Mi hijo no había nacido y su padre y yo ya no estábamos juntos. Cosas de la vida. Fue la típica enajenación mental de: “¿Qué tal si lo intentamos?”, y me quedé embarazada a la primera sin darme demasiado tiempo a reflexionar sobre las consecuencias de la decisión. Enamorada hasta las trancas, cuando vi el positivo en el test no consideré otra opción que no fuese tenerlo. Al poco, aunque demasiado tarde para dar marcha atrás, descubrí la clase de persona que era y decidí seguir sola.

Durante el embarazo, él desapareció. Estuve sola en las revisiones médicas y, como no podía ser de otra manera, también en el parto. Fue duro. Lloré muchísimo, pero conté con el apoyo de mi familia y mi grupo de amigas de la universidad, por lo que poco a poco fui levantando cabeza.

Una vez mi bebé nació, mi ex apareció acompañado de su madre. Ambos se presentaron en casa de mis padres, me pidió perdón por su comportamiento y me propuso volver. Dudé. Creí que era un sacrificio que debía hacer por el bien de mi hijo. Acudimos al registro juntos, lo intentamos, pero aún no había salido de casa de mis padres cuando consideré que lo mejor era seguir vidas separadas.

En lo que mi hijo fue un recién nacido, apenas se le vio el pelo. Tuve que perseguirle con los papeles en la mano para que firmase el régimen de custodia compartida, cuyos puntos se saltó a la torera en numerosas ocasiones. A veces pasaba dinero, otras tantas no. Podía verlo media hora como estar dos meses desaparecido.

Al año, todo cambió

En cuanto nuestro hijo dejó de ser “tan bebé”, mi ex se involucró más. Hacía por pasar tiempo con el niño y, no solo cumplía con lo estipulado por ley, sino que había ocasiones en las que me pedía pasar más rato juntos o más días. De buen rollo, en la medida de lo posible, autorizaba esos momentos de padre e hijo.

Pero hace relativamente poco me enteré del motivo que podía haber detrás de esa inesperada implicación: el ligoteo. Varias de mis amigas están en Tinder y ahí se lo han visto con fotos del nene, cara pixelada, dándoselas de “padre del año”. Una de mis amistades, se creó un perfil falso con el que mi ex hizo match y le contó una película de lo dura que era la vida de padre soltero, teniendo que sacar adelante él solo a su churumbel. ¿Perdona? El que nunca quiso saber nada del niño hasta que le encontró la “utilidad”.

Hemos descubierto que se lo lleva a las citas y que luego, cuando ya quiere pasar a un plano más profundo, le encaloma la criatura a su madre. Yo con su madre no tengo ningún problema, estoy encantada de que la mujer ejerza de abuela y lo disfrute, pero me flipa que mi ex sea tan falso.

Su derecho a rehacer su vida a su manera

Una buena tarde, le pedí hacer un café y, con capturas en la mano de su perfil de Tinder y publicaciones de Instagram, le recriminé el mal uso de la imagen de su hijo para según qué fines. Él me dijo que tenía derecho a rehacer su vida a su manera, que preservaba la identidad pública del niño y que no podía echarle en cara nada.

Y he tenido que callarme. Es un pueblo pequeño y lo he visto con el niño en el parque, comiéndose la boca con alguna de sus conquistar en un banco cercano; también en una cafetería, en similar coyuntura. Nunca la misma chica, siempre distintas. Vaya con el “padrazo” que usa a su niño de cebo para pescar.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.