Nunca os fieis de alguien que os diga «yo controlo». Lo digo por experiencia.

A veces peco de inocente y luego me pasan cosas de las que me arrepiento. Suelo fiarme de la gente cuando dice que sabe sobre un tema porque o ha estudiado y trabajado de eso, o lo ha hecho en incontables ocasiones. Y eso es precisamente lo que me pasó a mí.

Yo siempre me he teñido el pelo y hasta me he hecho la permanente en alguna que otra ocasión dejándome, por supuesto, en manos de un profesional. Pero es verdad que cada vez los precios están más elevados y hay tratamientos que no todos los bolsillos se pueden permitir. Llevaba mucho tiempo queriendo llevar el pelo de color fantasía —rosa, de hecho—, pero siempre que preguntaba precios para la decoloración de los 60€ no bajaba. Y eso que tengo el pelo cortito. Lo pensé en varias ocasiones, pero claro, yo tengo el pelo muy oscuro y, aunque tenía el pelo de mi tono natural en ese entonces, sé que llegar al rubio que necesito me costaría dos decoloraciones no consecutivas. Al final, lo fui dejando pasar y pasar hasta que llegó «la enterada».

Resulta que esta persona decía que sabía de decoloraciones, que no había problema, que ella se decoloraba siempre el pelo en casa —tengo que decir que sí, que es verdad— y que lo llevaba haciendo desde hace muchos años. Claro, yo me fie y me dejé en sus manos. Así que me hizo una decoloración y, como imaginaba, el tono me bajó a un caoba a pesar de estar bastante tiempo con la decoloración puesta. Lo único malo que pasó ahí, fue que el rosa me agarró a trozos y el tono era más bien melocotón. Bueno, al menos ya era un paso.

Con esto en la mente, cuando ya empecé a tener raíces, un mes después, decidimos volver a hacerla para que el tono bajase aún más. Decoloración violeta y agua de 20 volúmenes durante alrededor de 60 minutos. Me aclaro y sí, había bajado mucho el tono, pero aún quedaban rastros anaranjados en el pelo. Y aquí vino la primera vez que me fie de una cagada.

—Así no te va a coger bien el rosa. Vamos a poner deco otra media hora.

—¿No me quemarás el pelo?

—¡Qué va! Ya verás, si es agua de 20 volúmenes, es suave. Tú déjame a mí, que yo controlo.

—Bueno, vale.

Y yo la dejé. Me puso otra vez decoloración, y en vez de media hora, estuvo casi una hora más. A mí, en ese momento, me picaba hasta el alma. Pero sí, me quedó el pelo súper clarito y, por supuesto, como un maldito estropajo.

—Nada que una mascarilla hidratante no recupere, tranquila.

Durante ese mes, yo me aplicaba mi mascarilla como siempre, me ponía mi aceite de argán todos los días… y a ver, no estaba muy mal, pero se me partía ya más de la cuenta. También es verdad que lo tenía más largo de lo que solía tenerlo y que la rotura es una de las cosas por las que no me lo he vuelto a dejar largo, así que lo achaqué a eso porque claro, ella entendía, no dejaba de decirme «yo controlo».

Ayyyy, ilusa de mí. Porque la siguiente vez, en la que se supone que debería hacerme las raíces, me echó de nuevo la decoloración por todo el pelo. Quería probar a ponerme el rosa con un violeta muy mono, y tenía el rosa tan pálido que era obvio que se iba a poder poner encima. Pero claro, yo no tenía ni idea, ¿cómo se iba a poder hacer eso?

—Así se irá el rosa que tienes y podrás ponerte otros colores.

—Mi pelo lleva, con esta, cuatro decoloraciones. ¿De verdad que no es mucho? ¿No habría sido mejor un arrastre diez minutos antes de quitar el de las raíces?

—Que no, tú hazme caso. Yo controlo.

¿Adivináis el final? No controlaba. Según ella, tenía el pelo bien, solo se enredaba porque estaba «un poco reseco», pero no. Mi pelo era chicle, peinarlo recién lavado era quedarme con mechones en la mano, sufrir tirones y enredos teniendo el pelo corto y estar cagándome en todo cada poco. Os lo prometo, me despeluchaba más que mis barbies y mis muñecas después de pasar por uno de mis tratamientos de lavado y cortado en el lavabo. Soltaba más pelo que mi gato cuando le paso el cepillo para arrastrar el pelaje muerto.

Al final, una amiga que sí fue peluquera, decidió hacerme ella las raíces la siguiente vez y sanearme el pelo. Acabé teniéndolo mucho más corto de lo que lo había tenido nunca. Es que hasta el flequillo me lo cortó para que se fuera saneando. No me disgustó el corte, ojo, pero tampoco me sentía yo misma. Y, encima, me sentí súper idiota por haberme fiado y no haber hecho caso a mi instinto.

Obviamente no ha vuelto a tocarme el pelo. Después de eso, lo dejé ir creciendo poco a poco, lo fui saneando y no me lo toqué para nada. Ahora lo vuelvo a llevar de colores, pero me hice yo todo el proceso con las indicaciones de una peluquera experta en color, me he hecho dos decoloraciones enteras en tres meses y un mes después retoque de las raíces, y lo tengo sanísimo.

¿Moraleja de la historia? No fiarse de la gente que utiliza la frase «No te preocupes, que yo controlo».