La maternidad me ha regalado tantísimas cosas: una bebé precioso, el olor a criaturita en toda la casa, el ponerme a prueba en un millón de situaciones nunca antes vividas, y también quince fantásticos kilos que parecen haberse instaurado en mi cuerpo para no irse nunca más.

Yo era esa chica de la talla cuarenta de nuestro amigo Amancio. Vamos, una mujer que nunca había luchado por la diversidad en la moda entre otras cosas porque jamás había sufrido por encontrar modelitos. Egoísta de mí, lo sé, cosas que pasan. Había localizado en el imperio del señor Ortega todo lo que necesitaba para verme bonita en cualquier ocasión.

¡Qué sencillo era todo! ¡Qué maravilla ir de compras con ese amplio abanico de posibilidades! Y me quedé embarazada. Y a pesar de haber escuchado en reiteradas ocasiones que esos kilitos extra los perdería fácilmente, ha pasado casi un año y aquí continúo sin lograr deshacerme de ese lastre adherido a mis muslámenes.

Quizás lo más positivo de todo esto es que he aprendido que puedo gustarme con más o menos tripa, con el culo más grande o más pequeño. Verme desnuda y adorar mis carnes, esas que me ha traído el ser madre, es una pasada que jamás habría imaginado. Pero entonces, llegó el bautizo.

De veras que nadie es consciente de lo complicado que es lidiar con los tallajes y las mil tiendas del mercado hasta que no se ve en una situación similar a la que yo viví. Tenía claro el tipo de vestido que quería llevar al bautizo de mi pequeño, sabía que lo que dibujaba en mi mente me sentaría bien seguro, pero por más que buscaba, no era capaz de dar con nada que ni se le acercase.

Harta y asqueada opté por dejarme llevar por las opciones reales que tenía a mi disposición. Paraíso Amancio descartado, ya que de cinco vestidos en los que pretendí entrar, apenas uno dio señales de dejarse cerrar por completo. Me dispuse a informarme de aquellas tiendas plus size donde esperaba sentirme como en casa.

Y aunque sí que di con alguna que otra maravilla perfecta para otra ocasión, nada parecía adaptarse a mi recién estrenado cuerpo. Todos los patrones de aquellos vestidos habían sido creados para mujeres con muchas más curvas que yo. Ni los pechos, ni las caderas… nada quería adaptarse a mi figura.

Me convertí de pronto en una pelota que iba de lado a lado en todo el juego de las tiendas de moda para normopeso y para curvy-chicas. Desde un extremo a otro me recomendaban probar las diferentes opciones como si yo no supiera ya que donde realmente me encontraba era en el limbo de las tallas. Ni gorda ni delgada, era una mujer abocada a vestir leggings y blusas para el resto de mis días, ¿en serio?

Existe una auténtica brecha en toda esta historia. Esa en la que muchos te miran y piensan que eres una más y ya, pero donde solo tú sabes lo difícil que nos lo ponen todo. La diversidad no es esto. Mi cuerpo existe y por lo tanto soy real, tanto como cualquier mujer gorda o delgada. Yo solo quiero lucir bonita y femenina, cómoda para seguir queriéndome como siempre lo he hecho. ¿Por qué me obligan a posicionarme?

 

Anónimo

 

Envíanos tus reflexiones a [email protected]