El giro de 180º que tomé en mis relaciones

 

El amor líquido: seguramente os suene este término y muchos sabéis de qué trata. Es un término acuñado por el sociólogo Zygmunt Bauman para definir cómo funciona el amor hoy en día. Bauman explicó que, dentro de la sociedad líquida, se da el fenómeno del amor líquido. Y a bote pronto, esto significa que las relaciones son más líquidas, no son tan consistentes como antes. Ahora nos relacionamos mucho por redes, y los vínculos han cambiado. En lugar de haber relaciones, Bauman describe que lo que se da con más frecuencia son conexiones, en las que las personas aparecen y desaparecen.

 

Además, estamos acostumbrados al cambio, tanto en el terreno sentimental como en el laboral y en muchos más ámbitos. Y en este contexto, las relaciones se viven como una especie de intercambio en la que hay un coste-beneficio, de manera que calculamos los costes y beneficios que nos puede conllevar una relación, y si compensa, apostamos por ella. Pero cuidado. Las relaciones son más frágiles. Casi que se parecen a productos, en una sociedad de mercado que busca consumir y desecha lo que no le sirve (hay muchos productos por consumir, infinitas posibilidades). Así que, nos encontramos angustiadas ante tanta volatilidad. Por un lado, no queremos sentirnos atadas: hay un mundo de posibilidades allá afuera. Por otro lado, queremos una relación en la que sentirnos seguras.

En este contexto, yo me encontraba como un pollo sin cabeza. Estaba cansada de que las relaciones no me duraran ni dos telediarios. Siempre me pasaba esta serie de hechos: primero conocía a un chico, había una pasión desbordante, empezábamos a hablar muchísimo por whatsapp, quedábamos, y en pocas citas, teníamos sexo y luego la cosa empezaba a disminuir, empezaba a hacerme ghosting o (inserte aquí cualquier tipo de manipulación), y luego yo me decepcionaba y lo mandaba a paseo.

Por eso decidí hacer un giro de 180º a la hora de conocer a un chico. Me propuse que, primero de todo, tenía que conocerlo y decidir si quería tener intimidad sexual. Y para tener esa intimidad, tenía que estar convencida. No es que quisiera casarme con esa persona, pero quería que me gustara de verdad: que hubiera comunicación y que pudiéramos compartir lo que sentíamos. Si luego la cosa no funcionaba, así no sería tan traumático. Porque lo que importaba en esta nueva etapa de mi vida, era crear vínculos sanos, y para ello era imprescindible saber cómo era esa persona y poder sentirme a gusto y sentirme yo misma.

Descubrí que las personas que quieren que estés en sus vidas, no van a permitir que desaparezcas de ellas. Que no te van a manipular, que se van a disculpar si cometen un error, que se esforzarán por entenderte. Descubrí que construir una relación es cosa de dos, y que no toda la responsabilidad es de uno. Que a veces tienes que dar tu brazo a torcer, y otras veces es turno del otro. Que hay que tener paciencia si de verdad estás interesada en alguien. Que el interés se demuestra.

Aprendí que no es todo bonito, que es complicado enfrentarte a tus miedos mientras conoces a alguien, pero que creces y te conoces en el proceso. Aprendí que lo primero es amarte a ti misma, y que cuando dejas de hacerlo por alguien, es mala señal. Aprendí que tienes que priorizar tu salud mental a una relación. Así fue como aprendí a construir relaciones sanas (y ya no hablo solo de pareja, sino de cualquier tipo de vínculo). Aprendí que gracias a los demás, me puedo conocer más a mí, y lo que quiero es tener una relación sana conmigo, eso es lo que quiero más. Lo otro ya vendrá por sí solo.

Lunaris