El día en el que el ginecólogo me dijo que tenía el chocho gordo

Hay que ver la de cosas que pueden hacer que una levante un señor complejo nuevo así, de la nada. Un día tienes mil complejos, al siguiente, de pronto, tienes mil uno.

Yo, personalmente, llevo a la espalda una mochila enorme llena de las inseguridades que he ido acumulando a lo largo de los años. Y, aunque hay algunas que están íntimamente ligadas a mi carácter, muchas otras nacieron a raíz de algún comentario.

Bienintencionado, con verdadera malicia o sin ningún tipo de intencionalidad. Alguien que dice algo, sobre mí o mi cuerpo, y, bum, un nuevo inquilino para la mochila.

Gracias a WLS sé que no soy la única que se siente de esta manera. Por desgracia, la cosa funciona así con un altísimo porcentaje de personitas.

Pero bueno, aunque no soy capaz de evitar que este tipo de movidas me afecten y me calen hondo, lo que sí puedo hacer es tratar de llevarlo con humor.

Sí, soy de esas que van de que todo se lo toman a coña. Nunca es real al 100 %, sin embargo, ayuda a sobrellevar lo que sea que te hace daño. Un poquito.

Así que quiero compartir la anécdota con la que nació uno de mis complejos más íntimos. La del día en el que el ginecólogo, con otras palabras, me dijo que tenía el chocho gordo.

Yo había pedido cita para hacerme la preceptiva revisión ginecológica anual, pero quería aprovechar también para comentarle al doctor que, de una temporada a esa parte, sufría de cierto malestar en los genitales.

Tenía picor y molestias en la zona vulvar, por decirlo finamente.

El tema es que me preocupaba tener algún tipo de hongo o infección, por lo que no quería dejarlo pasar más.

De modo que, como soy un poco antigua, ese día me depilé, me duché, me puse mis mejores bragas, me pasé una toallita húmeda al salir de la oficina, y me presenté en la consulta del gine.

Una vez allí, me desnudo, me pongo esa bata de papel verde transparente y comienza el examen. Paso por la báscula, me explora las mamas y, finalmente llega el momento de revisar los bajos. El médico procede, hace lo que tiene que hacer, saca la muestra para la citología y yo, aprovechando que ha encendido un foco digno de una celda de interrogatorios del KGB apuntando entre mis piernas, le cuento lo que me preocupa.

El buen hombre deja el instrumental a un lado, se acerca todavía más y noto que empieza a palpar y a separar pliegues.

Luego de un buen rato abriendo, cerrando y apretando mis carnecitas, desliza el taburete hacia atrás, se quita los guantes y me dice:

—Nada, no tiene nada.

—Entonces, el picor y eso ¿a qué se debe?

—Pues, es que… como tiene usted la vulva… bueno… —el hombre empieza a hacer gestos con las manos— …abultada, digamos, la piel en contacto permanente con los otros tejidos genera humedad y aparecen esas irritaciones.

‘La vulva abultada’…¿Confirmamos que me estaba diciendo que tengo el chocho gordo?

Confirmamos.

¿Es verdad? Pues no me había dado cuenta antes, pero es verdad. Mi chumi es un poquito más grande y pomposo que la media. Otra parte de mi anatomía que se sale de los cánones. ¡Qué maravilla!

Pero, bueno, si lo cuido y mantengo mis abultados pliegues protegidos de la humedad y el sudor, por lo demás funciona perfectamente.

Por tanto, no puedo decir nada más que ¡viva mi chocho gordo!

 

Anónimo

 

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