Siempre he pensando que una de las cosas más difíciles en esta vida es escuchar. Pero escuchar de verdad y hacerlo con el corazón. Tomarse el tiempo necesario para entender y comprender a la otra persona sin necesidad de dejarnos llevar por ideas preconcebidas y juicios de valor. Porque seamos realistas: es muy fácil juzgar a los demás sin haber hecho siquiera el esfuerzo de ponernos en sus zapatos, de leer al menos el prólogo de su historia.

Pretendemos comprender y entender algo tan complejo como es un ser humano en función de un par de primeras impresiones. Si no te conoces ni tú mismo que llevas toda la vida contigo, ¿cómo vas a saber cómo soy yo, que apenas me conoces? ¿Cómo vas a entender mis actos, mis motivaciones?

Así que déjame ser libre. Déjame vivir mi vida como quiero. Y si me estoy equivocando, si me caigo, ten por seguro que lo haré para aprender, para levantarme y no volver a pasar por los mismos errores que cometí en el pasado. Sólo así puedo ser yo: siendo y no siendo una y otra vez.

Y sobre todo, ten paciencia. Conmigo y con nosotros. Porque soy complicada al igual que lo eres tú. Ten paciencia porque tengo miles de capas, de sentimientos, de emociones distintas. Tengo mil historias que contarte y sin ellas, no sería yo. Hay un por qué detrás de cada idea, una herida detrás de casa sonrisa y un yo puedo detrás de cada noche sin dormir a causa del miedo.

Y si algún día no me entiendes, si no comprendes mis decisiones, si eres incapaz de ponerte en la piel que habito, dímelo. Dime que quieres comprenderme y te prometo que echo el freno y nos entendemos juntos.

Así que mírame si quieres, pero hazlo antes con el corazón.