Me la han cambiado, yo no sé en qué momento de mi vida ha sido, pero alguien ha entrado por la noche a mi casa, se ha llevado a mi niña y me ha puesto a otra en su lugar, porque si no es así, yo no me lo explico. ¿En qué momento ha pasado? ¿Cuándo ha dejado de ser una niña simpática, agradable, educada y llena de sonrisas a despreciarnos de esta manera?

Siempre he escuchado lo de la edad del pavo, que los adolescentes de se rebelan, quieren su espacio, necesitan su tiempo para poder construirse como seres humanos únicos, pero es que literalmente no soporto a mi hija. Escribo aquí porque es algo que no me atrevo a contarles a mis amistades, ni a mis familiares cercanos, solamente lo ha hablado con mi marido y no he podido ser sincera porque yo misma me sorprendo al escucharme pensar ‘qué pereza que ya esté en casa la mañana de los cojones’.

Nunca antes me había pasado, pero ahora quiero pasar en casa el menor tiempo posible, intento buscar excusas para que no coincidamos las dos bajo el mismo techo y ya no sé cómo gestionar lo de no mostrar cómo me siento, porque sí, nos peleamos, pero obviamente no le digo todo lo que se me pasa por la cabeza; intento tener paciencia, me armo de valor e intento explicarle las cosas calmadas, despacio, con argumentos de peso, pero nada que no, que a la niña no le entra en la cabeza nada de lo que le digo y sigue a su puñetera bola, después de hablar conmigo se va derechita a intentar comerle la oreja a su padre, como si nosotros no fuéramos un bloque y él le fuera a decir que sí a algo que yo le he dicho que no, no le funciona y entonces empieza el fin del mundo.

Para situaros bien, tiene 15 años y todo lo que nos pide hacer son cosas que yo, como madre y como persona, creo que son decisiones que aún no está preparada para tomar. Lleva pidiéndonos un tatuaje en la espalda ya más de seis meses y si yo supiera que es algo vital para ella, algo que realmente estoy convencida de que no le importará tener ahí, pues hasta me podría llegar a plantear decirle ‘cuando cumplas 16 te lo regalo yo’, pero es que se quiere tatuar la portada de un CD de su boyband favorita china, K-Pop se llama la música y es como… mira, pues no.

Tiene noviete, lo trae casa cada dos por tres, expreso deseo mío. Para que hagan lo que van a hacer igualmente por ahí, prefiero que lo hagan dentro de mi casa, con privacidad, comodidad y paz. Pues bueno, tú le das la mano, ella se coge el brazo. Parece que el chaval vive con nosotros, me ha salido otro hijo de debajo de la alfombra. Le he intentado explicar por pasiva y por activa, que me cuente la milonga de que el viernes viene a ver una peli a casa y luego si quiere que un día entre semana tienen que hacer un trabajo de clase juntos, pero que el chaval se pase cinco de siete tardes por semana con ella en la habitación pues no me da la santa gana. Y tú si lo explicas, con argumentos, con paciencia, con gritos o con portazos, da igual el método, no le entra en la cabeza.

El novio, el tatuaje, el querer irse a Londres sola con dos amigas a ver su grupo favorito, el fumar dentro de su habitación, el no colaborar con NADA de la casa, el hablarnos a mi y a su padre como si fuéramos sus esclavos, el coger dinero de nuestra cartera para comprarse ropa sin avisarnos y luego negar que ha sido ella… Y un largo y extenso etc. que ya no sé cómo gestionar.

Esa es toda la verdad, que no sé cómo gestionar a mi propia hija, que su educación se me ha ido de las manos, que se está convirtiendo en una persona que no me gusta y que no quiero que sea así. Pero no sé cómo hacerlo, no sé cómo se hace. He leído libros, artículos y programas de televisión; he intentado hacerlo por las buenas, por las malas y por las regulares; me he convertido en una prisionera en mi propia casa, es un lugar en el que no quiero estar porque mi hija también está dentro; me encanta trabajar, hacer la compra, ir al gimnasio y cualquier actividad que me mantenga fuera y ocupada, ¿sabéis la sensación de no tener un lugar al que querer volver con más de cuarenta años? Es que quién me lo iba a decir a mí.

Su padre ha tenido la idea de que vayamos los tres a terapia familiar, pero la niña de las narices se niega en rotundo. Así que nada, en estas estamos. Los hijos son para toda la vida, todo el mundo me dice y en todas partes leo eso de que ‘es solo una fase’, ‘se pasará’, ‘mis hijos era peor’. Pero desde mi vivencia personal, de verdad de corazón, que no puedo más y ya no sé qué hacer.

 

Anónimo