Era una noche fría de otoño y tenía una cita en el centro con Pablo, mi última conquista de Tinder. Un cuarentón muy mono, dentista, y amante de la naturaleza. Yo llevaba a petición de él un vestido rojo con pedrería que me había visto en fotos, medias negras, tacones rojos y labio rojo putón. Él iba con traje y corbata a petición mía. Iba a ser una cita cosmopolita en un lugar cool de cocktails caros que nos iban a dejar como a Massiel en una boda.

Tras 4 mojitos, Pablo se reía de cualquier parida que yo dijera. Este chico con un poco de ron se reía de una esponja. Pero era mono y además juguetón. Debajo del mantel me acariciaba las piernas con la mano.

– Tienes un cuerpo precioso. Me encantas en medias.

– ¿Y del vestido no dices nada? Porque es la joya de la corona. Tú también estás muy guapo de traje.

– El vestido es muy bonito pero las medias me encantan.

– Aha… Bueno, es la primera vez que lo escucho pero vale. La verdad que vamos muy guapos. Parecemos ejecutivos agresivos que vamos a cerrar una negociación.

– Podemos cerrarla, si tú quieres ;)

– No esperaba menos ;)

 

Cogimos un taxi porque con tacones no andaba más de 10 metros sin parecer un pingüino. Llegamos a su casa pronto y empezamos a darnos el lote ya en el ascensor, por el pasillo se perdió el calzado, y al entrar en el salón ya casi estábamos desnudos.

 

– Espera, no te saques las medias.

– ¿Eh?

– Por favor, me da muchísimo morbo. Déjatelas puestas. Hazlo por mí.

– Pero a ver… No voy a agujerearlas. ¿Cómo vamos a…? Bueno, ¿quieres…?

– Sí, claro, simplemente bájatelas un poco, pero no te las saques del todo.

 

En fin, el chico estaba muy bueno así que dije «bueno, vamos a probar». No sé si habéis intentado alguna vez follar con medias  a la altura del muslo, pero no es que tengas mucha libertad de movimiento. Yo estaba tumbada, me subió las piernas y empezó a darme candela mientras me lamía un pie con la media puesta.

Y a ver. No es que fuera lo peor del mundo, pero me vino un poco grande. No me esperaba yo a un dentista comiendo medias, la verdad. Y las medias me comprimían un poco así que iba a decirle de parar pero noté que le faltaba poco. Entonces se saca el condón y empieza a correrse.

 

– No te corras en…

 

Pero ya era tarde señora…

Sí, amigas. Hoy en los 10 mejores ataques de ansiedad de la historia: Mis medias lefadas.

 

– What a fuck, gilipollas!!!! ¿Pero cómo te corres en las medias, qué quieres que vaya por toda la ciudad con un lamparón en las piernas? ¿Busco a un programa de Zapping para que me grabe y quede en la memoria de los españoles por los anales de la historia?

– Perdona, no pude controlarme. Pero eso limpiándolo bien, sale.

– Me da asco tío, No voy a pasarle un trapito y llevármelas a mi casa.

– Espera…

 

Se va y vuelve con una bolsa enorme llena de medias sucias.

– Échala aquí si quieres?

– ¿Estás de coña? ¿De dónde cojones has sacado todas esas medias?

– Pues algunas las colecciono, otras las compro para mí. Es un fetiche.

 

En esa bolsa seguramente había más hongos que en una aldea de pitufos. Y esas manos. Dios mío, sus manos. Esas manos igual han pasado por 14 cepas diferentes del cólera. Madre mía la paranoia, madre mía mis medias lefadas, madre mía el frío de Otoño. Hijo de una hiena!

Renuncié a mis medias y me fui con las piernas al aire sufriendo el frío hasta que encontré un taxi. Moraleja: aparte de bailarinas, llevar repuesto de medias.

 

Autora: La Julieta del Tinder

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