¡Hola hermosas!

Hoy vengo a contaros el mayor de los follodramas que jamás he presenciado en mi corta existencia.

Situémonos: los hechos sucedieron en una noche normal y corriente de invierno. Tras un día largo y tortuoso llegué a casa dispuesta a mejorarlo un poco a base de una sesión intensiva de onanismo. Y antes de proseguir he de contaros que mis sábanas se han visto recientemente revolucionadas gracias a un pequeño aparato electrónico llamado Satisfayer Pro 2.

Oh si mamma! Para las que no lo sepáis, y ya estáis tardando porque, hijas mías, este es el mejor invento jamás creado por la humanidad, lo cual me hace preguntarme muy fuerte por qué esta gente no gana el premio Nobel … Pero eso ya para otro capítulo. El caso es que el Satisfyer Pro 2 es un vibrador, que digo un vibrador: un milagro materializado en forma de vibrador. Para ser más técnicas, es un “succionador de clítoris” y aaaaaaaaaaaamigas que técnica, que método y que saber hacer en tan poca superficie.

El amigo Satisfyer es un verdadero portento de entre los de su especie y mira este post no está sponsoreado, os lo prometo. Esto os lo cuento altruistamente para haceros el favorazo del año. En mi caso la llegada de este fenómeno a mi vida se lo debo a mis amigas de la uni, que me lo han enviado por mi cumple. A lo cual he de decir que el paquete en el que llega es muy discreto, todo forrado en papel blanco. Que no es que tenga yo ningún problema con tener un vibrador, si lo proclamo a los cuatro vientos ya me veis, pero el ratito incómodo con el mensajero pues me lo ha ahorrado. Así que chicas, si me estáis leyendo … Gracias se queda corto, porque el Satisfyer no debería ser una opción, sino un derecho constitucional de toda lady que aprecie su disfrute propio.

Volviendo al hilo de la historia, estaba yo inmersa en mi rutuina satisfáyica de confianza: que si nivel uno, que si nivel dos, que si uy el tres que bien, que si venga valiente súbele al cuatro. Cuando (en cero coma, porque este bicho os eleva al cosmos antes de que os deis cuenta) empiezo a notar ya el gusanillo orgásmico que me recorre. Se nota, se siente, el orgasmo está (casi) presente. Y cuando más ardía, en una escalada continua de placeres adultos, cuando ya no quedaba nada, cuando ya podía arañar con la punta de los dedos la caja de pandora de todos y cada uno de los deleites eróticos existentes en el universo, cuando el abismo ingrávido de lo inmaterial se hacía paso para absorberme … ¿Qué pasó? QUE SE ME ACABÓ LA BATERÍA DEL SATISFYER y me quedé más a medias que una frase de Mariano Rajoy.

Sí amigas, lo sé, suena a drama millenial del primer mundo. Y lo es. Pero de verdad, pensadlo. Pensadlo profundamente y sabréis la terrible decepción que invadió ese hueco en mi corazón que en aquel momento debería haber estado ocupado por un señor orgasmo.

Y es así como este pequeño aparato ha llegado para cambiar mis prioridades vitales por completo. ¿Cómo? Pues resulta de la consulta que solo tengo un adaptador para el cargador, y aunque mi móvil esté al borde del colapso con un 7% de batería ¿sabéis qué he puesto a cargar? That’s right amigas. El Satisfyer. Que le den al móvil, al Whatsapp, a la alarma y al mail. Donde estén esas ondas cavitacionales directas al epicentro de la felicidad que se quiten las microondas freidoras de cerebelos del smartphone.

A este blog pongo por testigo que mi Satisfyer jamás volverá a pasar hambre.

Kapricornio kansá