Quiero contaros mi experiencia en el peor trabajo de mi vida. 

Había terminado de estudiar y, mientras salía algo de lo mío, empecé a echar currículums en todas las ofertas de trabajo que encontraba ya fuera por Internet o en persona. Hice varias entrevistas, pero no me llamaron de ninguna hasta que me contactaron de esta empresa. 

Una empresa joven, llevada por un grupo de chavales de apenas treinta años, pero con muchísima experiencia en el sector: la venta telefónica de electricidad. Todo esto fue mucho antes del Covid y las subidas brutales en los precios de la luz, cuando todavía había una competencia y unos precios relativamente normales. 

Allí que me fui a una segunda entrevista, en este caso grupal. Todo salió genial pese a ser mi primera entrevista de este tipo y me acabaron seleccionando. Empecé ese mismo día haciendo un par de llamadas de prueba y vendiendo un contrato en apenas cuarenta minutos que estuve allí. 

Mi contrato oficial comenzaba al día siguiente. 

Llegué súper emocionada, viví aquella primera charla antes del turno como si estuviera en una película. Si habéis trabajado de comercial sabréis a qué tipo de charla me refiero y si no os digo que un flipado se pone allí delante de todo el grupo a contar su experiencia vendiendo muchísimo, a decir frases motivacionales vacías y a no dar ningún consejo que pueda funcionar en la realidad. 

Recuerdo vagamente lo que les decía a los clientes con los que hablaba por teléfono. Por supuesto que eran personas que no habían mostrado ningún interés y que no eran clientes antiguos ni nada de eso. Pero eso yo no lo sabía. A mí me habían dicho que estos eran clientes a los que ya se les había hecho el cambio de contrato el año anterior, que ahora habían cumplido un año y que había que ponerles el contrato nuevo que tenía mejores precios, que se lo hacíamos todos los años porque nosotros éramos su asesoría. Yo me lo creí, como todos mis clientes, lamentablemente. 

Porque, joder, vendí muchísimo. Era de las que más vendía, aun así, tenía que luchar todos los meses para conseguir las comisiones correspondientes porque siempre acababan poniéndote pegas para no pagarte. Todo iba bien, fuera de esas guerras por las comisiones, el ambiente de trabajo era muy bueno, éramos casi todos unos críos que nos lo pasábamos pipa durante y después del curro pues habíamos hecho muy buena piña y hacíamos muchos planes. 

Pero, porque siempre hay un pero, un día vi algo que no tenía que ver: los precios reales de los contratos que estábamos vendiendo. Digamos que a mí me habían dicho que al cliente la luz se le iba a cobrar a X y en este documento vi que en realidad se la estábamos cobrando a X*2.

Otra compañera también lo vio y lo preguntó, la despidieron en menos de un minuto, montando un espectáculo lamentable (mis jefes, no ella). Así que no dije nada, pero empecé a buscar de nuevo trabajo como una loca. No podía dormir, no podía comer porque tenía el cuerpo del revés, solo podía pensar en toda la gente a la que había estafado, tardé un mes en encontrar otra cosa e irme corriendo de allí, así que en total estuve seis meses mintiendo a la gente (si es verdad que el último mes apenas vendí nada), han pasado muchos años y aún no lo he podido olvidar y os aseguro que esas prácticas están más vivas que nunca así que cuidado vosotras y, sobre todo, cuidad de vuestros familiares más mayores.

Anónimo