Del día que un niño me llamó “amiga” en lugar de “señora” 

Iba yo paseando cerca de la playa un día, con ganas de que me diese un poco el sol y la brisa de mar. Cuando tengo que recorrer distancias medias o largas, utilizo una especie de “moto” que se engancha a mi silla de ruedas, haciendo que pase de silla de ruedas manual a eléctrica. A mi “moto” la bauticé en su día como “Poderosa”, porque oye, una será una morena del montón, pero si el viento despeinando mi melena al acelerar mi cacharro me hace sentir como una actriz famosa empoderada recorriendo algún bulevar de Hollywood al volante de un descapotable que te mueres, pues lo digo y punto. 

Bueno, que me lío. Iba yo tan tranquila, cuando a pocos metros frente a mí me veo un grupito de niños de unos de 10 u 11 años. Conforme me iba acercando, uno de ellos empezó a gritar: 

  • ¡AMIGA! ¡AMIGA! 

¿Yo? ¿Perdona? ¿Es a mí? Pues mira tú, que era a mí. El chiquillo me había visto motorizada y había decidido que también quería una para él. Cada día los hacen más avispados, oye. Yo le respondí y con un par de palabras que tiraron por el suelo ese sueño que el niño tenía desde hacía 2 minutos, dejamos la conversación. Pero cuando ya me había distanciado, me quedé pensando: 

“Espera, que me ha llamado AMIGA, no me ha llamado señora, sino A.MI.GA.” 

Ahí es cuando me entraron ganas de correr tras él, darle un abrazo y preguntarle si quería ser mi amigo. Y hubiera sido una gran idea si yo no fuese una adulta motorizada corriendo tras un niño. Hubiera significado dar muchas explicaciones a los transeúntes. Y mucho papeleo para la policía si la cosa se pone chunga. 

Aún recuerdo la primera vez que me llamaron “señora” y me hablaron de usted. No tenía aún los 18 años. Era un restaurante tirando a fino, muy coqueto. Así que me lo tomé como un acto de cortesía por parte de la camarera que me atendió. En ese momento, hasta me gustó, me hizo sentir importante. INGENUA DE MÍ. 

Porque cuando te llaman señora, no es tipo “señora, que elegancia desprende”. No es tipo “señora, cuánta sabiduría debe acumular tras tantos años en estos mundos”. Suele ser tipo “señora, cuántas canas peina ya usted”. Es tipo “señora, qué mal se conserva”. Y sobre todo, es tipo “señora, tiene usted medio día más que yo, así que me otorgo el derecho a llamarla señora”. Resumiendo: TIPO SEÑORA MAL. 

Que oye, a mí me llamas señora porque me has visto leyendo en el parque y mi porte y saber estar te han hecho confundirme con una rejuvenecida Carolina Herrera (¡menuda presencia tiene la mujer! ¡Y qué bien huelen sus perfumes!) y mira, te perdono lo de señora y las décadas que me has puesto de más. Pero me llamas señora porque me ves estropeada a kilómetros y por ahí no paso. Ahí te puedo hacer viajar en el tiempo a tu infancia y que recuerdes a tu señora madre, porque saco la pantufla de repuesto que llevo en el bolso y ese tatuaje permanente no te lo ves venir. Como buena señora, en el bolso llevo de todo. 

Y lo que más rabia me da. Cuando me llaman “señora” las mamás o las abuelas. Ya sabes, la típica situación en la que una criatura está dando brincos tan alegre y llega su madre o su abuela para decir aquello de “deja pasar a la SEÑORA”. ¡Oiga usted! ¡Un respeto! Se pronuncia CHICA. CHIIII.CAAAA. 

Que vale, una silla de ruedas da cierto aspecto de “vejez”, de que, en lugar de atravesar los caminos de la vida, la vida te ha pasado por encima. Mis canas muy bien heredadas tanto por parte de padre como de madre no ayudan. Y cualquier otra cuestión relacionada con mi aspecto de “señora” es más por pereza que por “señoridad”. Una acaba de estrenar la etapa de los 30 (vale, la estrené hace casi 2 años). Soy una jovenzuela en la mejor etapa de la vida. ¡Hombre ya!

Mia Shekmet