A mí las series y películas me han generado unas expectativas que no se han cumplido: no he sido una chica gordita a la que todo se le arregla encontrando el trabajo de sus sueños, no he encontrado a un chico guapo y cachas que me empotre contra la pared y me dé mi final feliz y, lo que más me duele, tampoco he tenido mi fiesta de cumpleaños sorpresa.

¿Tengo treinta y seis años para cumplir treinta y siete? Sí.

¿Sigo queriendo mi fiesta sorpresa de cumpleaños? ¡Pues claro que sí!

¿Habéis visto lo bien que se lo pasan los cumpleañeros cuando les organizan una fiesta sorpresa? Imaginad: eres pequeña, llegas a casa y de repente todos tus amiguitos gritan un «¡¡feliz cumpleaños!!» mientras lanzan serpentinas y globos que tu madre maldice por lo bajo. Vamos, a ti te tiene que dar un subidón de felicidad que ni la Coca-cola mezclada con Fanta de limón. Ya tienes felicidad para unas semanas, porque encima tus amigos, que saben la ilusión que te ha hecho, se pasan los siguientes días recordándote tu cara de susto al escucharlos gritos y tus carcajadas después.

Y bueno, aquí porque no se estila, ¿pero esas fiestas sorpresa con espectáculo y todo? Perdona, pero a mi casa jamás ha venido ningún Batman de pega a hacerme trucos de magia sacados de Magia Borrás, ni a hacerme feos animales de globos. ¡Nunca! ¿Dónde está mi Batman de pega?

Tampoco me han hecho una con disfraces de hadas y princesas. Bueno, vale, quizá en mi infancia me habría avergonzado un poco, porque por culpa de imponérmelo siempre, eso de las muñecas, las hadas, las princesas, el rosa y demás lo aborrecía un poco —¿quién lo diría ahora, que soy como un hada rosa soltando purpurina por la vida?—, pero habría sido un detalle.

Y seguro que pensáis «vale, Nari, pero estás hablando de fiestas infantiles. ¿de verdad, a tus treinta y seis, quieres una así?». Y la respuesta corta es «No», pero hay una larga: en las series y películas también hacen fiestas sorpresa a los adultos. ¡Yo soy una adulta!

¿O no recordáis en Friends, la fiesta sorpresa de cumpleaños que le hacen a Mónica? Divertida un rato, porque además con la depresión de llegar a los treinta, lo hace con un pedo descomunal. ¿O la fiesta cumpleaños de Sheldon en The Bigbang Theory? Sí, esa a la que va… ¡Batman! ¡Va el maldito Batman! 

Y esto son solo dos ejemplos, porque seguro que hay más series y películas en las que se les montan súper fiestas de cumpleaños a los protagonistas, vendiéndonos la ilusión —más adelante truncada— de que algún día tendremos nuestra súper fiesta sorpresa, con mogollón de regalos, purpurina, amigos y carcajadas.

Pues no, amigos, mis cumpleaños pasaron de ser la merienda que preparaba la mami en casa para los amiguitos, a la comida que preparo para los cuatro gatos que aún me soportan. ¿Es o no es para echarse a llorar? ¡Hollywood, quiero mi maldita fiesta de cumpleaños!

A ver, tampoco pido tanto. Un globo con mi edad… —bueno, dos, uno por cada número, vale—, guirnaldas fáciles de quitar —serpentina y purpurina no, que luego me toca limpiar a mí—, unos regalitos así potentorros, de los que te dejan con la boca abierta —no sé, un tamagotchi, un satisfyer, Henry Cavill en calzoncillos…—, una buena tarta… Leche, ¡lo normal! Lo que quiere una niña de casi treinta y siete años en su vida. ¿A que no es tan difícil?

¿Y vosotros? ¿También seguís esperando la súper fiesta sorpresa de cumpleaños que os promete Hollywood, o tengo que odiaros mucho porque la habéis tenido?

 

Nari Springfield.