Nadie me habló nunca de lo que es la reserva ovárica. Nadie, hasta que fue tarde. Y es que hay temas, sobre todo los relacionados con el cuerpo de las mujeres, que se dan por hecho, que nadie te explica, que nadie te dice, que se supone que tú ya deberías saber… Pero no se saben y después, pasa lo que pasa.

Yo siempre supe que quería ser madre. Me encantan los niños y siempre fui la tía favorita de todos mis sobrinos (los de verdad y los postizos). Adoro tirarme por el suelo a jugar con playmobil, cantar canciones infantiles con coreografía, caminar parando en cada portal o cada flor del camino para observar a saber qué… Mis amigas y mis hermanas siempre me decían que a qué esperaba, que se me iba a pasar el tiempo, que después me iba a apetecer menos… Pero yo sabía que nunca me apetecería menos y aún era joven; solamente quería esperar a tener el coche pagado, conseguir el piso en el que estuviéramos cómodos y tener los horarios de trabajo bien compaginados con los de mi marido para no tener que depender de nadie.

Lo tuvimos claro desde el principio, cuando éramos casi unos críos. Pero al terminar de pagar mi coche a él le salió una oportunidad laboral más lejos de casa y debíamos comprar un segundo coche. Después me ofrecieron un ascenso en mi trabajo y durante un par de años debía dedicar algo más de tiempo a la empresa. No me sentía bien “dejándolos colgados con una baja después de haber confiado en mí” (por favor, si tenéis algún pensamiento parecido, desechadlo cuanto antes, tú haces tu vida pensando en ellos, pero ellos no tendrán el más mínimo remordimiento cuando te echen a la calle o decidan cambiarte a un puesto peor; el trabajo es trabajo).

Pasados dos años, y con nuestros trabajos ya estables y bien remunerados, nos dimos un año para ahorrar y viajar todo lo que pudiéramos, ya que se ve que, en nuestras cabezas, con un hijo no se podría. Así que aprovechamos cada festivo, cada puente y nuestras vacaciones para viajar a sitios que en realidad no habíamos soñado nunca, pero era lo que la gente decía que se hace cuando “aún” se es joven. Íbamos bien de tiempo, yo apenas había cumplido los 30, hoy en día es la edad aceptable, ya que antes somos consideradas niñas y después ya viejas, la treintena tendría la aprobación externa que no necesitábamos, pero que si buscamos en muchas ocasiones.

Cansados ya de hacer y deshacer maletas, nos pusimos a buscar una casa bonita donde criar a nuestros (mínimo dos) retoños. Necesitábamos que tuviera jardín para poner el columpio que mi marido siempre quiso tener, y la sala para jugar con la que soñaba en mi infancia. Nos costó casi dos años encontrar algo que se pareciese a lo que buscábamos y otros casi dos en reformarla y que fuera perfecta.

Entonces sí, con casi 35, podíamos dar rienda suelta al sexo sin protección para buscar el primer embarazo.

Con todos nuestros objetivos cumplidos, era hora de cumplir sueños y vivir la vida que tanto queríamos. Un año (y muchas analíticas) más tarde, llegó el primer positivo. Lo celebramos por todo lo alto. Hubo globos, familiares cercanos que nos abrazaban y algún chupete de regalo.

Todavía estaba en el aire el olor dulzón de la tarta de mi madre cuando empecé a sangrar. No había llegado a las 6 semanas. Algo normal, pasa más de lo que se cuenta, solo que la gente no suele dar la noticia tan pronto y casi nadie se entera. Tardó muy poco en llegar el segundo y con él, el miedo y el secretismo. Estábamos más asustados que felices. Fuimos a un médico privado para que nos hiciese más revisiones de las mínimas que cubre la seguridad social. En ambas consultas nos decía que todo iba genial. Solo debíamos esperar a la ecografía de la semana 12 y todo serían risas y fiestas nuevamente, pero la eco llegó con un “no hay latido” de regalo, y esta vez nos comeríamos el duelo hacia dentro, sin nadie que llorase con nosotros.

Nunca entenderé la vergüenza que sentía, es irracional, pero existe, así que mi único objetivo era que nadie supiese que esa baja por gastroenteritis era en realidad que estaba sufriendo un aborto, otra vez.

Volvía a ser normal para los médicos, pero yo quería saber más, así que pedí que nos examinasen bien. Entonces oí aquello de “hay que apurarse ahora, dado que tu reserva está bastante baja”. ¡¿Cómo?! Pues al parecer ya aparecía en mi expediente que el número de ovocitos era bastante bajo desde siempre y parecían no tener una calidad óptima para llevar adelante el embarazo.

Estuvimos dos años más intentando conseguirlo de forma natural, el estrés no permitía que consiguiéramos un embarazo de nuevo. Finalmente recurrimos a la fecundación in vitro, ya que más tarde de los 40 tendría más inconvenientes. Tres intentos, nueve embriones, y ninguno se implantó.

Los médicos me recomendaron parar. Los tratamientos hormonales me estaban afectando demasiado. No solo físicamente, emocionalmente estaba desbordada. Pasaba de la euforia al llanto y del llanto a la ira en segundos… Terminé el último tratamiento jurando que buscaría una alternativa si no salía adelante, pero no me quedaban fuerzas.

Éramos demasiado mayores para adoptar, estábamos demasiado cansados para seguir… Ahora hago fiestas para mis amigas y vecinas, mi casa es perfecta para niños, y no se cortan en decírmelo, pero la única manera de que chirríen las poleas de esos columpios es con el peso de los hijos de otras, que se cansan de decirme la envida que les doy siendo tan libre y no teniendo que “aguantar” lo dura que es la maternidad. Y yo sonrío mientras me muerdo el labio intentando no llorar, porque daría todo lo conseguido en los últimos 20 años por vivir agotada en un piso enano con nuestros hijos saltando en el sofá. Nadie sabe todo lo que pasamos, lo que sufrimos cuando nos tachan de egoístas, cuando nos dicen lo fácil que es consentir a los niños de los demás y lo cobarde de no tener hijos propios.

Solamente mi madre calla. Ella sabe sin saber. Ella ve el dolor en mis ojos y, con un dolor similar, traga y calla respetando mi silencio.

Si me hubieran avisado antes… Chicas, se puede saber, preguntad, informaos, no guardéis ninguna duda… Y, sobre todo, si lo tenéis claro, es el momento. Todo lo demás no importa.

Escrito por Lune Purple, inspirado en una historia real.