Hola.

Aquí una mamá desesperada.

Me da reparo admitirlo y me siento fatal, pero estoy deseando que llegue septiembre porque ya no puedo más.

Necesito que empiece el cole de una vez. Siento que les estoy cogiendo manía a mis hijos y ¡eso no puede ser! ¿No?

Quiero decir, ¿alguna más a la que se pase lo mismo?

Espero que no se me malinterprete: amo a mis hijos con locura.

Lo digo desde lo más hondo de mi corazón, de verdad, son lo que más quiero en este mundo.

Pero es que el verano se me está haciendo eterno.

Fueron tres semanas a campamentos de conciliación y luego estuve yo otras dos de vacaciones.

Pero ahora estoy teletrabajando de ocho a cuatro, su padre es un autónomo que lo mismo se queda en casa que sale y no le vemos en tres días, y mis dos trastos son libres como el sol cuando amanece desde las ocho aproximadamente que se levantan, hasta la hora en que se rinden al sueño, y que no suele ser nunca antes de las once.

Así que así estamos, encerrados entre las cuatro paredes de nuestro piso, mis dos hijos de siete y tres años y yo la mayor parte del tiempo.

Y ya sé que es verano y que se supone que es época de estar relajada y feliz, pero, uy, qué va. Nada más lejos.

¡No puedo con mi vida!

Me paso la jornada laboral con el culo apretado y pidiéndole a los dioses nuevos y a los antiguos que no me entren llamadas. Que parece que estos dos las están esperando y no hay una en la que los clientes no oigan de fondo un chillido, una pelea por el mando de la tele, un ‘ya terminééééééé’ después de una caca del pequeño, o un ‘¿dónde tenemos bicarbonato?’ del mayor cuando se aburre y le da por ponerse creativo.

Porque aquí una servidora, desde que empezó la pandemia se ha quedado sin posibilidad de ir a la oficina —tanto que es que la han cerrado y ya la ha alquilado otra empresa— y se ve obligada a trabajar en la mesa del salón-comedor. El único lugar de la casa en el que pude instalar el ordenador y conectarlo a internet por cable, que con el wifi no me dejan los de sistemas.

Y, a ver, que lo del teletrabajo para conciliar está muy bien… si tus hijos son mayores. Tranquilos. Obedientes. Pero con mis terremotos, la cosa no está fácil.

Foto de Rodnae Productions en Pexels

 

Mucho menos cuando me veo obligada a tenerlos jugando y viendo la tele a dos metros de mi puesto durante toda la jornada.

Por no decir nada de lo que me cuesta concentrarme en mi labor mientras los vigilo, los atiendo e intento mantenerlos a salvo y alimentados y eso. No os hacéis una idea de la de veces que piden comer y beber a lo largo del día.

Es que, además, como estoy siempre hecha polvo, por la noche no soy persona ni para dejar cocidos unos macarrones, por lo que me veo todos los días escaqueándome unos minutos para que me de tiempo de preparar algo rápido y de comerlo sentada con ellos. Lo cual no hace sino aumentar mis ya de por sí elevados niveles de estrés.

A ver, que sé que, pese a todo, no debería quejarme tanto, estar en casa me permite no dejarme el sueldo en los dichosos campamentos, y tengo buen horario.

Queda mucho día a partir de las cuatro, que termino mi jornada.

Claro.

Soy consciente. Por eso aprovecho las tardes para que los niños sientan que es verano y me los llevo a la playa, al río, de excursión a un museo divertido, al parque a ver a sus amigos…

Ese trajín diario me deja exhausta, aunque lo hago por voluntad propia. Porque la verdad es que si pienso en que los veranos de mi infancia eran tres meses casi completos de levantarme cuando me diera la gana, ponerme sobre un bañador lo primero que pillara por casa, calzarme las chanclas y tirarme el resto del día entre la playa y la plaza, jugando con mis primos y los otros niños… muero de la pena que me dan mis pobres pequeños.

Sin embargo, por otro lado… me estoy volviendo loca y, por momentos, les estoy cogiendo mucha tirria a mis hijos. Y no quiero sentirme así.

Necesito trabajar con una mínima concentración al menos unas pocas horas cada día. Responder al teléfono sin tener la mano alrededor del micro. Siempre preparada para apretarlo al instante si de pronto les da por subir el volumen y se escucha un estridente ‘¡Simón ya viene, Simón ya viene!’.

Quiero poder disponer de mis escasitos minutos de break para tomarme un café tranquila. O para asomarme a la ventana un rato y descansar la vista. No para pasar la fregona por un colacao derramado o separar a los dos contendientes de una pelea a primera sangre, cuyo vencedor decidirá si se pone Gru 3 o Futbolísimos.

Si viajara al pasado para contarme todo esto a mí misma, mi yo más joven y sin hijos me pegaría un bofetón que probablemente me merezco.

Pero ahora no soy capaz de salir de mi círculo de cansancio y paciencia continuamente puesta a prueba.

Necesito que llegue septiembre, que empiece el cole e ir a buscar a mis niños muerta de ganas de verlos.

Ya.

 

Anónimo

 

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