Faro de Vigo

Viernes, 21 de julio del año 2023

Carta al director

 

Dra Amanda Rioboo Valdivielso

Coordinadora del Centro de Planificación Familiar de Vigo

Máster en Reproducción Humana y Gestión de la Natalidad

Profesora adjunta de la Cátedra de Ginecología y Obstetricia de la USC

 

Llevo ejerciendo mi profesión de ginecóloga en Vigo desde hace más de 22 años. Me formé en el antiguo Hospital Xeral. Desde hace seis años, soy la coordinadora del Centro de Planificación Familiar situado actualmente en lo que queda de ese antiguo hospital.  Hace justo un año en nuestra ciudad, se celebró el último congreso de la Sociedad Española de Ginecología. Acudí animada por el jefe de mi servicio, el Dr. Armengol, a una charla sobre cooperación internacional. Nada hacía presagiar que el día que crucé las puertas del auditorio Mar de Vigo, cambiaría mi vida para siempre.

En dicha charla, tuvimos el placer de conocer al Dr. Alegría. El doctor Higinio Alegría es un joven pediatra que lleva varios años ejerciendo su profesión en una isla keniana de  mayoría musulmana, cerca de la frontera con Somalia. En la mesa de debate, se sentaron un  par de ginecólogos y el moderador, pero a medida que pasaba el tiempo, el Dr. Alegría acaparó nuestra atención ofreciéndonos un proyecto a todos los ginecólogos de la sala: la puesta en marcha de un programa de planificación familiar en el hospital público de la región, el King Fahad Hospital. 

La verdad es que ni mi currículum ni mi experiencia, han estado nunca enfocados a la cooperación internacional, por lo que nunca pensé que una persona como yo, estuviese llamada a vivir la experiencia tan brutal que voy a relatarles.

Llegué a la isla con una excedencia de dos meses y azuzada por lo que mi jefe también escuchó ese día. Me había informado de los recursos que contaba para poner en marcha una pequeña consulta de planificación familiar: entre poco y nada eran mis recursos. La tasa de hijos por  mujer en Kenia es de 4.6 (frente a los 1.1 españoles). El VIH todavía corre libre por el país y alcanza en algunas regiones hasta el 20% de la población.  La pobreza, el analfabetismo y una vida marcada por el Islam eran los ingredientes con los que aderezaba mi proyecto.

Antes de empaparme de estos números, el Dr Alegría me propuso que me pusiera en contacto con otra española residente en la isla que coordinaba un proyecto de empoderamiento femenino, Carmen. La ONG de Carmen proporcionaba puestos de trabajo a mujeres en situación de vulnerabilidad (que son la mayor parte de mujeres de la región por no decir, todas) para que a través del comercio justo puedan sacar a sus familias adelante. También contaban en el mismo recinto, con una escuela para los hijos de estas mujeres. Y sí, Carmen fue mi cicerone en esta gran aventura de mi vida. Me presentó a las mujeres, me contó las historias de sus vida, sus preocupaciones… El número de hijos era uno de los mayores escollos para proporcionar educación y alimentación de calidad a los niños. En ese momento comprendí que probablemente, llevaba toda mi vida formándome para emprender esta misión: era el trabajo más importante de mi vida.

Si conseguía que esas mujeres confiaran en mí, acudieran a mi consulta, cambiaríamos la realidad de muchos niños que en esta isla son casi el 50% de la población. Otro de los grandes retos a los que me enfrentaba, era formar a personal local en métodos de planificación familiar. Yo no dejo de ser una mujer blanca, occidental y privilegiada en cuanto a mi educación 

La mayor parte de las mujeres a las que tenía que convencer para que eligieran la forma con la que quieren controlar su fertilidad utilizaban niqab (pañuelo negro que sólo deja ver los ojos). Algunas, por ejemplo, las que provenían de la tribu Orma habían sufrido en la infancia la ablación del clítoris. La mutilación genital femenina es ilegal en Kenia desde el año 2012. Obviamente, se sigue practicando. Erradicar una práctica tan ancestral en comunidades donde la mujer que no se casa está abocada a no obtener ingresos y no poder mantenerse es, sencillamente, un esfuerzo titánico. 

