Para contaros la triste historia de cómo denuncié y llevé a juicio a mi madrastra, primero tengo que poneros en antecedentes sobre la situación familiar:

Mis padres se divorciaron cuando mis hermanos y yo éramos pequeños.  Habían pasado más de veinte años desde entonces y, en ese tiempo, mi padre había tenido una relación estable de varios años que finalmente se fue al traste.

Tiempo después, mi padre conoció a esta señora e iniciaron un noviazgo.  A mí, sinceramente, se me hacía difícil de tragar. Me parecía demasiado pesada y egocéntrica.  Para mí, más que madrastra, era una cuñada de manual.  Pero si mi padre estaba a gusto con ella, estupendo. Era a él a quien le tenía que gustar, así que hice por tener buena relación con ella.

 

 

Pasó algo más de un año y a mi padre le detectaron un cáncer en estado bastante grave.  Si bien había alguna posibilidad de curación con operaciones y tratamientos, la cosa pintaba mal.

Y, de un día para otro, mi padre comunicó que tenían fecha para casarse.

Hasta ese momento no habían tenido ninguna intención, pero me pareció razonable que, ante el panorama desolador de no llegar a superar su enfermedad, mi padre se lo planteara para que a su pareja le pudiese quedar una pensión de viudedad.

Se casaron en menos de lo que canta un gallo.  A pesar de esto, continuaron sin convivir juntos en la misma casa.  Eso ya nos molestó a mis hermanos y a mí porque, dada la enfermedad y tratamientos de mi padre, qué mínimo si se habían casado que no estuviese solo en esa situación en su día a día, ¿no?

Y, por desgracia, el cáncer finalmente se lo llevó tan solo unos meses después.  Aquí empezó realmente todo.

Por si fuera poco el dolor por la muerte de un padre, tuve que ser yo la que me ocupase de los papeleos en su traslado de la morgue al tanatorio.  Entre esos papeles a firmar, estaba el documento de su compañía del seguro de decesos, haciéndome responsable de pagar esos gastos en el caso de que se detectase alguna incorrección en su póliza y la compañía finalmente no los asumiese.

Yo obviamente firmé todo.  No me podía imaginar que pudiese suceder algo así y, aunque fuera de ese modo, no iba a dejar de hacerme cargo de esas gestiones.

¿Por qué había tenido que hacerme yo la responsable de ello si había una viuda? Porque la señora ya no se encontraba allí, en el momento del traslado del cuerpo. Había acudido al hospital después de la muerte montando un gran drama, pero se había marchado en seguida con ni me acuerdo qué excusas diciendo que ya iría después al tanatorio.

Averiguamos, días más tarde, viendo un extracto de la cuenta bancaria de mi padre, que el mismo día del fallecimiento se había sacado dinero de su cuenta en un cajero.  La hora de la primera vez, de hecho, coincidía con ese momento que os cuento en el que yo firmaba todos los papeles.

Esa misma tarde, se sacó otra cantidad.  Y a los dos días siguientes, otras tantas, hasta dejar la cuenta bancaria completamente vacía.

 

 

Era evidente quién había sido.  Aunque él era el único titular de esa cuenta bancaria, ella había recogido y guardado su cartera en el hospital después de su muerte (solo le interesaba la cartera, sus objetos personales nos los llevamos los hijos), con lo cual sus tarjetas y toda su documentación habían permanecido durante días en sus manos.

La llamamos para pedir explicaciones y simplemente nos dijo que había tenido que pagar muchas deudas pendientes que mi padre tenía: el alquiler de su casa, medicamentos de la farmacia y muchas otras cosas. Que se quiso ocupar de liquidar pronto sus asuntos pendientes.

Pero la sorpresa definitiva llegó meses más tarde, cuando la compañía de seguros comunicó oficialmente que no se hacía cargo de los gastos del sepelio por una irregularidad en la póliza que ella conocía perfectamente: había sido contratada después de su diagnóstico médico.

Mi padre no dejaba herencia. Lo único que poseía era lo que tenía en las cuentas del banco que ya se había encargado ella de hacer desaparecer.  Y, de pronto, recordamos que tenía otro seguro por haber trabajado para el estado, del cual siempre nos había dicho que sus hijos estábamos como beneficiarios.

Cuando intentamos solicitarlo, nos quedamos con la boca abierta.  El funcionario que nos atendió, que conocía a mi padre de toda la vida, no pudo disimular su disgusto cuando nos contó que la beneficiaria era su mujer desde el momento en que se casaron.  Que estuvieron allí los dos juntos, al día siguiente de la boda, expresamente para hacer el cambio.

Nos quedamos perplejos. Llamamos a la señora madrastra para pedirle que, ya que ella iba a ser la única en recibir algo de dinero de mi padre, se utilizase parte de él para pagar su entierro, nos encontramos con su negativa.  Ese dinero ahora era suyo y el problema, nuestro.

 

 

Acabamos pagando todos los gastos de tanatorio y entierro y, para más inri, la que puso más parte para ayudar a sus hijos fue mi propia madre, que hacía más de veinte años que no tenía contacto con su ex marido.

Y llevamos a esta señora a juicio.  No era justo que ese dinero no saliese del único dinero que había dejado mi padre.  Fueron varios años agotadores de gestiones, citas con el abogado, documentación…

Supongo que esperáis que el desenlace sea el que debiera haber sido: que hubiera salido condenada y hubiera repuesto la cifra elevada que nos habíamos gastado.

Pues siento no poder cerrar la historia así.  Hubo errores administrativos en el proceso del juicio que, cuando se nos comunicaron y se nos indicó que para solventarlos habría que iniciar otros procesos largos y tediosos, ya ni quisimos afrontar.  Llevábamos tanto tiempo con esto… Estábamos agotados y derrotados psicológicamente, y tiramos la toalla.  Solo queríamos y necesitábamos descansar y pasar página.

Aunque ella se fuera de rositas. Solo espero que exista el karma y que sea él el que se encargue de hacer justicia.

 

Anónimo

 

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