Mi amiga Nerea se acaba de separar. Hace unos 5 o 6 meses, su marido le dijo que no podía luchar más por su relación y que prefería separarse antes de que las cosas fueran a peor. La presión que las dificultades de sus hijas ejercían en ellos como pareja había destruido un, ya muy dañado, núcleo de confianza y respeto entre ellos. La mayor no daba demasiados problemas, pero era disléxica y, entre apoyos escolares y demás, hacían compleja la logística familiar y la pequeña era muy movida, muy inquieta y se metía en problemas constantemente. Cuando no llamaban del cole porque se había metido en una pelea, venía llorando desesperada por alguna injusticia que no le concernía, pero la desquiciaba y no podía soportar la frustración. Entre ellos se repartían las crisis, pero casi siempre, él era el primero en proponer un plan: él llevaba a la mayor a la logopeda/pedagoga/actividad que le tocase ese día y su mujer lidiaba con las explosiones de la pequeña o acudía a la reunión urgente que del cole que tocase ese día. Así, mientras él dejaba a la mayor en un despacho y se leía un par de capítulos de una novela en su Kindle tomándose un café, su mujer intentaba disculpar a su hija, la intentaba ayudar a relajarse o le explicaba el problema en el que se había metido. Al llegar la hora de la cena, ella estaba angustiada, estresada y mentalmente agotada mientras él volvía totalmente relajado. Eso sí, quejándose del tráfico del centro de la ciudad y de los precios de los parkings que lo obligaban a dar vueltas para intentar aparcar fuera y eso le estresaba mucho.

Por supuesto, él estaba muy cansado para ponerse a cocinar y además quería estar un poco con su hija pequeña. Así que, mientras Nerea cocinaba con la ayuda de su hija mayor, él veía la tele con la pequeña, que ya estaba totalmente tranquila. Obviamente esto los llevaba a discutir cada día, porque él se negaba a reconocer que lo único que hacía con la pequeña era ponerla delante de pantallas e ignorarla en los momentos duros que realmente suponían una dificultad para ella, cargando así sobre su mujer todo el peso de la educación, la carga mental de todo eso y, en definitiva, los problemas reales de la casa.

En la terapia a la que acudían juntos, la terapeuta le dijo que debía pensar si estaba dispuesto a ceder un poco en favor de su mujer o plantearse una alternativa más definitiva. Y él, tras pensarlo más bien poco, llegó de trabajar una tarde y le dijo a Nerea que lo había pensado y que prefería separarse. Ella, rota de dolor y decepción, aceptó la decisión de su marido y le ayudó a buscar un piso cerca para poder facilitar la nueva logística familiar. Él no pensó que, de este modo, los días que las niñas estuvieran con él, se acababa eso de leer novelas con un café entre las manos, que las reuniones urgentes no se podían poner cuando él quisiera, que si la niña venía fuera de sí, debía ayudarla él a regularse… Pero entonces lo vivió en sus propias carnes. No le hizo falta más de una semana para llamar a Nerea desesperado y que ella le sacase las castañas del fuego “la niña está muy nerviosa y no sé qué hacer, te la llevo que tu lo haces mejor”. Y como una vez le dijo que si, ya se convirtió en rutina.

La semana que estaban con ella, él hacía vida de soltero, pero la semana que estaban con él, la pequeña pasaba las tardes con su madre porque él no era capaz… Así que las discusiones, los conflictos y los reproches no terminaron a pesar de estar separados si no todo lo contrario. Ella no se negaba a ayudar a su hija, pues es su hija y le preocupa, pero eso no significa que sea justo para ella.

Pero entonces llegó la mañana de Reyes y él apareció en la que había sido su casa para estar presente al levantarse sus hijas llenas de ilusión. Al terminar las niñas, él sacó un paquete muy bien envuelto y se lo tendió a Nerea. Ella, totalmente sorprendida por el detalle, se sonrojó por no tener nada para él y le dio las gracias mientras lo abría. Supuso que sería un detalle que pusiera un poco de paz, quiso pensar por un momento que sería algo que le diese una pista de que, en el fondo, la seguía queriendo. Pero entonces vio un asomarse entre el envoltorio un muñeco antiestrés rojo con cara de enfadado y una camiseta que ponía “EX”. Ella, incrédula, lo sacó y vio que traía instrucciones “Este muñeco le permitirá descargar todas las frustraciones que su ex le dejó al irse”. Nerea, sin saber muy bien como interpretarlo, lo miró esperando una explicación. Desde luego era demasiado pronto para bromear sobre su divorcio, pues aun estaba en guerra… Pero entonces él, en tono desenfadado le dijo “Así cuando te enfades lo pagas con él y a mi me dejas en paz”.

Tengo que decir que le agradezco la faltada en el sentido de que así ella puede ver que realmente es un gilipollas y deja de llorar por un amor perdido. Ahora llora, si, pero el enfado es mucho mejor de llevar que la pena y nadie siente pena cuando al fin reconoce que le hizo un favor desapareciendo. Finalmente accedió a concederle la custodia completa a ella y pasarle una pensión en la que, además, compensa pagando un mayor porcentaje de las terapias de ambas niñas, por su falta de implicación.

Luna Purple.

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