El otro día estaba en Instagram, concretamente en la sección esa de descubrir donde te salen un montón de mierdas raras (fotos de gatitos, videos de gente explotándose granos, escenas de pelis…) y apareció ella… Taylor Swift. Pobre muchacha, que no me ha hecho nada, pero es que le tengo una manía que no la puedo contener. En ese momento me acordé del follodrama que me hizo odiarla y pensé “pues voy a contárselo a mis queridas Loversizers para que se echen unas risicas a mi costa”, así que aquí estamos.

Yo tenía 21 años y era una joven estudiante universitaria en la flor de la vida. Salía, bebía y reía mucho. Vamos, lo que hago ahora. La diferencia es que antaño las resacas me duraban una hora y ahora una semana.

Entre clases y fiestas me enchoché de un chico de clase que era “el terror de las nenas”. Ya sabéis, el típico guaperas del que huyes a los 30 años pero del que te encaprichas a los 20. Durante los años previos de uni nuestra relación había sido normal. Si nos veíamos por la calle nos saludábamos, pero tampoco éramos amigos ni nada más. Todo cambió en las fiestas de medicina.

En la ciudad en la que estudié todas las semanas había fiestas: de medicina, de derecho, de matemáticas, de psicología… Yo estudiaba trabajo social, pero me apuntaba a todas, y tal y como os decía, en las fiestas de medicina surgió la magia con este muchacho.

Estaba en un bar con mis amigas y de repente entró él. Yo ni me enteré, pero él me vio y vino a saludarme muy efusivo. Me pareció un poco raruno pero bueno, le seguí el rollo tan feliz.

Empezamos a hablar y parecíamos amiguísimos de toda la vida, y de repente el chico me soltó la frase: “Me gustas desde hace mucho pero no me atrevía a decírtelo”. Probablemente lo dijo para enrollarse conmigo (o no, quién sabe). Le funcionó. Nos dimos el lote durante horas y acabamos en su piso.

El caso es que en un momento del acto sexual (qué finolis), él me tenía a cuatro patas (ya no soy tan finolis) y me dio por girarme para verle la cara. Sorpresa la mía cuando le veo mirando el móvil. Reconozco que era un pelín inexperta por aquellos tiempos, ¿pero tan mal follaba para que se aburriese y mirase el móvil?

Obviamente paré y le pedí explicaciones, y lo que pasó a continuación me lleva persiguiendo toda la vida…

“No verás… No es que no me pongas… Es que… Necesito ver fotos de Taylor Swift porque sino no me corro.”

Tomaos unos segundos para imaginar mi cara. Estaba descompuesta. No entendía nada. Parecía un cuadro de Picasso. El puto Guernica era yo.

El muchacho se debió pensar que yo no me creía la historia así que me enseñó el móvil. A todo esto, yo estaba muda sin saber ni como reaccionar. Efectivamente tenía una foto de Taylor Swift. Bueno, una no… ¡Una carpeta entera que me enseñó mientras decía “¿Ves? ¡No te miento!”. Yo seguía sin hablar.

Cuando me recompuse me vestí y me marché y el chiquillo este y yo no volvimos a mediar palabra. Os juro que jamás me había pasado nada igual y me dio tanta vergüenza que no se lo conté ni a mis amigas. Es más, no descarto que me lea alguna chiquilla de la universidad y piense “hostia, a ese chico me lo tiré yo, el zumbado de Taylor Swift”.

Desde entonces odio a esa muchacha y os juro que es algo irracional, pero cada vez que escucho sus canciones me entra una mala leche en el cuerpo que no puedo remediar.  

 

Anónimo

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