Mi día a día consistía en evaluar a mujeres que en algún momento de su etapa reproductiva querían tomar las riendas de su propio cuerpo. Pero cuando tu única función en la sociedad es tener hijos, ir a contracorriente, decir que prefieres tener sólo un par de hijos para asegurarte de que puedes proporcionarle educación y cuidados de calidad, no resultó fácil.

Intentamos con cierto éxito una colega local y yo, implantar un sistema de derivación a mi consulta desde la planta de maternidad: mi idea inicial era que una mujer que ya tuviera 4 hijos, fuera derivada a planificación familiar. Mi colega, la doctora Wyoto, me aseguró que menos de 5 hijos  levantaría ampollas en la dirección (los cuales, como podrá intuir el lector, son hombres y además, musulmanes).

Es todo un cliché el tema del cooperante que va a África a salvar vidas y vuelve siendo otra persona. Eso  es simplemente quedarse en la superficie de una realidad jodidamente injusta, cruel. Que se ceba con un género que aquí también se tiene que esforzar día a día por levantar la cabeza: las mujeres. 

Es imposible resumir en pocas palabras la cantidad de  nombres de mujeres con  historias personales desgarradoras que acudieron a mí. Yo no sé si su vida cambiaría porque yo terminé haciendo lo que mejor sé hacer en esa remota isla, pero de lo que sí estoy segura es que yo, ya no soy la misma.

Amina, Fatma, Maryam, Aisha… todas fueron niñas como nosotras llenas de sueños. Igual que nosotras. De ideas de familias  bonitas, maridos cariñosos y vestidos de fiesta. Pero que en su caso choca de bruces con la falta de control de su vida y de su cuerpo.

Han sido dos meses de esfuerzo psicológico brutal para poder seguir trabajando cuando creías que todo estaba perdido. No tuve la bienvenida que todo cooperante desde occidente cree que va a tener ni por parte del personal local ni de la población. No tuve medios técnicos ni científicos a mi alcance. No tuve sistema informático ni comodidades. En definitiva, mi día a día era una partida donde todas las cartas eran malas. 

Pero vi agradecimiento en todas las caras de pacientes que traté. Vi cómo algo en ellas cambió y se empezaron a plantear algo. Algo como que un futuro mejor podía ser también para ellas y para sus hijos. 

Y aunque pensemos que llegando allí e implantando nuestros conocimientos y nuestra cultura judeocristiana somos mejores que ellos y hacemos las cosas mejor, nos equivocamos. Ellos pertenecen a un mundo que avanzará a su forma y a su ritmo. Sólo podemos estar allí para apoyarles en lo que podamos para  que salgan antes de la pobreza y la injusticia.

Animo a todo el mundo que tenga algo que aportar y que sea bueno en lo suyo para darse a los más pobres. En especial a sanitarios que puedan mejorar la vida de los más pobres entre los pobres: mujeres y niños.

Sería imposible resumir esta experiencia en una carta, pero si hay algo que me ha quedado claro,es que el amor puede mover realidades, mundos y personas. He visto amor en lugares donde la fealdad  y el sufrimiento arrasarían la sensibilidad de cualquiera. Y aún así, he visto amor. Y aún así, sigo creyendo que otro mundo es posible para todos, incluido para ellas. 

Gracias al Dr Alegría por acudir a aquel congreso a hablarnos de todo el bien que podíamos hacer en el mundo y no lo sabíamos.

Gracias a mi jefe,el Dr Armengol por luchar mi excedencia en dirección y darme la oportunidad de mi vida y de la vida de muchas mujeres.

Gracias a Carmen,  porque sin esas heroínas sin capa, que siguen peleando aún cuando las fuerzas no alcanzan y el mundo  no las comprende.

Gracias a la Dra Wyoto y a los demás colegas kenianos que siguen trabajando sin medios para dar cuidados sanitarios a los más pobres con la mejor de las sonrisas. Nunca los vi perderla a pesar de la dura realidad que viven a diario. 

Gracias a todas las Aminas, Fatmas,Maryams y Aishas que confiaron en mi labor como ginecóloga y que siguen ofreciendo a sus hijos lo mejor de sí mismas en uno de los entornos más hostiles de este planeta.

 

 

Los datos personales son ficticios, pero es una historia real de Alba G. Moreira