Un día cualquiera en la oficina. Llego, enciendo el ordenador, y mientras se inicia me dispongo a revisar el correo. Solo trabajo a media jornada, y mis compañeros suelen ignorarlo, así que suelo tener correo acumulado.
Entre cartas y paquetes, me aparecieron las llaves de un Mercedes. Sin más. Sin nota, sin nada. Un sobre con una etiqueta de correos con nuestra dirección y las llaves.
Obviamente no eran nuestras, y al quitar la etiqueta de correos debajo apareció otra dirección escrita debajo. Incluía nombre, dirección, teléfono y correo electrónico. También aparecía el remitente: un hotel de la cadena Marriot en París.
Intentando hacer la buena acción del día, mandé un email a la dirección que aparecía en el sobre (aunque parezca mentira, tras 14 años viviendo en Reino Unido todavía me da miedo llamar por teléfono).
El señor Mercedes me respondió casi al momento. Por lo visto, había estado de vacaciones en París y se olvidó las llaves en la habitación del hotel. Al encontrarlas, se las habían enviado por correo, pero ya hacía dos semanas de aquello.
Como yo trabajo a tomar por el culo, un poco más lejos, y el señor vivía en el centro de Londres, le propuse mandárselas por correo, pero me dijo que prefería cogerlas en persona por lo que pudiera pasar.
Parece ser que el señor Mercedes tenía planes para ir a jugar al golf cerquita de donde yo curro, por lo que pasaría a recogerlas a la hora de comer.
No tengo muy claro si quería asegurarse de que no le robara las llaves o por qué, pero estuvo todo el día escribiéndome contándome su vida. Era cirujano en un hospital privado de aquí, jugaba al golf, y le gustaba mucho montar a caballo.
Al final, me pudo la curiosidad y le busqué por redes sociales.
Como esperaba, había un montón de fotos suyas en un yate, en un caballo, con bata de médico, y guapo a rabiar…en seguida me puse a montarme mi película de con qué amiga soltera lo iba a emparejar.
Al día siguiente, el señor me llamó a la hora acordada pero, para mi sorpresa, me dijo que en vez de pasar a recoger las llaves por qué no acudía yo al restaurante en el que estaba comiendo.
Vale, pues voy.
Ahí me planté y, efectivamente, ese señor era el Santo Grial de los Señores. Un adonis bajado del Olimpo solo para que yo le mirase (solo mirar, eso sí, que una está casada. Eso sí, mi amiga por lo menos tendría que hacerme un monumento).
Él ya estaba comiendo y yo le dí las llaves.
Me dijo que iba a salir un momento a ver si funcionaban, porque con tanto trajín de viajes de aquí para allá, quería comprobar si el mando funcionaba.
¿Veis venir lo que pasó después?
Yo no lo vi.
El señor desapareció, Mercedes incluido.
Lo que no desapareció fue la cuenta de casi 300 libras que dejó pendiente con el restaurante, y que intentaron cobrarme a mí.
Le llamé, pero no contestó. Sí que me mandó un mensaje al rato diciendo que bastante molestias le había causado ya teniendo que ir a donde Cristo perdió la chancla para buscar las malditas llaves, que lo mínimo que podía hacer era invitarle a comer. Y me bloqueó.
Por suerte, el restaurante entendió lo que acababa de pasar y no me cobró la comida del Señor Mercedes.
Pero mi amiga soltera todavía está reclamándome su maromo.
Andrea.