El día que pillé a mi novio siéndome infiel

 

Resulta que llevábamos saliendo dos años y medio. Era mi primera relación, así que todo me parecía idílico. Nos queríamos mucho, o al menos yo le quería mucho a él. Él decía que me amaba, pero creo que simplemente demostraba tener mucha labia y poco sentimiento, al menos hacia el final de la relación. 

Os lo voy a contar y ya juzgáis vosotras mismas: durante las vacaciones de verano de mi primer curso en la universidad, invité a una amiga reciente a conocer mi pueblo. Mi madre se ofreció a dar un paseo con nosotras y contarnos historias sobre alguno de los edificios. Esa idea nos pareció maravillosa porque poco más podíamos hacer a esas horas tontas, en las que es tarde para merendar y temprano para empezar con las tapas. Así que allá que fuimos.

A todo esto, mi novio me había dicho que él estaría con una amiga que a mí no me caía especialmente bien. Yo por aquella época ya tenía la intuición femenina en funcionamiento y me parecía que esa no era una amistad normal. Sin embargo, hasta que no tuviera pruebas contundentes, solo podía expresarle que no me hacía gracia la idea, pero él era libre de quedar con quien quisiese. 

Volvamos al paseo con mi madre: ella mezclaba datos objetivos, con vivencias que había tenido en los lugares que visitábamos, para amenizar la charla. Nos detuvimos  delante de una estatua preciosa, donde empleó un rato largo en explicarnos mil anécdotas que ella tenía en ese lugar. Pero yo decidí acabar con la charla porque había una pareja muy acaramelada a la que le estábamos cortando el rollo, claramente, por estar mirando en su dirección. 

Ya os podéis imaginar quiénes eran.

Efectivamente, un rato después quedé con mi novio y él, que a esa distancia tampoco me había reconocido, se delató solito al contarme que creía haber visto a mi madre con unas amigas. Enseguida le saqué de su error y le expliqué quiénes eran, o éramos, las acompañantes de mi madre. 

Mi amiga iba en el asiento trasero del coche y creo que, a día de hoy, aún agradece haber llevado puestas unas gafas de sol opacas que le tapaban la expresión de incredulidad absoluta que debía tener ante tal conversación. 

Obviamente mi relación con ese chico no tardó mucho en irse a pique. Pero, si alguien le preguntase hoy en día, creo que él seguiría negando haber hecho nada. Su excusa era que la distancia interpersonal que mantenía con su amiga era menor que con cualquier otra persona. Sí, claro, por eso poco después de que nosotros cortásemos, él estuvo otro par de años saliendo con esa chica. En fin, la hipotenusa. 

 

Madamme Squelette