El regalo envenenado de mis suegros: nos invitan a sus vacaciones y se olvidan de mi reserva
Un error, me dijeron. Un error. Y yo me lo tengo que creer. En cualquier caso, me lo crea o no, aquí estoy: escribiendo estas líneas, solo (con los gatos), en mi piso y delante del ventilador. Mi maleta está hecha en el comedor, pero yo no me encuentro viajando a Tanzania, Madagascar e Islas Seychelles con el resto de mi familia. Llevaba esperando este viaje… A ver, os diría que más de un año, cuando empezamos a planearlo, pero a decir verdad era el viaje de mis sueños, por lo que llevo toda la vida esperándolo.
Mis suegros, jubilados y okupas
Mis suegros desde que están jubilados se han trasladado a vivir a mi casa. Vale, okey, no viven aquí, pero casi. Mi mujer y yo tenemos dos hijos de 12 y 15 años, y ahora se han sumado mis suegros. Es duro. Muy duro. He pasado de dos preadolescentes a cuatro. Día y noche están aquí. Tienen llaves y entran y salen cuando quieren, estemos o no. No negaré su ayuda, que la aportan, pero la carencia de intimidad resulta agobiante en ocasiones. No obstante, voy a evitar quejarme. Sé que a mi mujer le hace feliz esta inesperada convivencia e intento aferrarme a lo positivo de la situación, aunque a veces el roce diario genere conflictos.
Unos roces de los que mis suegros son conscientes. Tras una pequeña disputa con mi mujer, de la que ellos fueron testigos accidentales, quisieron compensar “las molestias” con unas vacaciones pagadas. A pesar de mi incredulidad, considerando que era lo típico que se dice y luego no se cumplen, nos pusieron varias propuestas sobre la mesa. No eran unas vacaciones en la costa española, no: los destinos implicaban escalas y varios miles de kilómetros. Quimérico y alejado de nuestro humilde bolsillo. Un regalazo.
El ‘regalazo’ (envenenado) de compensación
En familia, elegimos una magnífica ruta africana por Tanzania, Madagascar e Islas Seychelles: el viaje que siempre quise regalarle a mi mujer por nuestra luna de miel y que, por priorizar otras cuestiones, nunca realizamos. Estábamos emocionados, incluso cuando se nos comunicó que mis suegros y mi cuñado, apuntado en el último momento, también vendrían con nosotros. Daba igual, ¡cuántos más, mejor!
Ellos se encargaron de la reserva de billetes y hoteles, mientras que nosotros organizamos las actividades: un safari en Serengeti, un paseo entre Baobabs y buceo en el atolón de Aldabra. El viaje se convierte en el epicentro de nuestras vidas, el tema de conversación y la motivación diaria de cada uno de nosotros. Me informé de toda la burocracia necesaria para visitar esta maravillosa zona del mundo, incluida la inoculación de unas vacunas que me puse.
Ayudé a mis hijos a preparar su equipaje, movilicé a mi hermana para que se trasladara a nuestra casa los días del viaje y pudiese responsabilizarse de nuestros gatos y también fui de compras con mi cuñado, cuyo armario no parecía adaptarse a las características del destino paradisíaco que íbamos a tener la suerte de conocer.
Compuesto y en tierra firme
Todo listo, preparado. O, al menos, eso creía. En el aeropuerto, poco antes de realizar el checking, no aparecía mi reserva: ni billetes de avión ni lugar en el hotel. Justo faltaba aquello que dependía de mis suegros. Registramos aquella carpeta llena de documentos por arriba y por abajo, por delante y por detrás, pero los papeles no aparecían. Mi suegro consultó su correo electrónico y no encontró ningún documento con mi nombre. También llamó (o fingió) llamar a la agencia de viajes, la cual -se supone- no le dio ninguna solución.
Al no tratarse de un puente aéreo entre Madrid y Barcelona, mis posibilidades de viajar de un momento al otro se vieron reducidas a la nada. El tiempo se agotaba y el avión iba a salir de Barajas dirección Aeropuerto Internacional Kilimanjaro. Me dejaron atrás y se marcharon ellos. No pude condenar a mi mujer y a mis hijos por un despiste, o no, de mis suegros, que al final conseguido viajar con sus hijos y nietos, librándose del yerno.
A ver cómo le explico a mi hermana que ya no hace falta que venga a cuidar a los gatos, que serán ellos los que me cuiden a mí.
Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.