Soy de esas personas que dicen que no beben alcohol, sólo cerveza. Como si me estuviera auto convenciendo de que no soy una borracha en potencia. Me considero muy sociable y no me cuesta nada hablar con desconocidos o hacer el ridículo de primeras, es algo innato en mí.

Cuento todo esto porque siempre tengo que dar explicaciones de por qué no bebo ni ron, ni vodka, ni ginebra. Algún chupito de tequila cae, tampoco os voy a mentir. Pero con la cerveza y mi tendencia a hablar sin parar tengo las quedadas hechas. 

A lo que vamos, os pongo en situación, mi primer día de trabajo. En esa empresa había bastantes personas trabajando pero estaba en mi salsa conociendo gente. De repente ahí estaba, un chico demasiado chulo para mi gusto que me miraba mucho y no en el sentido de ligar. Me ponía nerviosa nivel: te tengo que hablar ya y así me quito este trámite de en medio.

Cada vez que salía a fumar ahí estaba  y menos mal que dio él el paso de saludar porque bajo presión la suelo cagar; pero bueno ya estaba, ya me había dado cuerda. La verdad que era un chico majo, miraba mucho y hacía mucho por coincidir conmigo para fumar. Un par de días después en el descanso hablamos de tomar algo a la salida con otros compañeros del trabajo y evidentemente acepté. Éramos 6 en la mesa pero, ¿sabéis esa sensación de estar rodeada de gente pero notas como alguien sólo habla contigo y le da igual el resto de personas? Ahí si sentí que estaba ligando conmigo.

Desde el minuto uno no paraba de decirme que le sonaba de algo, que de dónde era, dónde había trabajado o por dónde suelo salir a tomar algo. Yo no paraba de repetirle que él no me sonaba de absolutamente nada, la verdad por delante por supuesto y que no es el tipo de chicos en los que me suelo fijar, “DEMASIADO MODERNO” le dije y “QUE VESTÍA ROLLO FAMOSEO” (yo siempre quedando como una reina). Yo estaba a cervezas y más cervezas y evidentemente me preguntó que por qué no me pedía algo más “fuerte” si estaban todos a copas y le dije mi frase estrella para esos momentos: “el gin-tonic me sabe a suegra” (yo sin haber probado un gin-tonic en mi vida).

Risas, me dice que le gusta como hablo y se interesa por mis hobbies. Continúa analizándome y me pregunta por mis gustos musicales. Le digo que escucho de todo, absolutamente de todo MENOS RAP. Notaba ya como su cara iba cambiando y en mi cabeza yo seguía sin hilar nada, pero no me faltaban cervezas en la mano y eso conlleva que hable mucho más y con menos filtro. El chico estaba muy empeñado en saber de qué le sonaba y yo insistía en que no me sonaba de nada, lo juro. Llegó el momento clave: ¿por dónde sales de fiesta? Enumero dos o tres garitos de la zona y se queda parado. En mi mente ya estaba sonando la sintonía de “qué apostamos, qué apostamos” y sí, el camarero de ese bar era mi ex pareja.

Me dice: “voy mucho a ver al camarero, es uno de mis mejores amigos”. ¿Perdona? ¿Tres años de relación con mi ex y no sé quién es ese chico? Le cuento que soy la ex del camarero y que sigo sin saber quién es él, evidentemente él ya sabía quien era yo y su cara cambiaba a peor. No contenta con esto me cuenta que quiere emborracharse más (yo ya estaba como las Grecas) porque al día siguiente tenía una importante reunión con una productora. “¿Productora? ¿Ahora eres cantante?” Le dije muy salada. Resulta que sí y además de rap. ¡Rapero! Después de decirle que vestía rollo famoseo, que no me gustaba el rap, que no me sonaba de nada…yo no sabía donde meterme, así que actué con normalidad y seguí bebiendo.

Decido escribirle a mi ex con el que tengo muy buena relación, le cuento la situación y me pasa su Instagram…18,5M seguidores. Mi cara un Pollock. No contenta con esto, nos multan. Deciden pillar alcohol e ir a su casa. ¡Oh, dramita! y volvemos a la discusión que tanta pereza me da: que solo bebo cerveza. Es verdad que a esas horas nadie vendía cerveza y lo único que tenían era ginebra de contrabando malamente comprada en la calle. Cedo por las circunstancias , pero sobre todo por la vergüenza acumulada en toda la noche.

De camino a su casa unos chicos nos paran para hacerse fotos con él. La verdad que tenía hasta ganas de beber esa ginebra que durante años por personaje y cabezona había dicho que no me gustaba. El resto de la noche no tuvo ningún sentido porque bebí un poco para olvidar. 

Y esa fue la noche que probé a disgusto el gin-tonic (y repetí porque necesitaba olvidar semejante metedura de pata). Puedo decir abiertamente que mi frase estrella es cierta: “El gin-tonic me sabe a suegra” y que nunca más voy a volver a engañar a mi querida cerveza que tantos buenos momentos me ha dado. 

(Como aclaración no digo suegra en tono despectivo, me he llevado bien con todas las suegras que he tenido).

 

Sandra Regidor