quien eres en ese justo instante, déjate de gilipolleces y vive, es lo mejor que podrás hacer.

 

 

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