Una de las cosas maravillosas de vivir en la costa es que tienes la playa bien cerquita, aunque haya gente que se quiera cargar los mares tirando mierda, plásticos y colillas (me enciendo con este tema). En cuanto hace un poquito de sol y puedo ir en manga corta por la calle, aprovecho para ir a la playa.

Precisamente estaba en la toalla cuando conocí al protagonista de esta historia, al que voy a llamar David (no se llamaba así, pero prefiero no dar nombres reales). No fue cara a cara, sino por Tinder. Estaba tostándome aburrida de la vida y en vez de leer un libro me puse a leer las biografías de desconocidos y a dar likes a diestro y siniestro. Llevaba tiempo sin echar un kiki y tenía ganas de darme una alegría, no os mentiré.

David me hizo especial gracia. Tenía el pelo largo, camisetas frikis molonas, una bio ingeniosa y lo más importante: se consideraba feminista. Por aquel entonces me encandiló, ahora que soy más vieja y sabia he aprendido a detectar a los aliados que quieren meterte el rabo. Total, que le di like y hubo match.

Empezamos a hablar y decidimos quedar y vernos para tomar algo. Fue muy improvisado pero el cuerpo me lo pedía. La primera cita salió bien. Era majo, un poco sobrado pero no resultaba desagradable. Hablamos, reímos y me fui a casa porque al día siguiente curraba y tenía que pegarme un madrugón bueno.

Como nos quedamos con ganas de más, decidimos quedar otra vez. Era sábado y yo tenía muchas ganas de ir a la playa, como todos mis días libres. Me dijo que se apuntaba y me pareció un planazo. Cerveceo en la arena y sobeteo en el agua.

Quedamos en el paseo marítimo y desayunamos en un bar a pie de playa antes de entrar en la arena. Todo iba genial. Después nos adentramos entre las sombrillas, plantamos nuestras toallas y nos quitamos la ropa. Iba como la seda. El problema es que al rato empezó a dar el solazo bueno y decidí hacer topless para evitar marcas en el sujetador, como hacía siempre que iba a la playa. No me paré a pensar que eso pudiera incomodarle ni mucho menos, pero se ve que sí.

Me quité el sujetador y empezó a poner caras raras. Yo no sabía si le estaba dando un jari o qué. No me miraba y la voz le temblaba. ¿Mis tetas tenían superpoderes?

“David, ¿estás bien?”

Y ahí llegó lo bueno…

“No. La verdad es que no. ¿No te da palo?”

“¿El qué?”

“Que toda la playa te vea desnuda…”

Me vine arriba y solté un discrurso sobre la sexualización del pecho femenino, la libertad de hacer topless y el machismo en la playa, y el muchacho se ofendió. Porque no era una playa nudista, que si no me habría quitado hasta la parte de abajo sólo por joder. Vaya cromañón, así os lo digo. Me dijo que eso de enseñar las tetas a todos no era feminista, sino todo lo contrario. Que un chico no quería una novia que fuese tan suelta. Que luego queremos respeto cuando no nos respetamos a nosotras mismas.

No quería arruinar un día magnífico de sol así que le mandé a tomar por culo amablemente, me fui a otro sitio a tomar el sol y le bloqueé de todas partes.

 

Anónimo

 

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