Septiembre es un mes de comienzos, de proyectos y eso mola, pero también es el mes en que pasamos del verano –¡ooooh, amor!– al otoño. Donde yo vivo, el otoño es sólo una convención porque aquí se pasa del verano al invierno en 3, 2, 1… y esa velocidad sólo me hace odiar el otoño con más intensidad.

¿Por qué? Pues porque:

1. Los días son cada vez más cortos y con cortos me refiero a que tenemos menos luz cada día… Con lo que molan los días largos del verano, que terminas de trabajar, te da tiempo a tomar el sol un par de horas y aún te apetece engancharte al plan que sea porque no hay pereza… ¡Ay, quiero que sea verano otra vez!

 

2. Llueve. Nada más que añadir.

3. Adiós a mis frutas favoritas: melón, sandía, pera de agua, melocotón, nectarinas, ciruelos… Naranjas, peras y manzanas son solo premios de consolación.

4. Aunque vayas a la playa, ya no apetece meterse en el agua porque estás dentro y tienes frío.

frozen-elsa-580

5. Salir de la cama cuesta cada vez más porque hace frío fuera del edredón.

6. Cuando sales de la ducha, vuelves a sentir frío y te tienes que vestir rápido sin haberte secado bien. Y, claro, te constipas sí o sí.

7. Cuando te sientas en la taza del váter está fría y no mola.

8. Porque es el manda’o del invierno que le prepara el camino, o el primo chulito que se mete contigo y añade: «Verás cuando llegue mi primo… ¡te vas a enterar!».

9. Acabo siempre cargada de ropa por si acasotoca vestirse a capas como las cebollas para quitarte y ponerte según la hora del día y el lugar en que estés porque a la sombra hace frío pero al sol, hace mucho calor.

hora--647x350

10. Cambian la hora y el punto 1  –los días son cada vez más cortos– se hace aún más doloroso. ¡¿Por qué?! Aún no he conseguido entender qué ganamos con ello.

Venga, haters del otoño, ¿qué más?