Yo en esta vida, según los estándares de la sociedad, voy tarde para todo. Empecé la carrera tarde, me diplomé tarde, empecé a trabajar tarde y hasta me enteré tarde de que canto mal. Esto último me lo dijo mi padre a los veinticuatro. Eso son muchos años de humillación pública en karaokes de toda España creyéndome que le hacía la competencia a Paloma San Basilio. Pues de que no sé ligar me enteré a los veintiocho.

 

“Por ahí viene el chico que te gusta, actúa normal”

Ahí estaba yo, rozando la treintena, cuando empecé a darme cuenta de que no se me daba bien. Yo veía a mis amigas trazar estrategias que me parecían complicadísimas. Como la famosa regla de los tres días. Cuando descubrí su existencia tuve cientos de conversaciones iguales:

–Tienes que esperar tres días para escribirle si no quieres parecer desesperada.   

–Pero por qué. YO QUIERO ESCRIBIRLE AHORA, JODER.

–Porque puedes parecer desesperada.

–PERO YO QUIERO ESCRIBIRLE AHORA.

Así entraba yo una y otra vez en un bucle espacio–temporal en el que, por supuesto, acababa enviando el susodicho mensaje. Por si os lo preguntáis, no. No salía bien. Pero en cómo juzgan o no los tíos lo desesperada que estás por mandarles un mensaje sólo porque TE APETECE, prefiero no entrar porque me pongo mala. Había otras señales de que eso de ligar no se me daba bien, claro. Tampoco sé insinuarme. Ni tontear. Esto último se me da particularmente mal porque jamás en la vida me he dado cuenta de cuándo alguien está ligando conmigo, así que la situación suele ser espantosa porque es como:

–¿Estudias o trabajas?

–Trabajo, jaja, pero estoy súper incómoda en mi trabajo porque… (contar mi vida entera).

Y el pobre alma de cántaro, que sólo venía a ver si se llevaba una alegría pal cuerpo, solía huir aterrorizado cuando empezaba a decirle que yo lo que en realidad quería era independizarme y adoptar tres gatos. Tampoco quise nunca instalarme Tinder, ni Badoo, ni nada similar, porque sólo pensar en que tenía que hablar con desconocidos que pueden darme match me daba pánico atroz y dolor de barriga.

Por eso, vengo a alzar la voz y deciros que no os preocupéis si un día os levantáis y os dais cuenta de que no sabéis ligar. Yo un día encontré un chico que tampoco comprendía por qué no tenía que escribirme en no sé cuantísimos días. Y aquí estamos, felizmente casados.

Carmen Amil