Dramamá: Me llevé al hijo de otra sin querer

 

En la semana 32 de embarazo me puse con contracciones y mi médico me dijo que, o me calmaba, o el niño nacía antes de tiempo. A mí lo de calmarme es algo que me cuesta incluso de normal, ya si me metes ese tipo de presión, ni te cuento.

Y en aquel delicado momento, además de la presión de prolongar el embarazo lo máximo posible, se sumó también la de comprar todo lo necesario para la llegada del peque.

Tenía la tarea pendiente por dos motivos. Porque soy un poco paranoica y me daba cosa comprar demasiado pronto el ajuar del bebé. Y porque me cuesta horrores tomar decisiones y todavía estaba intentando decidirme entre varios modelos de algunas de las cosas más básicas.

Como, por ejemplo, el cochecito o la cuna.

El tema me ponía tan nerviosa que al final lo que hice fue delegar en otros. Lo mejor para mi bebé era que yo estuviera tranquilita, descansada y con las piernas en alto. Así que mi chico, mi madre y mi suegra se encargaron de hacerse con todo lo que necesitábamos cuando naciera el bebé. Ya me encargaría yo más adelante de lo que pudiera esperar.

¿A dónde voy con todo este rollo? A que fue mi marido quien decidió qué carro se compraba y a que compró el que estaba de oferta en unos grandes almacenes especializados en productos de maternidad e infancia que lo petan en mi ciudad y los alrededores. No es una crítica, es mi forma de explicar que 3 de cada 5 nacidos en el mismo trimestre que mi pequeño, viajan en un carrito exactamente igual al suyo.

 

Dramamá: Me llevé al hijo de otra sin querer

 

En fin.

Que di a luz, por fin tuve a mi pequeñajo en brazos, comenzó mi baja de maternidad y, como a los dos meses del parto, me obligué a empezar a salir de casa más que lo justo y necesario.

Un buen día me animé y quedé con una amiga que tiene una niña de tres años. El plan era sencillo: tomarnos un café y dar un paseo hasta el parque.

Me llevó más ducharme y arreglarme que tomarnos ese café. Porque tuve que parar a dar una toma de pecho entre una cosa y otra. Y porque la niña se cansó de esperar a que llegáramos y cuando lo hicimos le quedaba la paciencia justa para tomarse un Colacao y chillar que quería ir a los columpios.

Pongámonos en situación.

Sé que no todas las mujeres lo llevan tan mal como yo. Pero yo soy una PRIMERIZA con mayúsculas y todas las letras, y lo estaba pasando fatal.

Me daba la sensación de que el niño estaba nervioso, ya que se supone que tenía sueño, pero no se dormía por más que me esforzaba. Lo mismo tenía calor, o frío, o le molestaba el aire, o había demasiado ruido.

Apenas pude ni medio charlar con mi amiga. Entre mi paranoia y jugar y prestar atención a la niña, pues como que no nos daba para más.

Dramamá: Me llevé al hijo de otra sin querer
Foto de Oleksandr Pidvalnyi

Cuando mi pequeñajo por fin se durmió, me relajé un poco. Dejé de menear el carrito de un lado al otro, me puse a jugar con la hija de mi amiga y justo cuando estaba pensando que no había sido para tanto y que había que salir más, noté que una de mis tetas se había puesto a hacer horas extra. Lo cual solía significar que mi bebé estaba a punto de ponerse a llorar desesperado.

Y eso era un problema porque no soporto escucharlo llorar de hambre, al pobrecillo. Porque tengo las tetas muy proactivas en lo que a su función alimentadora se refiere, pero demasiado tímidas para hacerlo en un parque público. Y porque estábamos a unos quince minutos de casa, a paso rápido, cuando no disponía ni de tres, probablemente.

 

Dramamá: Me llevé al hijo de otra sin querer

 

Así que me puse la chaqueta para tapar el manchurrón de la camiseta, le di un beso apresurado a la niña, un abrazo y unas explicaciones nada convincentes a mi amiga, le quité el freno al cochecito y salí del parque a todo lo que me daban las piernas.

Mientras les rezaba a todos los dioses para que no se despertase hasta llegar a casa, no se me ocurrió levantar la capota. No quería que el cambio de luz le pusiera fin a la siesta.

Como a unos 50m del parque, mucho no había avanzado, escuché a mi amiga llamarme a gritos.

Me di la vuelta, pensando que me había dejado el bolso o algo, y vi que, junto a ella, corrían también otras dos mujeres muy alteradas.

Solo cuando mi amiga —descojonada de la risa, la muy cabrona— me chilló que me había equivocado de carro, me di cuenta de que ella misma venía empujando uno.

Estaba tan alterada, desubicada y, por qué no decirlo, falta de sueño, que me llevé al hijo de otra sin querer.

Menos mal que mi amiga estaba todavía allí cuando la otra madre se giró y vio que se estaban llevando a su niño. No quiero ni pensar en el escándalo que pudo haber sucedido si no hubiera estado atenta. O en lo que habría podido pasar si me hubiera dado tiempo a llegar a casa y descubrir que dentro del cochecito había un bebé que no era el mío.

Afortunadamente, sucedió en un parque al que no suelo ir. Y al que no pienso volver.

 

Anónimo

 

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