He pasado gran parte de mi vida convencida de que la gente no puede cambiar. Que uno es como es, piensa como piensa, que quiere lo que quiere y que todo es inamovible. Con los años, descubrí que yo misma era el vivo ejemplo de que las personas siempre estamos abiertas al cambio, en realidad. Pero también aprendí que no todas. Hay gente maleable y gente que no lo es en absoluto. Yo pertenezco al primer grupo, el hombre del que me enamoré hace años hasta la médula pertenece al segundo.

Debo reconocer que, en todo el tiempo que llevamos juntos, yo he cambiado de opinión en millones de cosas, tanto en menudencias como en temas importantes. Sin embargo, él no lo ha hecho con nada que no sea una tontería del día a día ni una sola vez. Me explico con el ejemplo que me ha llevado a escribir esto: cuando empezamos a salir él no quería tener hijos. A pesar de su juventud nunca lo dudó. Siempre fue honesto conmigo, me lo dijo mucho antes incluso de que lo que teníamos fuese una relación seria y estable.

Para mí no era un problema. Yo tampoco quería tener hijos. No QUERÍA. Ni siquiera me lo había llegado a plantear en futuro ni a corto, ni a medio ni a largo plazo. Era algo a lo que no le daba bola. Si él decía que no quería ser padre y yo no había considerado relevante valorar esa cuestión, era porque no los quería tampoco. No veía las fallas en mi lógica.

Hasta que el paso del tiempo y mi condición de persona maleable lo pusieron todo del revés. Donde antes tenía mi relación y mis objetivos claros, de pronto era todo un lío. Porque el instinto maternal vino a timbrar a mi puerta y a mí me tocó asimilar que, con él, no podía hacerle caso. Si quería ser madre, no lo sería con mi pareja. Supe que no era cuestión de dejarlo caer, de tratar de hablarlo con él. No, él era y es inflexible con eso. Así que tuve que tomar una decisión por la cual, desde hace un tiempo, digo a todo el mundo que no quiero tener hijos. Pero la realidad es otra bien distinta.

Sí que quiero. Sí que me hubiera gustado intentarlo. Y más lograrlo y convertirme en madre. Sin embargo, no, no he dado ni un paso en esa dirección. Porque querría tener hijos, no obstante, le quiero más a él.

No voy a presionarle, no voy a hacerle elegir ni tampoco voy a dejarle. Me guardo dentro este deseo que sé que no se va a cumplir y asumo el coste de la renuncia. Asumo incluso la posibilidad de que lo nuestro se acabe mañana y yo tenga que arrepentirme de haber perdido mi oportunidad por el amor que nos tenemos hoy. Solo me queda esperar que eso no llegue nunca, que lo nuestro dure siempre y que nunca tenga que lamentar lo que pudo ser y no fue porque me dio miedo perderle.

 

Anónimo

 

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