Cualquier ser humano que se haya acercado a un centro comercial un viernes por la tarde o un sábado a cualquier hora (domingo también, si hablamos de ciudades grandes) puede imaginarse que trabajar allí tiene sus peculiaridades, por decirlo de manera suave. En otras palabras, hay gente que te trata peor que a la mierda seca que lleva en el zapato, hay otra gente que espera de ti que tengas un master en todas y cada una de las áreas de tu tienda, da igual si en tu tienda se venden libros, móviles, ordenadores, satisfyers, videojuegos, aspiradoras y cámaras de fotos; y hay todavía más gente que no se da cuenta de que atender a cientos de personas al día te hace un pelín resbaladiza a todo lo que les ocurra a esas personas. Exacto.

Hay quienes sonreímos más y quienes sonreímos menos, estamos las más amables y las menos amables, pero os puedo prometer que, a la hora de la verdad, detrás de esa sonrisa (o no), enmascarada por esa amabilidad (o no), hay una profunda indiferencia a lo que le esté pasando al cliente o clienta en cuestión. Tu hijo de altas capacidades, la comunión de tu sobrino, el cumpleaños de tu hermana y la forma de sus orejas esa tan rara que hace que ningún auricular le vaya bien, la no-comunión de tu hija, que al final va a recibir más regalos que si se graduara cumlaude. Nos da igual, así, a rasgos generales. Incluso es bastante probable que pensemos que te lo estás inventando, no te digo más. 

Sin embargo, no siempre es así. Hay personas que, un poco contra todo pronóstico, acaban convirtiéndose en favoritas y terminan sacando lo mejor de cada una de las trabajadoras y trabajadores de la tienda en la que trabajo. Es el caso de Bis.

Bis es un señor que compra el mismo cd de jazz y lo devuelve, y lo compra y lo devuelve, una y otra vez. De vez en cuando cambia de cd (siempre de jazz) y empieza un nuevo bucle. Por eso le llamamos Bis. El tema es que, hace poco, Bis pretendía que le encargáramos un montón de discos, y bueno, teniendo tan claro que luego los iba a devolver, mi jefa decidió decirle que no. Con toda la amabilidad y tranquilidad del mundo, le explicó que no quería arriesgarse a hacer semejante pedido y a que luego lo devolviera.

Luis ―ya es curioso que su nombre real rime con el que le habíamos puesto en la tienda― fue súper honesto con sus circunstancias. Él actúa así debido a un trastorno psíquico, y lucha día tras día por evitar este tipo de comportamientos que no le benefician en nada y que tantos problemas le han traído en otros comercios. Hay veces que logra vencer al monstruo, tal y como lo denomina él, pero otras veces necesita hacerlo para evitar una crisis de ansiedad. Después de aquella conversación con mi jefa, Luis habló con dos supervisoras de su piso tutelado y los tres juntos enviaron un audio al móvil de la tienda en el que proponían un plan para ayudar a Luis con el asunto del bucle, y de paso evitarnos a nosotras tantísimas devoluciones.

Fue muy entrañable escuchar cómo Luis les había hablado de lo bien que le tratamos en la tienda, que por lo visto no era en todos los sitios así. Desde entonces hemos conocido a sus supervisoras, hemos hablado con Luis, hemos sabido que el mal tiempo le deprime, pero que el sol le pone muy contento, al igual que el jazz, por supuesto, y, lo mejor de todo, que le encanta que le llamemos Bis.

Sigue viniendo a vernos cuando el tiempo se lo permite, e incluso algún día de lluvia también, porque somos, dice, un lugar seguro.