“Nosequién te ha añadido al grupo nosecuantos” son las palabras más odiosas de la vida, pero si encima a lo que se te añade es a un grupo de whatsapp para una boda, te quieres morir. No me gustan las bodas. No tengo nada en contra de que la gente se case, ellos verán, pero que no me inviten, no pasa nada, no lo van a notar entre 300 invitados, y yo me ahorro de 150 a 200 euros y puede que un poquito más. Todas contentas. Pues no.
La gente se empeña en invitarme a su boda, y pasa lo que pasa, que en el 2023 me junté con cinco bodas para las que “tenía” que llevar cinco outfits distintos y para cada una de las cuales tenía (esta vez sin comillas, porque esto sí que es siempre obligatorio) que desembolsar entre 150 y 200 euros. Toma y haz cuentas. Todo este gasto para ser invitada a una fiesta que suele ser un poco cutre por definición (para mi gusto al menos, ¿eh?): discursos empalagosos, chalecos de raso, tocados de pelo horrorosos, maquillajes exageradísimos, música comercial de Dj trasnochado… Pues eso, que las detesto.
Pues el año pasado, como digo, cinco bodas. Una de ellas de Iñigo, un amigo muy cercano que siempre había compartido mi visión del negocio de las bodas (negocio para los novios, en este caso, al margen del negocio que supone para restaurantes y comercios, claro). Y para la boda de Iñigo en concreto fue el whatsapp que me llegó una noche en la que yo estaba tan tranquila en mi sofá. Yo ya estaba mosqueada desde que anunció que se casaba, porque pretendía ir de boda alternativa y fuera de lo típico, pero enseguida se vio que para los invitados sería lo de siempre: un desembolso exagerado por una fiesta que nadie había pedido.
¿Me quieres decir cómo amortiza 200 eurazos una persona a la que no le entran seis platos de comida y que no se bebe más de tres cervezas? Y la cosa es que Iñigo siempre había estado de acuerdo conmigo en este asunto, ¿cómo cambia de opinión de la noche a la mañana y encima hace como si nada? Pues eso, yo ya estaba caliente nivel que ni siquiera me apetecía ir. Y van y me añaden a un grupo de whatsapp “Boda de Iñigo y Leire” donde se iba a hablar tanto del regalo de boda como de la organización de la despedida de soltero, y donde, de entrada, atención, se proponía poner un bote de 350 euros cada uno: 200 para el regalo-putada y 150 para la despedida.
Bueno, pues indignada es poco; me entró semejante rabia que tenía que contárselo a alguien que no estuviera en el grupo, así que agarré y le mandé un audio a mi prima, de esos que parecen podcasts y que la gente escucha en x2 pero a mí me da igual porque lo importante es soltar la mierda. Mi prima conoce a Iñigo lo suficiente como para que flipara también cuando le conté el tipo de boda que iba a hacer, así que contaba con su comprensión ya de antemano. Me vine muy arriba y lo puse de hipócrita, de egoísta, de poco empático con la situación financiera de sus colegas, de calzonazos porque todo esto lo estaba haciendo porque a su novia se le había puesto en la punta del coño (textual) y decía bien claro que no me apetecía una puta mierda ir ni a la despedida, ni a la boda, ni a nada. Me respondió enseguida, la verdad, solo que quien me respondió no era mi prima, sino el hermano de Iñigo, de muy mala hostia, lógicamente. Cuando me di cuenta de la cagada quise morirme treinta veces.
¿Cómo podía ser yo tan gilipollas de haber mandado semejante audio al grupo? ¡No solo me iban a odiar los casi 50 miembros del grupo, sino que fijo que alguno se lo decía a Iñigo! De repente solo tenía ganas de meterme en la cama y no salir jamás. Llamé a mi prima y le conté todo, y ella me dio la solución: “tienes que disculparte, diles que te han despedido del trabajo y que estás muy afectada por esa razón y lo has pagado con quien no debías, y a partir de ahora dalo todo en la despedida y en la boda”. Era una solución horrible pero era la solución.
Yo, que había querido mandar ese audio a mi prima para coger y pirarme del grupo inmediatamente después, no solo tuve que quedarme; no solo tuve que pasar la vergüenza de inventarme mentiras que justificaran mi cabreo; lo peor de todo es que acabé siendo la organizadora de la despedida, del regalo, de la sorpresa, y me sentí tan obligada a currármelo tanto, que el día de la boda Iñigo me dio las gracias públicamente durante el discurso, mientras su hermano me miraba con cara de asesino.
Eso sí, no he vuelto a mandar un audio sin asegurarme por lo menos tres veces de que el destinatario era el correcto.