Aunque parezca el guion de una película de terror, no lo es. A veces, la realidad supera a la ficción y es lo que hemos vivido con una amiga. Era compañera nuestra en la universidad en la que estudiábamos periodismo. Amante de la política, deseaba cubrir sesiones en el Congreso de los Diputados y largas jornadas electorales. Mi antítesis: yo odiaba la información política; pero, en cambio (y lo contrario a nuestra amiga), adoraba el deporte.

En el último año de carrera, mi investigación para el Trabajo de Final de Grado me sumergió de lleno en una competición internacional. Allí, entre viajes y entrevistas, entablé amistad con más de un deportista. Un buen día, en el parón navideño, decidí unificar grupos y presenté a mis nuevos amigos a mis compañeras de la uni. Fue amor a primera vista; al menos, para ella. Esa misma noche, uno de los deportistas y mi amiga se liaron. Nada serio.

Pero ella quería casarse

Se volvió completamente loca. Hacía planes de futuro, empezó a comprarle regalos… y el chaval no se acordaba ni de su nombre. Ella me pidió su número de teléfono móvil y, como yo no estaba autorizada a dárselo, lo buscó a través de redes sociales. A ver, el chico es famosete, pero la mayoría de nosotras no lo reconoceríamos por la calle, así que le fue “relativamente” fácil conseguir hablar con él a través de MD de Instagram.

El pibe me confesó tener miedo de quedar con ella a solas, pero a la vez le interesaba seguir conociéndola. Parafraseándole: “Le sabía mal”, así que organicé más de una salida en grupo y en todas acababa con la pava de mi amiga babeando a su lado. Como no podría ser de otra manera, el deportista se agobió y se alejó un tiempo.

Volvió, pero con novia

El deportista volvió a acercarse a nosotras, pero esta vez no venía solo: tenía novia. Su pareja era diferente a mi amiga en todo: desde su aspecto físico hasta el emocional e intelectual. Polos opuestos. No tenían en común ni el blanco de los ojos, porque de tanto llorar, mi amiga tenía los ojos rojos. Seguía viniendo a las reuniones solo por verle, aunque más de la mitad del tiempo estuviese comiéndole la boca a su amiga la Barbie.

Soltero y folleteo

La novia le duró cuatro polvos; después se aburrió de ella e inició una etapa de “soltero y folleteo”. Fue ahí cuando mi amiga empezó su cambio radical, conformándose con ser el quinto o sexto polvo de la semana. Comenzó una dieta de dudosa salubridad que le hizo perder como 10 kilos en 1 mes y dejó pasar la oportunidad de ampliar su expediente académico con una beca de estudios en otra ciudad. Todo por seguir al lado del deportista, limpiándole las babas de otras tías.

Y pasaron 10 años…

No os quiero aburrir con los detalles, pero sí que puedo hacerte un resumen global: mi amiga dejó la carrera de periodismo y se metió de entrenadora personal en el gimnasio del deportista. De esa manera, se convirtió en su mejor amiga. Mejor amiga. Estuvo muchos años, viéndole con una y otras, incluso, en más de una ocasión era ella la que le reservaba los vuelos y los hoteles de sus viajes con otras tías. Esperando ahí, fiel, su oportunidad.

A su sombra, comprándole los condones, se pasó 10 años. Perdí contacto con ambos, ya qué abandonó la competición que yo cubro y la poca información que me llegaba era estrictamente deportiva. Pero, hará cuestión de un par de meses, me salió una sugerencia de amistad en Instagram cuya foto de perfil era mi amiga. O lo que queda de ella. Tiene operado hasta el DNI, de arriba abajo ha pasado por el cirujano para parecerse a las Barbies que tanto atraen al deportista. En sus fotos está él. Le besa. Le dice que le quiere. En el perfil de él no hay ni una sola imagen suya.

Quise saber cómo estaba ella, pero no me contestó. A las semanas felicité a su hermana por su cumpleaños y aprovechó para ponerme al día: me contó que no se habla con nadie de su familia, que perdió a todas sus amistades…, que está irreconocible, por dentro y por fuera. Que solo vive por y para él. Siempre. Fiel. A toda costa. A cualquier precio.

(María RM)