No puede más, debe salir de ahí. Necesita aire puro.

Llaves en mano, casco en la otra. Portazo. Arranca. Vuela.

Conduce sin rumbo. Sin mirar atrás. Necesita alejarse. Quiere escapar de su sombra. No le importa dónde va, no lo sabe. Sólo quiere salir, huir lejos. Quiere dejar atrás el agobio, el encierro, la presión.

Rápido. Las luces de los coches pasan como rayos en una tormenta. La realidad se confunde con la imaginación, con los sueños, con las pesadillas. Sólo avanza más y más. Sin rumbo, sin norte, sin sur.

Las manos frías por el viento y la lluvia, luchan por seguir aferradas al manillar. Su fuerza persiste, pero le queda poco. Cada curva es una oportunidad de esquivar de lo que huye.

Lágrimas caen por sus mejillas. Su corazón sangra. Rabia, dolor, ira, tristeza. 

Sus ojos se empañan. Apenas vislumbra el asfalto. No le importa. Sigue volando en la oscuridad. Intenta que la velocidad arranque los pensamientos de su mente. Quiere olvidar todo por un momento. Necesita silencio, calma, paz.

Un último esfuerzo, último acelerón, última curva. Quizás ésta sea la definitiva.

Desacelera. Frena. Ha llegado. Sabe dónde está. Ya estuvo aquí antes, mucho antes.

El motor deja de rugir. Avanza hasta la orilla de la solitaria playa. La luna refleja en el mar su tristeza. Olas cubren la orilla de un manto blanco. No está sola. Está el faro, su faro. Silencios rotos por el mar.

Tumbada sobre la arena sueña. Las gotas de lluvia se confunden con las amargas lágrimas de sus mejillas. Lágrimas que se lleva el mar, el mar donde un día comenzó su historia.

 

Libre al fin. Lo ha conseguido. Vuelven recuerdos lejanos, recuerdos casi olvidados. Instantes vividos que quedaron arrinconados por nuevas experiencias. Viejos recuerdos que ahora inundan su mente, ahogan su corazón con viejas emociones.

Él y ella, un verano, la playa. El destino quiso juntarlos allí, en ese mismo lugar. Dos almas destinadas a encontrarse, a fundirse y… separarse.

Juegos en la arena. Las olas testigo. Aquel verano. ¿Cuánto hace? No lo recuerda. El tiempo corría cuando estaban juntos, los segundos, horas en la ausencia. ¿Por qué él? ¿Por qué ella? Inocentes, ajenos al futuro. Viviendo el momento. Unos críos con toda la vida por delante.

Siempre agradeció haber ido a parar allí, a aquel pueblecito solitario, que apenas salía en los mapas. La vida adormecía entre melodía de olas que bañan la arena.

Niña alegre, de sonrisa fácil y verdad en sus ojos. Se divertía con todo, y lograba borrar las tristezas de los que estaban a su alrededor.  Eran distintos, pero en el fondo eran almas gemelas. El destino trazó sus caminos y corrieron en paralelo.

Los años pasaban, abriendo nueva vida a dos adolescentes. Los juegos de playa dieron paso a conversaciones, a miradas pícaras y tímidas, a sonrisas cómplices y traviesas. La amistad se fue convirtiendo en algo más, aún demasiado débil para afrontar la realidad. No sabían mucho de la vida, de lo que era ser mayores, pero eso no les preocupaba. Pasaban los días juntos en aquella playa, salían a pescar o a tomar un helado. Chocolate para ella, vainilla para él.

Cada verano era una nueva aventura. Días llenos de magia y de color. Las cartas de invierno mantenían vivo el fuego del reencuentro. Maduraban. Ellos no habían cambiado, pero nacía algo más. Sonrisas cómplices, besos, caricias, ¿amor?

Él fue el primero, y el último. Una noche soñaron juntos. El mar en calma. Suaves olas en la orilla. La luna llena bañaba la playa con luz de plata. Las estrellas brillaban violentas en el cielo. Tumbados en la arena, cuerpo con cuerpo. Hablaban y contemplaban el universo. Ellos sólo eran un pequeño punto la playa, en su mundo. Pero eran todo el uno para el otro. Juntos, rozándose. Sus corazones, dos locomotoras a toda marcha. Con miedo de dar un paso más. Con que la magia muriese. No, no querían separarse.

Una estrella fugaz, un único deseo. Se miraron, el miedo se había ido. Sólo amor en el corazón. Una mirada sincera, y sus cuerpos se acercaron. Sus labios se rozaron, suavemente al principio, con confianza y deseo después. Pasaron esa noche bajo las estrellas. Esa noche lo cambió todo y dio lugar al inicio.

 

Fueron compañeros de viaje. Juntos por la playa, playa donde ahora la joven llora amargamente al recordar. Temían que el frío invierno apagara su inocente fuego. Ellos no lo veían, se miraban a los ojos y caminaban de la mano, pero sus huellas eran firmes. Eso fue sólo el comienzo del viaje.

Cuando las noches empezaron a hacerse más cortas se hicieron promesas. Promesas firmes, promesas de seguir sintiendo aquello el uno por el otro, pasara el tiempo que pasara, y estuvieran donde estuvieran.

Pronto las hojas de los árboles comenzaron a oscurecer. Manchas de nieve en los picos de las montañas. La distancia pasaba factura. Eran jóvenes, tenían fuerzas para luchar, tenían ganas de vivir, de arriesgar. Si no arriesgaban, nunca ganarían.

Hicieron su apuesta. Apostaron por ellos.

 

Hoy ella vuelve al pueblo. De día pasea inquieta por sus calles. Ha caminado hasta el faro. Él no ha aparecido. Sueña despierta con lo que el nuevo verano les tiene preparado. Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que se vieron. Sus cartas eran cada vez más largas. Hablaban de amor, de ganas de volver a verse, de abrazarse, de besarse como aquella primera vez.

Este año se está retrasando. Tarda en llegar. La espera se hace interminable. Por las noches sueña con él, con ellos.

Suena el timbre. Los padres, pero él no está con ellos. Quizás le tenga preparada una sorpresa. Siempre la tiene. Parecen tristes. Empiezan a hablar, pero ella no los oye. Dos lágrimas caen por sus mejillas. Tiembla. Le ayudan a sentarse, pero ella no quiere estar ahí. No quiere escucharlos. No quiere creerlos. La noticia le aterra. Su corazón se encoge. Sus ojos han perdido el brillo que tenían, su mente huye rebelde de la realidad. Se aleja más y más. No quiere seguir oyendo lo que esas voces lejanas dicen. Sigue sentada, pero ella ya no está allí.

Vuelve a su playa. Olvida todo. Comprende. No volverá. Su corazón sangra hecho añicos. Y llora, llora…

Y sus lágrimas vuelven al mar, al mar donde un día empezó y murió su historia, su historia de amor.

 

– La Coleccionista de Soles

10 de diciembre de 2013

Madrid, España.

 

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