El olor a café recién hecho me despertó de mi breve y ligero sueño. Llevaba muchas noches acumuladas sin dormir apenas más de dos horas seguidas y el cansancio comenzaba a hacer mella en mí.

La habitación, todavía oscura, era un claro reflejo de aquella quincena inicial: ropa sobre la silla, calzado desperdigado por el suelo, juguetes todavía sin abrir que esperaban dentro de una bolsa… ‘No puedo con todo‘, le había dicho a mi chico a los pocos días de regresar del hospital. ‘Quizás tú sola no, pero somos dos y lo haremos‘, me había respondido él regalándome una caricia sobre mi mejilla.

Pero las jornadas se iban complicado y ni mi cuerpo ni mi mente parecían estar preparados para esto. El estrés era peor por minutos y se me empezó a ir de las manos eso de gestionar mis emociones. Cada llanto de bebé era un nuevo suplicio, ‘ha vuelto a empezar y yo ya no sé qué hacer‘ supliqué llamando a mi madre angustiada con mi bebé en brazos.

Me recomendaron calma, respirar profundo y darme unos minutos para recomponerme. Y fue entonces cuando, poco a poco, las jornadas dejaron de ser negras para volverse grisáceas, luego blanquecinas. La rutina continuó siendo un caos de pañales y de horarios que no conocen el descanso, pero al menos un pequeño resquicio de esperanza comenzaba ya a asomar.

 

Comprendí entonces que sobre todas las cosas, sobre toda ansiedad, estaba mi hijo y el gran amor que sentía por él. Mis ojeras dejaron de ser un síntoma de mi malestar para convertirse en un claro reflejo de todo lo que estoy dando por él. Y aprendí a abarcar lo que puedo y no lo que debo, porque soy madre pero también persona.

¿No es mejor que dediques más tiempo a disfrutar de tu familia que a plantearte qué te falta por hacer?‘ me preguntó un día mi abuela mientras me observaba pensativa desde su butaca.

Quizás tengas razón, pero es tan difícil decir hasta aquí‘ le respondí dudosa mientras continuaba luchando para que mi hijo agarrase mi pezón correctamente.

Puede que simplemente mi cuerpo se acostumbrara a mi nueva condición como madre, o que un chip dentro de mí se encendiese en el momento oportuno. ¿Quién sabe? Lo importante es que lentamente me deshice de aquel nudo que me asfixiaba desde el parto y al fin podía tomar aire tranquila.

Abrí los ojos despacio para descubrir la belleza de su gesto mientras duerme. Tanta paz, tanta tranquilidad… Lo abrazaría todo el día y jamás lo soltaría, ¿cómo se puede querer tanto en tan poco tiempo?

Me acurruqué a su lado escuchando su respiración, sintiendo ese olor a bebé que me embriagaba cada día un poco más.

No lo estamos haciendo tan mal, él está creciendo sano y feliz, no hay nada que importe más que eso‘ pensé sin apartar mi mirada de su plácido rostro.

Una calma total me recorrió el cuerpo en ese instante. Una mezcla entre felicidad y sosiego. Dejé caer mis párpados y suspiré despacio dejándome llevar por el ritmo de su corazón.

Unos minutos después un ligero tintineo me hizo abrir los ojos de nuevo. Miré a mi alrededor para localizar sobre mi mesilla una pequeña bandeja con una taza de café humeante, un vaso de zumo y un pequeño cuenco de fresas. A un lado una breve nota lo explicaba todo:

Feliz primer Día de la Madre, eres lo mejor que nos ha pasado a los dos. Te queremos hasta el infinito… ¡y más allá!

Mi Instagram: @albadelimon

Fotografía de portada