Ella siempre presumió de tener la madre más guay, de la relación tan chula que tenían. Muchas la envidiábamos cuando pasábamos tardes e incluso findes en su casa. Era una de esas madres modernas que te hablan de emociones, de sexo, de experiencias, de drogas, del futuro y de cómo conseguir avanzar… Era una madre guay.

Pero cuando el curso ya estaba muy avanzado, mi amiga empezó a estar un poco tensa a primera hora. No era muy de contar sus cosas, pero una mañana no pudo más y confesó. Hacía dos meses se había encontrado en el baño de su casa a un chico muy majo (os dejo unos segundos para reflexionar). Desayunaron juntos mientras su madre dormía y, al llegar por la tarde del trabajo, su madre no hizo mención a lo que había pasado, así que ella tampoco. El chico le había caído bien, se había quedado muy cortado al verla y ella, que era todo desparpajo, le explicó cómo funcionaba la cafetera.

La semana siguiente fueron tres los días en que mi amiga tenía el desayuno preparado por aquel chaval tan majo que hurgaba en los cajones de su cocina, desorientado por no haber salido de la habitación de su madre más que a hacer pis, para buscar los cubiertos y la mermelada.

Finalmente, mi amiga le cogió mucho cariño, sobre todo desde la mañana en que ella se había levantado tan nerviosa por un examen decisivo y él la supo escuchar y animar casi sin conocerla. Se había hecho a la idea de que lo vería bastante por casa y no le importaba pensar en verlo en alguna circunstancia más normal, ambos más despiertos, vestidos acorde y con su madre presente. Pero esa mañana se había levantado y, mientras preparaba las cosas para meterse en la ducha, se le había colado en el baño un chico bastante más mayor que su amigo, con mucha prisa y sin apenas levantar la cabeza había pasado con prisa, arrasando con ella. Al salir y ver su cara de estupefacción sonrió de forma bobalicona y refunfuñó algo similar a “Ah, si, que dijo algo de una hija, hola” y se fue por donde había venido.

Esa mañana, mi amiga estaba pasando por dos duelos diferentes. El de saber que posiblemente aquel chico con el que había empezado a conectar ya era historia y el de asumir que su madre había decidido que ya tenía edad suficiente como para no esconderse de ella para traer a casa a sus ligues y, por lo tanto, nunca sabía en qué momento saldría de la ducha y se encontraría a un desconocido entrando a mear en su único baño.

Le aconsejé que hablase con ella, su madre era tan moderna y tan guay… Pero me equivoqué. A su madre no le importaba lo más mínimo lo que su hija pensase. Ella había tenido un proyecto de vida que incluía ser madre, pero ahora estaba arrepentida y quería recuperar su libertad sin tener en cuenta las emociones, los sentimientos y la privacidad que necesita una niña de 15 años.  Le dijo que no tenía derecho a meterse en su vida privada, que consideraba que ya tenía edad para oír y ver según qué cosas y que bastante había esperado ya teniendo que hacer malabares para poder hacer su vida.

Mi amiga estaba triste, se sentía despreciada y tenía la impresión de haber dejado de ser la prioridad para su madre. Como así demostró pocos meses después arrancándola de su entorno de nuevo, con lo que le había costado adaptarse, para perseguir un capricho de unos meses. Era su sexta ciudad en 5 años, siempre mudándose por grandes proyectos laborales que acaban en nada.

En el tiempo que tardó en irse le dio tiempo a conocer a algún que otro chico más en su cocina, el pasillo o directamente saliendo a hurtadillas por la puerta por la mañana como quien huye de la escena de un crimen.

La volví a ver hace poco. No le va mal, pero la relación con su madre se ha tensado en los últimos años. En terapia le hicieron entender que nada de aquello había sido culpa suya y que, con los problemas de adaptación que había mostrado siempre, los cambios que su madre le obligó a hacer y lo voluble que era el apoyo que le brindaba, era totalmente normal que ahora sintiese enfado cuando ella habla de su adolescencia como “una aventura que vivieron juntas”. Más bien fue una aventura que su madre vivió y a la que ella sobrevivió como pudo.

 

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.

 (La autora puede o no compartir las opiniones y decisiones que toman las protagonistas).

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