Desde que mi novia y yo nos fuimos a vivir juntas hace ocho años, Gisele, una chica de treinta y dos años muy tímida trabaja en nuestra casa. Por lo poco que nos ha contado en todo este tiempo lleva casada con su marido desde los diecinueve y tiene un hijo de doce años y una hija de diez. Es siempre muy educada y reservada, pero con el tiempo nos ha ido cogiendo cariño y nosotras a ella. Un día me preguntó si limpiaba los armarios y yo, que estaba ocupada (trabajo desde casa) le dije que sí sin pensar. Al cabo de media hora la vi salir de nuestra habitación, pálida como si hubiera aparecido Pennywise de debajo de la cama. Le pregunté qué le pasaba, si no se encontraba bien. Ella, por toda respuesta, me dijo que era su hora de irse, agarró sus cosas, nerviosa, y se fue. Me quedé sorprendida de que se fuera de esa forma tan brusca, y más aún cuando miré el reloj y faltaban quince minutos para el final de su jornada, que ella respetaba escrupulosamente.

Fui a la habitación a mirar lo que había ocurrido y vi el armario dónde mi novia y yo guardamos todo nuestro repertorio de juguetes abierto de par en par. Generalmente lo tenemos cerrado con llave, pero el cerrojo estaba estropeado y aún no lo habíamos arreglado. Se trataba de un armario grande con varios estantes profundos que se podían sacar, y cestas metálicas en la parte de abajo, con todos los productos bien clasificados (somos un poco maniáticas del orden). En la puerta tenemos pegado un póster con la palabra “Saturno” escrita con una tipografía creada por mi novia, que es diseñadora gráfica. Ella dice que lo creó porque el contenido de ese armario nos lleva a otro mundo, cosa que siempre me ha parecido entre graciosa y tierna.

Cuando volvió mi novia le conté lo ocurrido y no daba crédito. Primero nos reímos, no de Gisele, sino de lo cómico de la situación. Sin embargo, pasaron diez días sin que apareciera por casa. La llamamos para ver si estaba bien y no nos cogía el teléfono. Finalmente volvió e intentamos pedirle disculpas por lo ocurrido, pero no quiso ni hablar del tema. Se puso a trabajar e hizo que no había pasado nada. Sin embargo, a diferencia del día que se fue, ahora, más que incómoda parecía muy pensativa y absorta.

Pasado un rato nos preguntó si necesitábamos todo aquello que había visto.

  • No es que lo necesitemos, pero es una forma de divertirse, no tiene nada de malo- dije yo.

Se volvió a quedar pensativa.

  • Y esa cosa pequeña y alargada de color negro… ¿Qué era?

Esta vez fue mi novia la que contestó:

  • Es una bala vibradora. Tiene distintas intensidades y se puede usar en los pezones, las ingles, los labios el clítoris, introducir en la vagina o para estimular donde quieras.

Cada vez parecía sentir más curiosidad.

  • ¿Y el botecito que ponía “Always Virgin”?

 

Le contamos como el gel ayuda a engrosar las paredes de la vagina para que el conducto sea más estrecho y se disfruten más las relaciones y poco a poco nos fue preguntando por todos y cada uno de los muchos productos que teníamos en el armario. Pensaba que lo habría visto un momento y se habría marchado, pero parece que se había fijado más de lo que creíamos.

La charla se alargó hasta dos horas después del fin de la jornada de Gisele, y sentadas en el sofá las tres juntas hablando de juguetes, lencería y finalmente posturas, el ambiente se empezó a caldear. Resulta que esta chica tímida y tradicional, que se había casado temprano y tenía ya hijos preadolescentes, guardaba un ansia y curiosidad infinitas de conocer y experimentar. Casi sin querer, en medio de la conversación que ya se alargaba horas, le toqué un hombro y ella fue bajando mi mano hacia su pecho. Luego mi novia me besó, y Gisele la besó a ella cuando terminó. Finalmente acabamos quitándonos la ropa e invitándola a participar en nuestras fantasías unas horas más.

Cuando, después del fin de semana, Gisele volvió a casa, se le veía diferente. Estaba bromista y más comunicativa, más alegre. Pasados unos meses nos dijo que se divorciaba y se iba a vivir a Barcelona, que quería conocer más de lo poco que había visto hasta ese momento (vivimos en una ciudad pequeña de la que ella apenas salió). Nos despedimos de ella con cierta tristeza pero también alegrándonos por su cambio de vida y deseándole lo mejor. Ella nos dijo que nos escribiría de vez en cuando.

Meses después cumplió su promesa y nos mandó un whatsapp con fotos de su nuevo negocio. Había abierto un sex shop y llevaba una vida libre en una ciudad nueva y con infinitas posibilidades, que compaginaba con faceta de madre responsable cuando le tocaba estar con sus hijos. En las fotos, la Gisele alegre parecía pletórica, con una vida plena, y hasta nos pareció apreciar que tenía los ojos y la piel más brillantes.

 

Gordillera + Mooncake