Siempre me han gustado los videojuegos.
Mis padres me regalaron la Nintendo 64 con el Mario unas navidades y fui la más feliz del mundo. Pronto se sumaron más juegos, más consolas y mandos.
Hubo una época en la que jugábamos en familia. Como todo era la novedad, no se terminaban de fiar de algunos juegos o del rato que yo pasaba jugando, así que se sentaban a mi lado a verme jugar y charlar, o directamente se conectaban un mando y jugaban conmigo.
Lo recuerdo feliz, como si tuviera los padres más guais del mundo. Cuando lo comentaba con mis amigos, todos me decían la suerte que tenía, aunque es cierto que, como jugar me gustaba tanto, ahí tenían una baza para recompensarme o castigarme según la ocasión.
Todo estaba bien mientras sacase buenas notas y tuviera una vida social decente, si ellos detectaban que alguna asignatura empezaba a flojear o que me pasaba más tiempo del debido encerrada en mi habitación con algún juego, enseguida venía charla y la desaparición de algún cable que no me dejase usar la consola o directamente el secuestro de las más pequeñas, como la Game boy Advance.
Nunca les reproché nada, al revés, me parecía que lo estaban haciendo muy bien y que no tenían ese miedo y rechazo infundado que sí veía en los padres de mis amigos, pero las cosas empezaron a torcerse en el instituto.
Yo tenía claro que quería dedicarme a algo relacionado con los videojuegos. No sabía el qué, pero sí que tenía que ser algo de esa rama. Ya fuera su creación, participar en la historia, diseñarlos, probarlos, venderlos… Me daba igual y tampoco tenía mucha información, era un campo que estaba arrancando y no había muchas maneras de saber por qué camino tirar.
Mis profesores lo sabían, en más de una ocasión lo habíamos comentado, pero mis padres no. No por nada en concreto, yo iba sacando buenas notas y hasta que no llegué a cuarto de la ESO no hablamos de mi futuro. Casi acabando el curso, en una conversación en la que hablaron de bachillerato y la universidad, les dije que no tenía claro si quería hacer bachillerato o ir a la universidad, porque lo que más se parecía a lo que quería hacer, era un ciclo de programación.
De repente, mis padres guais y comprensivos desaparecieron. Se pusieron de los nervios, me reprocharon “haberles ocultado” mis intenciones y me dijeron que no iban a permitir que tirase mi futuro por los videojuegos, con las buenas notas que tenía.
Intenté hablar con ellos, les expliqué que programar tenía futuro y que era lo que yo quería hacer, pero ellos no querían aceptar que no hiciese bachillerato ni quisiera dedicarme a estudiar derecho, medicina o alguna carrera que tuviera más prestigio.
Las discusiones pasaron a ser el día a día, así que al final terminé cediendo y me apunté a hacer bachillerato. Mi idea era terminarlo y, como ya sería mayor de edad, buscar trabajo y ponerme a estudiar lo que quisiera, aunque a ellos no les pareciera bien, pero no hizo falta.
Mientras estudiaba, empecé a jugar a un juego bastante complicado de superar pantallas. No había modo online, pero sí te mostraba clasificaciones globales y yo veía que siempre estaba la primera.
Aproveché para grabar algunas partidas y subirlas a Youtube. Al principio grababa solo la pantalla y hacía algunos comentarios, pero, aun así, las visitas no paraban de subir, me dejaban muchos comentarios y me preguntaban trucos y consejos. Empecé a tener muchos seguidores y Youtube me acabó sugiriendo monetizar mis videos.
Todo eso se me quedaba grande y me apunté a un curso sobre la gestión de redes y como sacar beneficio, allí aprendí mucho y empecé a desarrollar “mi marca”. Apliqué todos los conocimientos a mi contenido y me volví muy activa, también me expandí a otras plataformas de streaming y me publicité por Instagram.
Mantuve a mis padres al margen de todo esto el máximo tiempo que pude, porque quedaba poco para terminar bachillerato y, pese a que ya era mayor de edad, sentía que me iban a poner trabas y no les iba a parecer bien. Cuando empecé a ganar bastante dinero y tener prácticamente un sueldo, les tuve que sentar y explicarles todo, con los números en la mano.
La reacción fue la esperada. Decepción, reproches y desprecio. Me dijeron que creían que todo era su culpa, por haberme dejado tanta libertad con los videojuegos, y que gracias a eso ahora creía que podía “no trabajar” y estar todo el día jugando. Por más que les expliqué que esto también era un trabajo, no hubo manera de que entrasen en razón, así que zanjé el asunto alegando mi mayoría de edad y que podía hacer lo que me diese la gana.
Nuestra relación se tensó mucho. Seguía viviendo con ellos, pero era muy incómodo. Yo terminé mis estudios y me dediqué a tiempo completo a mi canal. Ellos a penas sacaban el tema, y cuando lo hacían, era para burlarse o hablar mal, así que lo evitábamos.
Llegó un momento en el que colaboré con otros streamers y mi popularidad se disparó, contactaron conmigo algunas marcas y me propusieron eventos. Contraté a una persona experta del mundillo para hacerme de manager y gestor y tuve que darme de alta como autónoma. Estaba ganando bastante dinero y tenía pinta de que iba a ser más, porque llevaba poco tiempo y aun me estaba haciendo mi sitio.
Me hice amiga de otros streamers y decidimos alquilar un apartamento juntos. Mis padres no estuvieron contentos con la noticia, pero ya me daba igual. Me mudé y pasé 2 años viviendo con otros creadores, aprendiendo y trabajando. Mi trabajo y mi nombre siguieron subiendo en los rankings y mi familia empezó a verme en las noticias digitales.
A partir de aquí, mis padres se relajaron. Después de unas navidades, tuvimos una charla larga y tendida sobre todo lo que había pasado los años anteriores, hubo lágrimas, risas, reproches y disculpas.
Hablando de su situación económica, comentaron que les había subido la hipoteca y les estaba costando acabar el mes. Les dije que ahora mismo yo estaba muy bien y tenía pocos gastos, así que podía ayudarles. Ellos se negaron, pero finalmente cedieron cuando lo planteé como un “alquiler retroactivo” por mi parte.
Desde entonces, les pago la hipoteca todos los meses. A mi no me supone un gran problema y ellos van más desahogados. Sé que hay mucha gente a la que le parecerá mal y quizás os puedan parecer unos interesados, pero yo creo que no es así. Simplemente fueron unos padres tratando de proteger a su hija con la información que tenían, que era muy poca y desactualizada.
Ahora estamos muy bien y yo estoy contenta de poder ayudarles, como hicieron ellos mil veces conmigo en el pasado. Aunque me parezca irónico que no me apoyasen nunca y ahora se beneficien de ello.
Anónimo
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