Cada quilo tiene un precio, pero no hablo de un precio emocional, mental, físico… qué también… ni de lo que nos ha costado meter un quilo más en nuestras lorzas, no, hablo de lo que nos va a costar sacarlo, más allá del sudor y las lágrimas, en euros o en pesetas de toda la vida, lo que os guste más.

Porque yo no sé vosotras pero por experiencia propia os diré que nunca he encontrado un endocrino que me propusiera una opción personalizada para mí (repito que es mi experiencia personal).  Es llegar a la consulta y encontrarme con un señor/a de turno que después de mirarme con más buena o mala cara me saca un papelito de un cajón que suele llevar en negrita las terroríficas palabras “dieta de 1000kcal diarias” o si estás de suerte “dieta de 1200kcal diarias” para citarme dentro de un mes para la primera ronda de pressing catch con la báscula.

Viendo esto yo ya cada vez que me miro en el espejo y me digo “no puedo más”, me armo de valor, me mentalizo y me repito cual mantra “toca hacer régimen, toca hacer régimen”, noto como mi billetero empieza a temblar más que mi culo en clase de zumba. Por que sí, hacer régimen es caro o carísimo dependiendo de qué opción escojas.

A mis 31 años y diez mil dietas a las espaldas os diré que tengo claras unas cuantas cosas: me niego a comer cosas que salgan de un sobre a modo de polvos de “crepes de chocolate belga” (hay que ser muy cabrón para llamar a eso “chocolate”); me importa tres pepinos lo que comieran los del paleolítico (¿si la evolución nos libró del taparrabos porqué diablos debería querer volver a la comida de antes de mcCristo?); y sobre todo, paso y mucho de pasar hambre, que aquí una se pone a patrullar alrededor de la nevera cual Orco a las puertas de Mordor cuando le suenan las tripas.

Total que con esto aprendido de anteriores dietas, cada vez que decido volver a saltar al ruedo, me tiro la vida buscando a qué médico ir, qué dieta probar, y cómo leches voy a pagarlo. Porque claro, ya no son solo las visitas, son también lo que te hacen comer. Que la comida eco está genial, pero coño, que a veces cuesta más cara una zanahoria eco que 250gr de caviar de beluga. Y así, empieza mi periplo cíclico para perder peso porque mis quilos son como Jesús, se mueren y a los 7 días ( semanas, meses, o años) resucitan.

Y no sé vosotras, pero yo ya estoy harta de pasearme por consultas médicas que me cuestan un riñón y que me sacan una dieta personalizada de un cajón llena de fotocopias, que me miran por encima del hombro sin escucharme (porque yo no peso lo que peso a base de donuts señores, que aquí igual hay algo más) y que me proponen maneras rocambolescas para adelgazar que o me tienen todo el día en la cocina para hacer simplemente el desayuno, o currando para echar horas extras y pagar la puta dieta. Y al final, tengo la sensación de que hay muy pocos profesionales que realmente te quieran ayudar y que sepan lo que están haciendo (porque sí, hay vida más allá del bocadillo de pavo del desayuno y más desde que leí la etiqueta del pavo).

Así pues, aquí estoy, pensando en empezar de nuevo mi periplo cíclico, porque otra vez más, mi espejo me ha dicho que no puede más. Una vez más me estoy armando de valor. Y una vez más, mi billetera tiembla solo de pensar lo que se le avecina.

Por ello hoy os digo:

Gorda busca endocrino que personalice de verdad para que le ayude a matar quilos de forma permanente y mantenida en el tiempo. A poder ser en Barcelona o alrededores y sin que tener que hacer horas extras en las Ramblas para pagar sus servicios.

A.X